Aquel limbo entre la juventud y la adultez que son los treintaypico es el eje del film de Jonás Trueba, que integró la Competencia Internacional durante el último BAFICI y resulta una secuela de su anterior trabajo, Los ilusos (interviene prácticamente el mismo equipo). Vito (Vito Sanz), Luis (Luis Parés) y Francesco (Francesco Carril) son tres amigos que parten de España a Francia en una furgoneta sin rumbo aparente. Quizás sea la última cana al aire antes de hacerse hombres, una suerte de viaje de egresados. Pero más bien el periplo tiene como excusa saldar cuentas con ellas, las chicas. No hay mucho más que risotadas y diálogos vacuos mientras la camioneta surca las rutas, por lo que será el aporte femenino el que le otorgue nervio a esta road movie que irá de menor a mayor. En una parada en el pueblo Annency se suma Renata (Renata Antonante), quien había tenido un encuentro fugaz con Francesco. El ahora cuarteto se dirige a Toulouse, donde quedan cenizas del fuego pasado entre Luis e Isabelle (Isabelle Stoffel). Queda Vito, acaso el más apocado de los tres, pero es quien protagonizará la mejor escena de la película, en los mismísimos jardines de Luxemburgo, en París. Trueba se encarga de intercalar conversaciones intelectuales (la idea central de una novela italiana, el exilio en el cine) y existencialistas (el deseo de ser madre, la confesión de un amor) con momentos de belleza cinematográfica (las imágenes de las ciudades francesas, la participación de la cantante folk española Miren Iza). A riesgo siempre de perderse en los clisés del indie, Los exiliados románticos es un film pequeño pero de gran corazón.
La estación de los amores. Según se ha venido refrendando a lo largo de sus respectivas y muy estimulantes carreras cinematográficas, a la familia Trueba le encanta la forma de ser y de hacer de los franceses.
Viajeros posmodernos. Jonás Trueba, el hijo del director Fernando Trueba, es uno de los jóvenes directores que en España impulsan un cine intelectual que representa la cultura romántica española. En este sentido, Los Exiliados Románticos, último opus del madrileño, representa el manifiesto de este anhelo ibérico por encontrar nuevas fronteras de expresión cinematográfica. Una cita y un espíritu de recuperación de la esencia de una gesta romántica revolucionaria animan el tercer largometraje del realizador. Partiendo de la extraordinaria biografía del activista revolucionario ruso Aleksandr Herzen -creador de la publicación opositora al régimen zarista La Campana- escrita por el exquisito e inestimable historiador británico y epígono del pragmatismo historiográfico, Edward H. Carr, la película de Trueba se adentra en las relaciones humanas y amorosas detrás de un viaje a través de España y Francia, recorriendo un camino filosófico posmoderno y confuso. En Los Exiliados Románticos, tres españoles parten de Madrid hacia Francia en una combi en la búsqueda de tres mujeres que aman. En el camino se enfrentan a sus propios sentimientos, afianzan su amistad, suman gente al viaje y van encontrándose a sí mismos, siempre acompañados por la música desgarrada y la presencia de la cantante española de letras áridas Miren Iza, líder de la banda Tulsa. La película representa los ideales y la idiosincrasia de los nuevos españoles; desinteresados por el trabajo, sumidos en la apatía y suplantando la aventura con el viaje y el recuerdo de los amores pasados por encima de cualquier mirada hacia el futuro. Los diálogos son un apéndice de la imagen y de la música instrumental que con un volumen superior entierra las voces. El multiculturalismo y la interacción entre los intercambios filosóficos y la música funcionan como una especie de disociación de la realidad que marca una diferencia entre los que hacen y los que sueñan. El opus de Jonás Trueba indaga con un tono seco y parsimonioso en las relaciones sociales, a la vez que recupera los cuentos de la fallecida escritora italiana Natalia Ginzburg y el pensamiento del arquitecto y diseñador Richard Buckminster Fuller, conocido por patentar la estructura del domo geodésico y sus ideas sobre la sustentabilidad en el capitalismo. Con una visión posmoderna del mundo, los “exiliados románticos” surcan las ideas modernas y discuten sobre exilio e inmigración, entre otras cosas, para no llegar realmente a ningún lugar y celebrar la vida y la amistad como viaje. Los momentos interesantes alternan con la anodina historia mientras el romanticismo del film se disuelve en el aire, dejando una tibia estela de las extraordinarias ideas que lo inspiran.
