Los fantasmas de Scrooge

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

¿QUIÉN ENGAÑÓ A ROBERT ZEMECKIS?

No me lo van a sacar de la cabeza: hace algunos años alguien visitó a Robert Zemeckis en algún callejón oscuro de Hollywood y le prometió espejitos de colores, adecuadamente apodados para la modernidad como motion-capture. Y vistos los resultados de sus últimas tres películas, le mintió desconsideradamente: Zemeckis, alguien capaz de hacer arte y espíritu, sentimiento y goce, de la tecnología, está preso de eso mismo que juró adorar para entrar al cielo de los cineastas visionarios. Los fantasmas de Scrooge es el nuevo ejemplo de esta condena.

Zemeckis siempre estuvo un paso por delante de su generación en lo que al uso de tecnología se refiere. Podríamos colocarlo en el mismo grupo junto a Spielberg y Cameron, quienes han logrado lo que no muchos: que los efectos digitales sean parte de la narración, sin mostrarse invasivos. Sin embargo algo lo diferencia: mientras estos dos se abrazaron a la tecnología para abordar mundos donde la tecnología o la fantasía se revela en todo su potencial, Zemeckis apostó a lo mínimo, donde se abre la grieta de lo maravilloso pero en mundos reales y tangibles: Forrest Gump, La muerte le sienta bien, son ejemplos.

Seguramente al director lo ha movido más su espíritu innovador, y una necesidad de estar a la vanguardia, y ha visto en la técnica de la captura de movimiento un salto narrativo-tecnológico que vincula de manera mucho más fluida la tecnología con aquello carnal y físico de la experiencia actoral. En suma, el actor se enfunda en un traje de goma, la computadora toma los movimientos y de ahí se pasa a la invención totalmente virtual de personajes y escenarios. Como se sabe, estas técnicas requieren de tiempo, no sólo para que el espectador las asimile sino para que estén todo lo pulidas que deben estar.

Decimos que hace falta pulido porque el motion-capture puede integrarse bien a un relato, como lo dejó demostrado el Gollum de El señor de los anillos, pero no puede ser su única razón de ser. Bueno, en el caso de Gollum teníamos una representación corporal, en cierto caso se trata de una interpretación pero no una copia textual del rostro y las expresiones, que es lo que viene intentando hacer Zemeckis desde El expreso Polar. En Los fantasmas de Scrooge, además de Jim Carrey se han prestado Colin Firth, Gary Oldman, Bob Hoskins, entre otros. Salvo en el caso de Carrey, donde el detalle está potenciado en la ponderación de rasgos que envilecen y en cierta forma construyen al personaje, en el resto se observa una frialdad en la mirada, una falta de emociones que no sólo no sirven al relato sino que además aportan distancia con el espectador. Oldman y Hoskins, decididamente, tienen cara de topo. Y pregunto: ¿por qué estos hombres topo tienen vedada la capacidad de parpadear?

Sin embargo las dificultades del trabajo de Zemeckis no son solamente técnicas, sino que además están relacionadas con la propiedad en el uso de estos dispositivos técnicos. Es decir, no parece haber hasta ahora una correlación entre lo que el director quiere contar y la utilización de la motion-capture. Así como Pixar con Toy Story no sólo hizo de la animación digital su forma expresiva sino también la tesis sobre la que se basaba el relato, habría aquí una necesidad de justificar mejor este alarde técnico para que no parezca nada más que eso: un alarde. Por ejemplo, la historia del viejo Scrooge y su avaricia y arrepentimiento, por la vía del humanismo, parece darse de narices con una tecnología que es un acto prepotente -sumemos el 3D- y, sobre todo, deshumanizado.

Los fantasmas de Scrooge se basa en el cuento adaptado cientos de veces de Charles Dickens, ese del viejo Scrooge y cómo la aparición de los fantasmas de las navidades pasada, presente y futura le hacen atravesar una madrugada febril en la que la conciencia le juega una mala pasada, haciéndolo recapacitar sobre sus conductas despóticas y el maltrato a los demás. Pero atención que hay un par de decisiones acertadas: en primera instancia Carrey es una elección precisa y lo que le da carnadura a la segunda elección, que es la aparición de vestigios de humor. Lo interesante de Carrey es que su humor se vincula aquí orgánicamente con el relato que le toca protagonizar: su caracterización es sardónica, cínica; su humor oscuro y denso.

Sin embargo su potencialidad se ve sofrenada por el motion-capture. Si uno mira detalladamente, notará que el Carrey de Los fantasmas de Scrooge es el más controlado de todos los Carrey fílmicos que hemos visto más o menos desde La máscara hasta aquí. El motion-capture en vez de liberar sus expresiones, lo que hace es acotarlas, encerrarlas entre cuatro paredes y limitarlas, justo en una película que parece necesitarlo más desenfrenado: ¿no era acaso Jim Carrey un dibujo animado hecho ser humano? Por eso también el humor en Los fantasmas de Scrooge es esquivo, no aparece siempre y el film se torna muy apegado a la machacona moraleja. Esa que en tiempos de Dickens era necesaria, pero actualmente se torna demasiado grosera y necesita hacerse más sutil: justo lo que la corporeidad de Carrey le podía aportar, pero que se ve injustamente estructurado por la técnica.

Y es ahí, más allá de sus aciertos en el tono lúgubre -que tener lo tiene-, en su jugueteo con el terror, en la imaginación y creatividad de algunos pasajes con las formas de la animación -especialmente una secuencia con el fantasma de la Navidad futura o el fin del fantasma de la Navidad presente- donde Los fantasmas de Scrooge encuentra su límite. Zemeckis, que se había convertido en uno de los mejores directores a la hora de mancomunar tecnología con arte, se encuentra preso de los encantos de una técnica que no aporta nada a la narración y, por el contrario, limita su talento y el de la gente que convoca hasta transformarlos tan sólo en una herramienta. Hoy la herramienta es el factor humano y no la tecnología. Extraña paradoja, si se tienen en cuenta los valores que dicen apuntar películas como El expreso Polar o esta Los fantasmas de Scrooge.