Los exiliados románticos

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

En busca del amor perdido

Tres jóvenes salen a la ruta para encontrarse con mujeres del pasado en Los exiliados románticos, tercer largometraje del español Jonás Trueba.

Hace mucho que el romanticismo se exilió del mundo, pero es también posible que esa lejana aspiración espiritual perviva en el siglo 21 de manera acallada. Los exiliados románticos de Jonás Trueba es un ejemplo de eso, un rescate tan sentido como risueño de una ilusión melancólica aún viva en jóvenes de gabardina, mirada perdida y amores sensibles.

Heredero español mumblecore de Eric Rohmer (no es casual que París tenga algún protagonismo en todas sus películas), Trueba –hijo del cineasta y escritor Fernando Trueba– viene construyendo una filmografía leve en su superficie y honda en sus cimientos, donde la juventud, las relaciones, los libros, el cine, la música y las calles madrileñas son sus señas particulares. Menos clásica que Todas las canciones hablan de mí (2010) y más compacta que Los ilusos (2013), Los exiliados románticos saca a su trío de protagonistas masculinos a la ruta en una sucinta excursión en furgoneta que arranca en Madrid y termina en París.

Vito (Vito Sanz), Francesco (Francesco Carril) y Luis (Luis E. Parés) hacen en principio todo aquello que un trío de amigos haría en un viaje de esas características: conversan, bromean, comen, pasean. Después se revelará su verdadera misión, que emula un poco a la de Bill Murray en Flores rotas: ir en busca de viejos amores diseminados en el mapa, con desenlaces dispares. Las tres mujeres rastreadas por los tres muchachos tienen su propio idioma y origen: la primera es italiana (Renata Antonante), la segunda suiza (Isabelle Stoffel), la tercera francesa (Vahina Giocante).

Europa en miniatura evocada en fugaces lazos interpersonales, Los exiliados románticos alude al exilio de su título en una discusión de mesa sobre la precisión del término, que oscila entre su vieja acepción política y la que hoy se superpone sobre el destino forzoso del emigrante económico. Esos fragmentos dispersos de actualidad conviven en el filme con su atemporal lado romántico al borde del regodeo masoquista, evidente en esa línea de Miren Iza, cantante de Tulsa, que dice “Podría pasarme la vida lamiéndome las heridas y aún no cicatrizarían” (Oda al amor efímero). Las intensas actuaciones en vivo de la banda y la hilarante escena en que Vito le lee una carta de amor a Vahina con errático acento francés (evocando el patetismo indie de Un joven poeta de Damien Manivel) hacen que Los exiliados románticos despegue y cautive y logre su fin: recuperar el romanticismo ausente sin tomarlo en broma ni en serio.