La educación sentimental Jonás Trueba (Los ilusos, 2013) vuelve a explorar sobre el tema del amor, como lo hiciera en sus anteriores películas, pero esta vez focaliza sobre un grupo de amigos treintañeros que inician un viaje idílico por algunas ciudades de Francia para declararle el amor a las mujeres que los inspiran a vivir. Los exiliados románticos de E.H. Carr es un libro emblemático ambientado a mediados del siglo XIX cuando numerosos liberales y anarquistas rusos, se exiliaron por Europa, reuniéndose a veces para discutir sus teorías políticas y publicar llamadas a la revolución. Pero en la mayoría de ellos, el fervor revolucionario iba unido a un incorregible romanticismo. Jonás Trueba parte de esta idea y traslada la historia a tres amigos de la España en crisis que salen en una camioneta hacia Francia en busca del amor. Un amor tan idílico como fugaz. Si en su película anterior Jonás Trueba elegía fotografiar en blanco y negro ahora recurre al color y a la estridencia del mismo. Hay en Los exiliados románticos influencias del cine de Wes Anderson tanto en la utilización de los engamados del color como en la forma de encuadrar y colocar la cámara. Siempre centrando el cuadro y con una cámara fija. Pero en cambio, vuelve a usar la música como parte de la trama., un sello dentro de su obra, con canciones que irrumpen en el relato a través de una cantante o de los protagonistas para, de esta manera, teñirlo de un onirismo lynchiano. Hay algo del exilio por más romántico que sea que el director marca y es el tema de la incomunicación. Italiano, francés, español, inglés. Personajes que hablan en diferentes lenguas y que juegan a entenderse cuando da la sensación que no saben de qué se les está hablando. "No es lo mismo ser inmigrante que exiliado", dice uno de los protagonistas. Y no, no era lo mismo. Pero tal vez en la Europa de hoy si lo sea. A simple vista da la sensación de que estamos frente a una película naif, inocente y melancólica, pero Jonás Trueba le da una vuelta de tuerca al género con una historia mucho más compleja de lo que a simple vista se ve. Donde a un grupo de amigos a los que les han robado el futuro solo les queda buscar el amor. Nada es tan banal como parece.
EL ROMANTICISMO NO MURIÓ Los exiliados románticos de José Trueba es un ejemplo de sencillez, porque a la hora de contar una historia, en la que se economizan todos los recursos, se vale de esta carencia premeditada para transformarla en un rasgo de estilo. De constitución tripartita: tres son los personajes centrales y tres los actos en los que, si se quisiera, se podría descomponer este relato que enarbola las banderas de la libertad. El humor se mezcla con la ironía, y la calidez humana de los personajes con la trama dramática. Trueba cuenta en varios idiomas (¿acaso el amor en qué idioma hablaría?) el periplo de un joven español que decide viajar a Francia en su “furgo” sólo para declararle su amor a una chica parisina con la que pasó una linda noche el pasado verano. Para lograr su cometido hace dos cosas: carga a sus dos amigos a bordo y practica fonética francesa. Son la música independiente y los paisajes de ruta los que aportan al relato un adicional estético que termina de conformar un todo armónico que resulta fresco y espontáneo. Pero más allá de toda habladuría, si bien el germen de este viaje sentimental tiene como objetivo el atrevido acto de confesar el amor, lo que se deja leer entre líneas es la imperiosa necesidad de liberarse de ciertas estructuras prefabricadas e impuestas: terminar la facultad, casarse, tener hijos, ser una buena esposa, etc; en un micro mundo donde aún el romanticismo existe. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Oda al amor efímero Ayer por la noche en el marco del BAFICI tuvo su estreno a nivel mundial Los exiliados románticos, la nueva película de Jonás Trueba (Los Ilusos), que también se proyecta hoy en el Festival de Cine de Málaga. Trueba recurre a los ilusos de siempre, es decir, a su grupo de actores fetiche y por ello la trama de Los Exiliados Románticos retoma de cierta forma las situaciones románticas de Vito y Francesco, además se suma Luis, amigo que está aprendiendo francés para el viaje que planean. Así como hace algunos años vimos a estos personajes recorriendo Madrid, filmando y padeciendo; ahora el trío parte a bordo de su camioneta Westfalia -similar a la vista en Little Miss Sunshine pero naranja- a Francia donde recorren Toulouse, Annecy y finalmente Paris. En el camino se suman Renata, amiga y algo más del torpe e inmaduro Francesco y posteriormente Isabelle, antigua pareja de Vito. Ambas muchachas le aportan frescura a un viaje plagado de bellas locaciones, lenguas diferentes -se habla español, italiano, alemán, inglés y francés- confesiones amorosas -algunas fallidas, algunas fructíferas- y sobre todo diálogos y juegos que una y otra vez invocan y refieren al cine, mientras presentan e invitan a la reflexión sobre la posmodernidad, el amor, la adultez y lo efímero de las relaciones veraniegas. Aplausos extra a Trueba por la exquisita introducción de Mirren Iza a la trama, además de las melodías que junto a Tulsa, su banda, encandilan y embellecen aún más este film íntimo y sensible hecho sobre la marcha con pasión, arte y libertad, que termina de consolidar a Jonás como uno de los realizadores españoles más prometedores de su generación.
