Los amores de Charlotte

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Charlotte atraviesa su adolescencia con todo el drama de sus 17 años: la ruptura con un chico que descubre que es gay, los paseos por la plaza con sus amigas, el alboroto y las carcajadas en un sex-shop, y la inolvidable voz de Maria Callas, que resulta ser la única que de verdad la comprende. Entre la angustia y la desorientación, Charlotte se presenta junto a sus amigas para un empleo temporal en una inmensa juguetería, que le ofrece la mejor oportunidad para conocer chicos y permitirse toda la libertad sexual que el despecho y las hormonas le despierten.

Desde la ciudad de Quebec y filmada en blanco y negro, la historia escrita por Catherine Léger y dirigida por Sophie Lorain redescubre los tópicos del coming of age desde una mirada desprovista de prejuicios sobre la sexualidad femenina y dispuesta a subirse al juego de seducción que conlleva todo tiempo de desilusiones amorosas y despertares políticos. Es cierto que nunca se corre demasiado de la fórmula, que algunos contrapuntos de carácter entre los personajes (Mégane es la amiga cínica; Aube, la romántica) funcionan como requisito del retrato, pero la película consigue vitalidad y frescura en las actuaciones, un uso inteligente de la mirada a cámara al pasar, casi como lazo de complicidad con el espectador, y la confirmación de que no hay como la guía de la Callas para alcanzar la dignidad cuando se sufre por amor.