Los desechables

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Entre el cine y el teatro

Nicolás Savignone es médico, cineasta e investigador teatral, y se las ingenia para combinar sus tres vocaciones: lo hizo en el documental Hospital de día (2013), donde retrató a pacientes psiquiátricos en un hospital público, y lo hace en Los desechables, película que no disimula su fuerte espíritu teatral. De hecho, su génesis se remonta a uno de los talleres de entrenamiento para actores y dramaturgos coordinado por Andrea Garrote, y es un producto colectivo del trabajo entre Savignone y los actores.

Se compone de cuatro escenas: las tres primeras muestran a tres parejas diferentes en conflicto, con una diversidad de registros, que van desde lo fantástico hasta lo dramático, siempre con un tono cómico general. Cada una de esas situaciones es independiente de las otras, pero en la cuarta, a la manera de las películas corales, hay un intento por unirlas: los tres personajes masculinos resultan ser compañeros de oficina. Este cuarto episodio, con un jefe impiadoso sometiendo a sus subordinados a apremios psicológicos e induciéndolos a la delación, rompe la línea de los anteriores, con una bajada de línea bastante obvia: intenta ser, a la manera de El método Grönholm, una muestra de la máquina de producir miseria y miserables en que puede convertirse una estructura burocrática, en este caso empresarial.

En menor o mayor medida, cada una de las escenas logra cierto funcionamiento -las dos primeras son mucho más sugerentes que las dos últimas, llenas de subrayados y guiños al espectador-, pero hay en ellas algo inacabado, como si fueran bosquejos de una obra que no llegó a plasmarse. Lo mismos ocurre con las actuaciones, que son aceptables como ejercicio de un taller teatral, pero trasladadas a la pantalla carecen de la suficiente consistencia para darle verosimilitud y fuerza dramática a una película cuya mayor virtud es la búsqueda de algo nuevo, aunque finalmente no lo encuentre.