POINTS: 6 Spanish production Los exiliados románticos (The Romantic Exiles) is the new film by Jonás Trueba, the son of Oscar winner Fernando Trueba, and his follow-up to Los ilusos (The Wishful Thinkers), and both have so far received a good deal of praise from critics at large and viewers in the art-house circuit. This time, Trueba focuses once again on the existential dilemmas of a small group of friends reaching their thirties. Vito (Vito Sanz), Luis (Luis E. Parés), and Francesco (Francesco Carril) are three friends who decide to take a trip by van to Paris without having a clear purpose. Actually, they hope to meet the three girls they once had brief, yet intense, love affairs with not that long ago. Call it a journey into the ever surprising realm of feelings and new experiences in matters of the heart and you’d be right. Trueba himself said that he wanted to make a lightweight piece where the characters and their conversations about love, friendship, the end of youth and life in general would take centre stage. They would be the film itself. That has been achieved. In a naturalistic manner, with a script developed while shooting, these six characters engage into casual verbal exchanges and loosely meditate upon their queries — never in a solemn manner, which is quite welcome. However, and this may be a personal matter (or not), I was seldom moved or involved into their joys and tribulations. Perhaps my larger appreciation of the work of Richard Linklater and Eric Rohmer isn’t of much help either. But it feels Trueba’s feature is pretty derivative of the imprint found in the films of these two accomplished filmmakers (Rohmer in the first place), but without their often insightful subtext and dramatic richness, and with an off-putting dose of self-indulgence. On the plus side, the comedic edge of Los exiliados románticos is to be celebrated. Problems arise when for the most part what’s said, and even how it’s said, does not ring as authentic as it’s meant to. These characters are not really having trivial and lightweight conversations, but pretending they are doing so. The same goes for the straight-forward mise-en-scene: it looks as it’s been staged to be merely casual looking. But performances often do make a difference for the better and so half a dozen scenes, or more precisely some tiny moments in those scenes, are effective enough to keep the story moving forward. As for the other half, they are plainly dull and uninteresting. Los exiliados románticos has plenty of literary references, chiefly to the essay The Little Virtues, by Italian writer Natalia Ginzburg, and oddly enough they don’t sound forced or pretentious. That’s surely because what Ginzburg says in her essay may be said in a plain manner, and nonetheless be filled with substance. Too bad Trueba’s new opus fails to be nearly as substantial or questioning. Production notes Los exiliados románticos (Spain, 2015). Written and directed by Jonás Trueba. With Vito Sanz, Francesco Carril, Luis E. Pares, Renata Antonante, Isabelle Stoffel, Miren Iza. Cinematography: Santiago Racaj. Editing: Marta Velasco. Running time: 70 minutes. @pablsuarez
La celebración Una película pequeña y de gran corazón que -antes que nada- es decididamente disfrutable. Suerte de secuela no reconocida (o película compañera) de Los ilusos, vista en el BAFICI 2013, Los exiliados románticos retoma las desventuras de Vito y Francesco, los diletantes que antes recorrían una gélida Madrid y que aquí viajan hacia Francia a bordo de una camioneta Westfalia. No están solos. Los acompaña un amigo, Luis, y luego se sumarán durante el trayecto un par de chicas. Road-movie leve, lúdica y existencial, la nueva película del director de Todas las canciones hablan de mí regala bellas imágenes de Toulouse y París, situaciones muy simpáticas (la confesión amorosa en un patético francés, la larga e infantil escena final en un lago, las múltiples referencias al cine) y hermosos temas (anoten a Tulsa) para un film que siempre resulta amable, diáfano y cálido. Pequeña (apenas 70 minutos), frágil y efímera si se quiere, Los exiliados románticas es una obra honesta, sentida, sensible, artesanal y, sobre todo, disfrutable. Hecha con pocos recursos y mucho corazón.
NOSTALGIA A MANO Una película española, de Jonás Trueba (hijo de Fernando Trueba) logra rescatar en un viaje de vacaciones entre amigos, un romanticismo casi inasible, un aire melancólico de un último verano despreocupado y casi adolescente, un sentimiento de alegría y a la vez la conciencia de lo que se pierde. Bien actuada y con encanto.
