Los convencidos

Crítica de Andrés Brandariz - A Sala Llena

VIVA LA RIVALIDAD

Durante la presentación a la que asistí de Los convencidos, Martín Farina ofreció algunos detalles con respecto a su método de trabajo pletórico de escenas y personajes, siempre proclives a reaparecer en diversos formatos. Son los actores sociales quienes despiertan su interés, a quienes registra y a quienes después va ubicando -en la medida en que lo juzga pertinente- en diversos proyectos. Podría pensarse su obra como un corpus uniforme, que de a poco va horadando para extraer piezas individuales: una suerte de archipiélago de películas, vinculadas a través de un mar de ideas.

El título nos anticipa algo de lo que veremos. A lo largo de cinco segmentos breves aparecen personajes que sostienen, enfáticamente, alguna postura: en el primero, una joven ha decidido cambiar su relación con el dinero de acuerdo a sospechosos lineamientos financieros; en el segundo, una mujer mayor busca conectarse con su intuición mientras su hijo, cariñoso pero un poco condescendiente, insiste en protegerla; en el tercero, el hijo de la mujer mayor se reúne con su grupo de amigos y evocan turbios episodios de infancia en un colegio parroquial (lo cual remite a su vez, a otros “convencidos”); en el cuarto, un grupo de jóvenes mira The Founder (2016) y discute en torno a un capitalismo que premia el éxito individual a costa de pisar cabezas ajenas; en el último, el dibujante Sergio Langer y Willy Villalobos debaten posturas antagónicas en torno a Roma de Alfonso Cuarón y su mirada con respecto al servicio doméstico.

En este conjunto de apariencia tan heterogéneo -homologado por la imagen monocromática y por cortes a negro que proponen intensificar la escucha sobre el estímulo visual- van apareciendo, de a poco, algunas constantes: la preocupación por hacer dinero, las diferencias generacionales y también el cine, tanto como referente como lugar de enunciación. Para ser una película en la cual se verbalizan tantas opiniones, la postura de la cámara parece ser la de una escucha acrítica, de prudente distancia. Es esta misma distancia la que abre la puerta también al humor cuando registra los silencios, titubeos, disparates y risas de los personajes, como si cualquier dogmatismo fuera susceptible de quebrarse o toda rivalidad pudiera diluirse con un buen chiste.

Estos elementos nos devuelven a la mirada del director, que incluso aparece de cuerpo completo en un partido de fútbol: pudiendo ser el árbitro, Farina se coloca en la cancha. “Vos querés contar historias para emocionar”, lo interpela la amante de las finanzas. Dudo que la reacción emocional sea el objetivo primordial de sus películas: sí creo ver en ellas una reafirmación de la horizontalidad, un intento de ubicar al espectador lo más cerca de estas conversaciones para que termine, inevitablemente, mirándose a sí mismo.