Los espíritus de la isla

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

"Los espíritus de la isla": entre el drama y el humor oscuro

Colin Farrell y Brendan Gleeson encabezan el elenco de una propuesta capaz de sorprender y conmover en partes iguales.

El nombre del inglés de ascendencia irlandesa Martin McDonagh logró convertirse en una fija de la temporada de premios cada vez que se estrena una película suya. Hasta se puede decir que su carrera de cineasta nació con buena estrella en lo que se refiere a galardones, ganando en 2004 el Oscar al Mejor Cortometraje con Six Shooter, su único corto. A partir de ahí, tres de sus cuatro largos han merecido la creciente atención de la Academia. Su debut fue con la tan efectiva como efectista Escondidos en Brujas (2008), nominada en la categoría de guion original. Casi diez años después fue el turno de Tres anuncios para un crimen (2017), que recolectó siete candidaturas y ganó con justicia dos estatuillas, las de actriz principal y actor de reparto para Frances McDormand y Sam Rockwell.

Ahora es el turno de Los espíritus de la isla, que acaba de recibir nueve nominaciones y es una de las favoritas en la carrera de los Oscar 2023. De hecho, es una de las únicas dos entre las diez ternadas en el rubro de Mejor Película que además ha recibido nominaciones para su director y sus cuatro protagonistas principales (la otra es Todo en todas partes al mismo tiempo, la que más candidaturas ha recibido este año, con un total de once). Es sabido que reconocimientos como este, definidos muchas veces como “premios de la industria”, no necesariamente tienen a la calidad artística de una obra como principal elemento de evaluación a la hora de elegir a los ganadores. Pero en el caso de las películas de McDonagh, y en especial las dos últimas, ambos elementos conviven en saludable equilibrio.

Como en cada trabajo de este cineasta, en Los espíritus de la isla el drama vuelve a combinarse con un humor oscuro que en esta oportunidad llega a extremos siniestros. La película está ambientada en la Irlanda de los años ’20, poco después de que el país de los tréboles consiguiera su independencia de Inglaterra (1922), y en medio de la guerra civil que entre 1922 y 1923 sostuvieron los que estaban a favor de pactar con el Reino Unido y quienes se oponían. Dicho marco histórico no solo es importante porque se despliega como telón de fondo de la acción, sino porque el relato mismo puede ser visto como una alegoría que pone en escena de manera tan simple como efectiva aquella división fratricida. El talento de McDonagh reside en su capacidad para poner sus intenciones en acción, pero sin desatender una de las prerrogativas básicas del cine clásico: entretener.

La historia transcurre en una de las islitas que festonan las costas irlandesas. Se trata de un espacio ficcional en el que tendrá lugar un relato que, aun siendo perfectamente realista, se halla en el límite de lo fantástico. Ese carácter ambiguo ya aparece sugerido en el título mismo, en la mención de esos espíritus que son menos un ente que una entelequia, una idea antes que una presencia concreta. Ahí viven Pádraic y Colm, dos amigos de toda la vida que suelen pasar el tiempo entre charlas, en ese territorio en el que no hay lugar para mucho más que palabras. Pero una mañana Colm le dice a Pádraic que no quiere seguir siendo su amigo y le pide que ya no le dirija la palabra. De no hacerlo, cada vez que este vuelva a hablarle se irá cortando de a uno los dedos de una mano.
SI bien la premisa no está exenta de horror, McDonagh hace gala de una capacidad soberbia para que el humor disipe esas nubes oscuras sin perder tensión. Claro que la metáfora es evidente, sin embargo el director la alimenta con detalles sensibles e ingeniosos que hacen que la historia de esta enemistad imposible se vuelva entrañable. El elenco, encabezado por Colin Farrell y Brendan Gleeson, no solo ofrece labores individuales y colectivas estupendas, sino que también se convierte en garante de una propuesta capaz de sorprender y conmover en partes iguales.