Por Europa, a bordo de una combi La filmografía de Jonás Trueba ha ofrecido hasta ahora tres largometrajes: Todas las canciones hablan de mí, Los ilusos y Los exiliados románticos. Canciones, jóvenes, conversaciones, caminatas, viajes. Hay mucho cine que se hace con esos elementos, y no es fácil diferenciarse, pero Trueba singulariza su voz sin esfuerzo aparente. Los exiliados románticos es una película de un director con mirada y oído propios, que lo muestra en pleno uso de sus armas cinematográficas. Esta película se prueba como cine atesorable de forma muy simple: recordamos escenas, las queremos revivir; el mundo de Los exiliados románticos nos invita, nos atrae, nos hace querer viajar allí. Ésta es la historia de un viaje: tres amigos parten de Madrid a Francia en una combi Westfalia, ícono de rutas y nomadismo -que nos lleva también al viaje de Cortázar de Los autonautas de la cosmopista y a otros-, se reencuentran con chicas, paran en la ruta, cenan y charlan, definen sobre lo indefinido de sus amores, hacen planes y desdibujan los trazos, reafirman sus decisiones, dudan y vuelven a confirmarse como los dueños de sus momentos, imprecisos pero irrepetibles. Si todo viaje es una máquina potencial de generación de recuerdos, estos viajeros se encargan de rodear los momentos con reflexiones diversas, desde lecturas y opiniones sobre depilación hasta escuchas sobre la filosofía del trabajo. Todo puede sonar leve, pero es un feliz engaño. La superficie de esta película es amable, pero en estos personajes no hay más chances ni tanto tiempo para el descarte de oportunidades. En cada uno de ellos se nota el fin de una etapa, la despedida a unos años de puras posibilidades. Sus intensidades van por dentro y cuando emergen, en una palabra especialmente cargada de emociones, en una canción que van a buscar y luego los busca a ellos, en una mirada hacia adelante, pueden conmover de manera especial. Y ese plano largo, el del final, el del agua y las montañas, nos deja despedirnos de ellos, nuestros compañeros de viaje, un viaje de apenas una hora y diez minutos por un cine distinto, genuino, querible, hecho con la convicción del que sabe mostrar y contar su aldea para que se vea por el mundo.
Esta simpática y por momentos encantadora road movie sigue las desventuras románticas y “sociológicas” de tres amigos españoles que emprenden un viaje en una casa rodante pequeña hacia Francia, todos con distintos objetivos amorosos que implican reencuentros. Uno de ellos se topará con una chica italiana en Toulouse con la que estuvo en pareja, otro lo hará con una chica suiza que vive con personas de distintas nacionalidades con quienes cenarán y un tercero, en París, se verá con un efímero amor de verano que fue muy importante en su vida. Todas las historias –que están, juguetonamente, acompañadas por shows en vivo de Tulsa– revelarán secretos, deseos y miedos de una generación con poco trabajo, temor al compromiso y esperanzas aunque sea leve de cambio, en especial a partir del contacto humano y la empatía por el otro. De todas las escenas la mejor es claramente la confesion romántica en pésimo francés de uno de los amigos en París, un largo plano que pasa de patético a conmovedor, y algunas situaciones de humor entre los amigos que conviven en un espacio muy pequeño. Si la película tiene un pequeño problema es un cierto tufillo a versión indie/cool de filmes como PISO COMPARTIDO, aquella película de Cedric Klapisch sobre estudiantes de intercambio europeo en Barcelona, una suerte de esperanzado paneuropeismo que suena un tanto naive y clasemediero en función de realidades más sombrías de los países que el filme recorre. Pero la película, en cierto modo, es autoconsciente de esa posible mirada y la desarticula con su propia autocrítica y su forma de reconocerse, finalmente, como una especie de fantasía cinéfila que toma de la realidad para correrse hacia el lado del juego lúdico y el deseo amoroso.
