Los cuerpos dóciles

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - Tiempo de Pochoclos

El filme sigue la vida del abogado criminalista Alfredo García Kalb con sus clientes que no trata como tales. Es decir, comparte con ellos fuera de sus casos y juicios, además de reflexionar sobre su situación e, incluso, sobre su compartir. Lo que se observa se convierte en la cercanía de estos enjuiciados que usualmente tildaríamos de ‘villeros’ o ‘chorros’.

A Gachassin y Scarvarci no les interesa eso, sino humanizar el proceso judicial, a los cuestionados y al propio abogado. Esto lo logra narrando momentos cotidianos: los viajes con su asistente a ver a sus clientes, reuniones con éstos sobre el juicio o sobre otros temas, conversaciones con familiares, salidas del abogado con sus hijos, juegos con éstos, entre otros. Además, la película entrama esos momentos cotidianos sin excederse de tiempo. Apenas con 75 minutos de duración, se ven instantes muy sencillos de la vida de Alfredo, con los cuales se siente la rutina de él, no sólo como abogado sino como hombre argentino de unos cuarenta años.

Asimismo, se alternan épocas que se marcan con la longitud de su cabello para que eventualmente reconstruyamos la película con tales marcas, para que poco a poco entendamos que pasa mucho tiempo para llevar a cabo un juicio y, sobre todo, darlo por terminado. En este sentido, se matiza cierta crítica al poder judicial argentino, en vista de que Alfredo es un personaje real que el filme ficcionaliza.

Todos los elementos con los cuales trabajan los directores son muy sencillos. La actuación de García está desprovista de amaneramientos. Es directa y franca con cierto toque de dramatismo cuando es necesario. El resto del elenco trabaja en conjunto con roles pequeños pero valiosos por lo que representan dentro de la historia. En referencia al guión, deja entrever la importancia de cada personaje a la vez que muestra cómo Alfredo los guía entre conflictos y engaños judiciales.

Respecto a las decisiones musicales, acompañan la película sin perturbarla, incluso pasa desapercibida. La escena final donde Alfredo pasa las emisoras de la radio de su auto casi distraídamente hace pensar en cómo él pasa por cada caso de sus clientes sin perturbarse, preocupándose por cada uno de ellos sin perder los estribos a pesar de las injusticias. De esta forma, se habla de un proceso judicial que, si bien suele ser complicado en cualquier parte del mundo, se vuelve más engorroso cuando se trata de proteger a los más pobres. El mayor valor de la película es que no se empeña en victimizarlos o hacerlos inocentes. Por lo contrario, se interesa en retratar los recovecos de cada caso, sus complicaciones y sus posibles soluciones, a las que no se llega con facilidad.