Los cuerpos dóciles

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Fábula del abogado y los pibes chorros
Alrededor de la figura del abogado defensor García Kalb, con un caso de robo a una peluquería como eje, Los cuerpos dóciles sigue a su personaje logrando una confianza tal entre la cámara y aquello que filma que arroja al espectador a una realidad en crudo.

Cuando presenta un caso en tribunales, los jueces se dirigen a él como “doctor García Kalb”. Pero sus defendidos lo llaman Cacho. No hay mejor manera de definir a Alfredo García Kalb, abogado penalista especializado en la defensa de pibes (y no tan pibes) chorros, que suele usar el pelo largo y la barba crecida, es baterista de rock, fuma porro y en los 90 estuvo un tiempo en cana. Cacho cobra por su trabajo, tiene una buena casa y tres hijos rubios. Pero también es uno de ellos: festeja el Día del Amigo con varios de sus defendidos –que le están súper agradecidos, y si es así por algo será, estos muchachos no se chupan el dedo–, los trata de igual a igual, comparte sus códigos y, si pierde un juicio, se viene tan abajo como ellos. Alrededor de la figura de García Kalb, con un caso de robo a una peluquería como eje, gira Los cuerpos dóciles, que como toda muestra de cine directo sigue a todas partes a su personaje, logrando una confianza tal entre la cámara y aquello(s) que filma, que la cámara parece no existir. El resultado es que el espectador se ve arrojado, sin intermediación aparente, a un pedazo de realidad en crudo. Una realidad con la que decididamente no está familiarizado. Salvo cuando le toca vivirla del otro lado del mostrador social.

“Ese es el rol que vos tenés que interpretar”, le dice García Kalb a un cliente, sin cuidarse de hacerlo en voz alta, en medio de un juicio. Ganadora de tres premios en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (Premio DAC a Mejor Dirección, Premio Argentores al Mejor Guion, Premio Especial del Jurado Oficial de la Competencia Oficial), Los cuerpos dóciles no se permite el facilismo demagógico de hacer del abogado y de sus defendidos unos angelitos. Los dos pibes reconocen que entraron calzados a afanar a la peluquería, y además tienen antecedentes. “Estábamos re en pedo”, dice uno de ellos. “Estábamos tan empastillados que ni me acuerdo cómo me fui”. Como para todo abogado, a “Cacho” no le importa si son inocentes o no, sino que logren sacarla lo más barata posible. Para eso hay que hacer lo que hacen los abogados: representar roles, amañar datos, acomodar los hechos en beneficio de sus representados. Que estos pibes sean el piñón flojo del sistema económico y social es un tema que queda fuera del encuadre del documental, que se ciñe estrictamente a la figura de García Kalb y aquello que le es más próximo. Lo más cercano a una crítica más general es el momento en que el abogado hace mención a “los que creen que la cárcel sirve”, abriendo, para quien quiera hacerlo, una posible reflexión sobre otras formas de tratamiento del delito.

El modo en que ambos realizadores, Matías Scarvaci y Diego Gachassin (el primero es abogado y discípulo de Ricardo Bartis; el segundo, correalizador del magnífico documental Habitación disponible), logran instalarse dentro del medio que filman es al que todo realizador de cine directo debería aspirar. Scarvaci y Gachassin registran confesiones íntimas, como esa en la que los pibes le cuentan al abogado qué sucedió en realidad, tanto como los diálogos entre el abogado y sus defendidos en medio del juicio, cuando las papas queman. “Estamos hasta la pija”, repite García Kalb, intentando convencerlos de que admitan un grado de culpabilidad, para que les disminuyan la pena. “¡Mentiroso!”, le grita la madre de uno de los acusados a un policía que declara (falsamente) haber visto a su hijo con un arma en la mano. Los realizadores de Los cuerpos dóciles (un título enigmático) filman a García Kalb jugando Grand Theft Auto con su hijo (“¿cómo hago para robar la caja?”, le pregunta) y reuniéndose con clientes con el rostro cubierto, que lo vivan. Lo muestran hiperventilando en el tribunal y agarrándose la cabeza, tras haber perdido un juicio. Después se suben al asiento trasero de su auto y en un plano cinematográfico de gran belleza visual encuadran el espejo retrovisor. “Estoy cansado de toda esta realidad”, dice Cacho, menos abogado que nunca, y prende un porro, con la actitud inconfundible de quien necesita fugar por un rato de allí.