Una combi, tres chicos y tres chicas Eso es todo lo que necesita el director español, que con un grupo de amigos y una cámara de fotos consiguió una serie de instantáneas, de momentos robados, que tiene en el cine de Eric Rohmer a su manifiesto “líder espiritual”. Jean-Luc Godard sostenía que con un auto, una pistola y una chica bastaba para hacer una película. En Los exiliados románticos, Jonás Trueba parece proponerse parafrasearlo con una combi, tres chicos y tres chicas. El hijo de Fernando Trueba filmó su opus 3 con los más mínimos de los mínimos recursos: equipo reducido, actores amigos, camarita de fotos y doce días de rodaje (la quinta parte de lo que se considera normal para el cine “profesional”). Con eso le salió una película que, como una serie de instantáneas (¿tendrá algo que ver el instrumento con el que la filmó?) es de momentos robados. Algunos de esos momentos permiten avizorar lo que pasa más que otros. Pero todos dejan ver sólo una parte, un fragmento, un instante de una totalidad que los excede y nos excede. Nos asomamos a ellos como a través del ojo de una cerradura. O de un telescopio, como lo hace en un momento una de las protagonistas. Profesión de fe realista, baziniana, que sostiene que el cuadro cinematográfico es apenas el recorte de una realidad que lo supera, de un fuera de campo que lo contiene. Curioso realismo, el de una película que desde su título predica lo aparentemente contrario, y mantiene una tensión entre esos dos polos opuestos. Como por otra parte sucedía en el cine de Eric Rohmer, manifiesto “líder espiritual” del film. A Francesco (Francesco Carril, protagonista de Los ilusos, film previo de Trueba) le gusta ir al cine. Isabelle (Isabelle Stoffel, coprotagonista de Los ilusos) quiere tener un hijo. Eso es todo lo que se sabe sobre los seis protagonistas a lo largo de la película. El resto es lo que hacen, y lo que hacen no es precisamente andar cazando osos o fundando países. Vito (Vito Sanz, coprotagonista de Los ilusos), Francesco y Luis (Luis E. Parés) parten en combi de Madrid. A dónde van y para qué no se sabe: más que un compañero de viaje, el espectador de Los exiliados románticos es invitado a ocupar el lugar de testigo mudo. En la primera parada nocturna, algunas bromas con el pijama de Francesco, dichas medio al pasar. A la mañana siguiente aparece Renata, la chica del telescopio (Renata Antonante), que tiene una historia anterior con Francesco. Hablan en italiano, comentan un libro de Natalia Ginzburg, Francesco dice algunas pavadas sobre el tener cosas en común o no. Segunda parada: París. Almuerzo en lo de Isabelle y un par de amigos. Diálogo sobre los exilios durante la Guerra Civil, tema en el que Luis es experto. Luis tuvo historia con Isabelle, se nota que está a la expectativa. Van a un “clubcito” a ver a una cantante que se llama Miren Iza. Al día siguiente, Vito, el más romántico de todos, repasa su declaración de amor en francés y se encuentra en los Jardines de Luxemburgo con una belleza por la que está perdidamente enamorado y se entiende (Vahina Giocante es el eufónico nombre de la chica). De vuelta a casa, declaración de irrealidad total por parte de la película (la cantante viene justo detrás de ellos en la ruta, cantando, y ellos la escuchan con acompañamiento instrumental y todo desde la combi), encantador numerito musical alla Godard y finale en largo plano fijo, con los cinco que quedan sumergiéndose en un lago, con poca o ninguna ropa. ¿Qué es lo rohmeriano de Los exiliados románticos? La impecable distancia narrativa, emocional y cinematográfica desde la que está contada: sólo se sabe lo que se ve, los personajes no andan derrochando emociones –pero a todos los mueven los sentimientos amorosos– y los planos cortos son infrecuentes. “Su andar es sereno”, se diría de ella si fuera un auto, y a diferencia del realizador de Mi noche con Maud los personajes no son de mucho hablar. Tal vez no hubiera estado de más algún charlatán, para romper un poco esa serenidad tal vez demasiado pareja.
Tres amigos españoles viajan en una camioneta hacia París para reencontrarse con algunas mujeres con las que les pasaron cosas, importantes o casi olvidadas. En una hora, el joven director Jonás Trueba (hijo de Fernando) regala una comedia viva, encantadora y dulcemente melancólica, con algunas escenas desopilantes en su observación de las relaciones entre los sexos y los idiomas.
Al encierro, el cansancio, la abulia y el blanco y negro de Los ilusos, Los exiliados románticos le opone el movimiento del viaje, el aire libre y unos colores brillantes que expresan magistralmente la vitalidad de la historia. Tres amigos parten hacia Francia en una camioneta. Los distintos destinos y motivos detrás de la empresa se van conociendo sobre la marcha; todos involucran el reencuentro con una mujer. Como en los relatos de viaje (que no son necesariamente lo mismo que la road movie), los personajes van conociendo gente nueva y, al mismo tiempo, conociéndose a ellos mismos. Trueba planifica sus escenas casi siempre en torno a unos diálogos fracturados en dos o más lenguas: los protagonistas hablan, se entienden y discuten en español, francés e italiano y hasta un poco en alemán. Ese concierto de acentos y sonoridades es el terreno en el que despliegan sus escaramuzas amorosas el trío protagónico: decirle al otro que se lo ama, o que no se sabe bien lo que se quiere, incluso alertarlo sobre lo complicado de la propia personalidad; las diferencias idiomáticas y lo dificultoso de la traducción pone en escena mejor que ningún otro recurso los conflictos entre las tres parejas. Se trata, en el fondo, de un asunto de distancias: de las que comportan las palabras, claro, pero también de las que se abren entre las ciudades de España y de Francia, y del abismo entre las situaciones personales de cada uno. Pero Los exiliados románticos no es una película sobre el desamor o el sufrimiento, por eso el director zanja más o menos rápido esos desfases para que los amantes puedan reunirse y estar juntos (salvo por un caso, en el que Trueba filma el fracaso en un riguroso y elegante estilo rohmeriano). “Creo que no termino la tesis para no tener que empezar a tomar decisiones”, le dice uno de los personajes a su compañera, como para demostrar que todos están perfectamente informados de sus propias manías y, de paso, derribar cualquier posible realismo psicológico. Como en todas las grandes películas, lo que se ensaya acá es una suerte de estética de la felicidad: además de la ligereza con la que se degustan cada uno de los reencuentros, el director alterna la búsqueda de los varones con las apariciones de la cantante Mirren Iza y sus letras huidizas, su voz siempre a punto de quebrarse y los rasgueos suaves de su guitarra. La frágil y evanescente de Tulsa parece gustarle tanto a Trueba que al final, sin ninguna justificación narrativa, hace que los personajes canten todos juntos una canción más, casi como Almodóvar en Átame. Nada resulta tan grave como para renunciar a la alegría, incluso el rechazo amoroso puede significar paz y desahogo. Excepto por unos breves estallidos del final, Trueba abandona la pose autoconsciente de Los ilusos y se lanza de lleno a las rutas europeas a para hablar del amor, la comida y los paseos.
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La pequeñez como engaño Tal vez, el principal problema que encierre Los exiliados románticos de Jonás Trueba sean los esforzados discursos que invita a construir en torno a una cáscara con buenos momentos. No faltarán diatribas sobre la felicidad, el culto a la ligereza y unas cuantas celebraciones acostumbradas a consagrar el canon festivalero de chicos viajeros alegres y con mañas que más le deben a su procedencia burguesa que a un supuesto espíritu aventurero. Pocas veces el argumento de una película tuvo tanta conexión con la forma en que elige el director para plasmarlo. “Amigos que inician un viaje sin motivos aparentes y con espíritu aventurero” para “vivir sus días con una intensidad especial y quizás, encontrar el amor”. Búsqueda de intensidad y espíritu de aventura no son necesariamente garantía de éxito para una película. Uno agradece el trazado de ciertas situaciones y perfiles que aportan frescura y libertad a las imágenes, pero la sensación final es que se trata de un film cosido, desparejo, descentrado en el peor sentido. Y si bien existe una necesidad de expresar la interioridad, se hace a los ponchazos. En el peor de los casos, con la ya clásica representación de la abulia amorosa tan cara a cierto cine indie porteño (como se ve es un rasgo universal; Trueba parece un Acuña españolizado, o viceversa), con el uso de la música como excusa para cubrir los enormes baches narrativos y los frecuentes problemas de ritmo. En el mejor de los casos, podremos rescatar un par de momentos que redimen: un diálogo que nunca termina de armarse en un café de París y un baño en el río con todos los personajes desnudos, secuencia bucólica moderna que trasunta una sana espontaneidad. El título, reforzado con frases al comienzo, es el contrapunto de todo esto. La solemnidad de las referencias nada tiene que ver con el contenido posterior (en otras palabras, demasiado título para tan poco). Ya es hora de decirlo: basta de citar a Rohmer y a Godard para justificar que con tres personas y un auto se hace una película. Una cantidad importante de veces la modestia celebrada encubre la falta de ideas y la filiación a través de la cita, cuando no da vida, mata.
Con “Los exiliados románticos” (España, 2015), su director Jonás Trueba, sigue consolidándose como uno de los principales hacedores de comedias disparatadas, que posibilitan el lucimiento actoral de sus protagonistas sin siquiera ofrecerles extensos parlamentos. “Los exiliados…” son Vito y Francesco, ya vistos en “Los Ilusos” (2013), que una vez más deciden deambular, ahora arriba de una pequeña furgoneta, para poder dilucidar acerca de sus desventuras románticas, sumando a un tercer compañero de viaje llamado Luis y a una serie de mujeres a medida que avancen en la ruta. La minivan se llena de misterio y a la vez de posibilidades, con una dirección específica hacia encontrar a una persona conocida en Francia. Los exiliados duermen, hablan, fuman, charlan, son una suerte de flaneurs que transitan el espacio sin otro objetivo que impedir que el hábito y la rutina corrompan su espíritu lúdico y dinámico. En ese no espacio del vehículo, y en ese deambular constante, errabundeando hacia las profundidades más alejadas de sí mismo, cuando comienzan a aparecerles acompañantes femeninos que les hacen profundizar sus diferencias y a la vez acercarlos aún más. La crisis se deja de lado, y las impresiones de cada uno se van entrelazando con los paisajes, bellos, únicos, que Trueba captura, que pueden ser a la vera de un río, como también en un desolado estacionamiento de un supermercado. El viaje es sólo la excusa para brindar, cantar, escuchar música (esencial en el filme) pero también para conocerse y a la vez afirmar la identidad de cada uno ante los deseos y anhelos que poseen para su porvenir. El grupo se va haciendo cada vez más grande, aunque sea momentáneo, y comparten impresiones, y hacia el final el tono de esta breve, pero efectiva cinta se pone más melancólico y serio. El amor es necesario, pero también el amor por lo que uno hace, y en una mesa en Francia, en la que los exiliados comparten vinos, quesos y encurtidos, comienzan a dilucidar qué es lo mejor para un hijo, a partir del relato de una de las nuevas participantes de tener uno. “El amor por la vocación, eso es esencial” dice uno de ellos, y la cámara envuelve al grupo, sabiendo que justamente este hábil director, hijo de otro amante del cine y uno de los realizadores más prestigiosos de su país, es el resultado de aquello que los exiliados buscan a través de sus palabras transmitir. “Los exiliados románticos” es una película que busca en la progresión narrativa una esencia que impacte en aquellos planos y situaciones que presenta, las que, muchas veces en apariencia inconexas, no son otra cosa que la suma de las voluntades y particularidades del grupo que intenta reflejar. En lo sintético y concreto de su propuesta, en la habilidad de Trueba para intercalar imágenes y música sin prurito, en ese eterno videoclip que rueda, al igual que las ruedas de esa minivan refugio y patria del trío protagónico, es en donde todo se potencia hacia un lugar de disfrute único y, en apariencia, ingenuo.
Hay películas que son un verdadero descanso, tanto del cine que nos atosiga a lo pavote con el puro ruido como de la propia vida. Los exiliados románticos, de Jonás Trueba (hijo y, por lo que se ve, discípulo de Fernando Trueba) es la historia de tres tipos en la última parte de eso que llamamos vagamente “juventud”, que se suben a una van y ahí van, de viaje por caminos europeos. El punto de partida para charlar, comer, escuchar música y empezar a decirle adiós a esos tiempos en los que todo era todavía absolutamente posible. Pero no hay aquí melancolía, ni tristeza, ni nada que se le parezca: se trata simplemente del puro placer y la paulatina toma de conciencia de que el tiempo pasa. Es increíble cómo el propio film, en exactos setenta minutos, va madurando formalmente -y con él, los personajes- en tiempo real, hasta una secuencia final que no puede dejar a nadie indiferente. Pocas películas hay tan plácidas y emotivas como esta: de las que permiten que el espectador respire y recuerde que el cine es también una forma de conservar lo inasible.
Crítica realizada durante el BAFICI [17]. Los exiliados románticos, del español Jonás Trueba (Los ilusos), es una de las películas que integran la Competencia Internacional del BAFICI [17]. El Viaje Es verano en Madrid y Francesco, Vito y Luis deciden emprender un viaje en una camioneta rumbo a Francia. No parecen haber un motivo particular por el cual viajan. Quizás, como dicta el trailer de la película, este sea el último sueño de juventud de estos tres amigos. En su melancólico periplo por Toulouse, París y Annecy se reencuentran con viejos amores, descansan y conocen gente. La camioneta, comprada por la madre de Luis para recorrer Europa, es el medio de transporte y hospedaje de estos tres amigos. La música de Miren Iza los acompaña durante los cientos de kilómetros de aventura. Madrid – París El título de la película hace referencia al libro de E.H. Carr Los exiliados románticos. Pero el título le queda enorme al film de Trueba. Es una película lavada, tibia, no les pude creer prácticamente nada a los protagonistas. Sin embargo, tiene un par de escenas rescatables y hasta tiernas, como aquella escena de Luis en los Jardines de Luxemburgo en sus esfuerzos por conquistar a su enamorada francesa, con toda su timidez y torpeza expresadas con mucha naturalidad.Las mujeres ocupan un lugar secundario en la película, pero Trueba es autocrítico respecto a este punto y sus personajes femeninos hacen referencia al papel que ocupan. La música, a cargo de Miren Iza y Tulsa (la banda liderada por Iza), tiene un lugar central en Los exiliados románticos. Los tres amigos asisten a las presentaciones de la cantante española y también comparten con ella una agradable escena en la ruta. Más allá de sus hermosas canciones, la película se apoya demasiado en la música y no aprovecha los silencios. Conclusión Los exiliados románticos es una película más, que no termina de enganchar y que se apoya excesivamente en la música de Miren Iza. Hay poco de romántico en el viaje de estos amigos, pero el film tiene un par de escenas destacables. Aún asi, en su conjunto deja mucho que desear.
Se estrena en el Arte Multiplex Belgrano, Los exiliados románticos de Jonás Trueba; presentada en la edición del año pasado del BAFICI. Tres amigos deciden emprender un viaje sin motivo aparente, buscando el encuentro de amores idílicos y a la vez efímeros, con la única misión de sorprenderse a sí mismos y seguir sintiéndose vivos. Trueba presenta una comedia ligera pero simpática; no para estallar grandes carcajadas en el público, pero si construyendo tres protagonistas atractivos. Marginados de su país, como del amor, viajan a París en busca de asimilar el clima de la ciudad. Pero en cambio, se sienten ajenos a ella; y recorren las mismas calles y se esconden en su camioneta (el único momento idílico termina saliendo mal). Con dialogos en español, italiano, alemán, francés e ingles; esta disparidad de vocablos; refleja la idea de la incomunicación del film (a pesar de la cantidad de diálogos que posee) y gracias a correctas actuaciones, Los Exiliados románticos es una historia bien contada y nada más.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
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En busca del amor perdido Tres jóvenes salen a la ruta para encontrarse con mujeres del pasado en Los exiliados románticos, tercer largometraje del español Jonás Trueba. Hace mucho que el romanticismo se exilió del mundo, pero es también posible que esa lejana aspiración espiritual perviva en el siglo 21 de manera acallada. Los exiliados románticos de Jonás Trueba es un ejemplo de eso, un rescate tan sentido como risueño de una ilusión melancólica aún viva en jóvenes de gabardina, mirada perdida y amores sensibles. Heredero español mumblecore de Eric Rohmer (no es casual que París tenga algún protagonismo en todas sus películas), Trueba –hijo del cineasta y escritor Fernando Trueba– viene construyendo una filmografía leve en su superficie y honda en sus cimientos, donde la juventud, las relaciones, los libros, el cine, la música y las calles madrileñas son sus señas particulares. Menos clásica que Todas las canciones hablan de mí (2010) y más compacta que Los ilusos (2013), Los exiliados románticos saca a su trío de protagonistas masculinos a la ruta en una sucinta excursión en furgoneta que arranca en Madrid y termina en París. Vito (Vito Sanz), Francesco (Francesco Carril) y Luis (Luis E. Parés) hacen en principio todo aquello que un trío de amigos haría en un viaje de esas características: conversan, bromean, comen, pasean. Después se revelará su verdadera misión, que emula un poco a la de Bill Murray en Flores rotas: ir en busca de viejos amores diseminados en el mapa, con desenlaces dispares. Las tres mujeres rastreadas por los tres muchachos tienen su propio idioma y origen: la primera es italiana (Renata Antonante), la segunda suiza (Isabelle Stoffel), la tercera francesa (Vahina Giocante). Europa en miniatura evocada en fugaces lazos interpersonales, Los exiliados románticos alude al exilio de su título en una discusión de mesa sobre la precisión del término, que oscila entre su vieja acepción política y la que hoy se superpone sobre el destino forzoso del emigrante económico. Esos fragmentos dispersos de actualidad conviven en el filme con su atemporal lado romántico al borde del regodeo masoquista, evidente en esa línea de Miren Iza, cantante de Tulsa, que dice “Podría pasarme la vida lamiéndome las heridas y aún no cicatrizarían” (Oda al amor efímero). Las intensas actuaciones en vivo de la banda y la hilarante escena en que Vito le lee una carta de amor a Vahina con errático acento francés (evocando el patetismo indie de Un joven poeta de Damien Manivel) hacen que Los exiliados románticos despegue y cautive y logre su fin: recuperar el romanticismo ausente sin tomarlo en broma ni en serio.