Los amores de Charlotte

Crítica de Bruno Glas - EscribiendoCine

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“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica” decía Salvador Allende. Los amores de Charlotte (Charlotte a du fun, 2018) es una película joven sobre jóvenes. No llega a ser revolucionaria, ni pretende serlo, pero sí es vital, apasionada, enérgica.

Segundo largometraje de la realizadora canadiense Sophie Lorain, cuenta cómo Charlotte (Marguerite Bouchard), y sus amigas Mégane (Romane Denis) y Aube (Rose Adam), se meten a trabajar en una juguetería durante las vacaciones, al ver a sus atractivos empleados. Charlotte cortó con su novio luego de descubrir que era gay, y decide explorar más libremente su sexualidad con sus nuevos compañeros. Las cosas se complicarán cuando se dé cuenta de que estar con todos ellos forma parte de un juego que ya han armado.

Las comedias adolescentes suelen estar mostradas desde el punto de vista masculino. En este sentido, es interesante constatar cómo el film invierte la ecuación para mostrarnos la perspectiva femenina de la sexualidad. Esto lo hace Lorain a través de diálogos rápidos, cargados de humor e ironía. Véase, si no, la primera escena, con las tres chicas husmeando en un sex shop y comentando todo lo que encuentran. O el momento en que Charlotte advierte a sus amigas que hablen “con más cuidado” sobre su ex, para que, luego de un corte, la veamos a ella insultándolo a los gritos.

La narración avanza velozmente, muchas veces mediante elipsis, con el mismo desparpajo con que se mueven los personajes. La elección del lugar de trabajo como espacio de encuentro para la atracción no es arbitraria, ya que el espíritu libre que manifiestan es el mismo que puede sentir un chico suelto en una juguetería. Y todos ellos son mirados con la mayor calidez y cariño por la directora, que lejos de buscar aleccionarlos por su abierta sexualidad, deja que sean ellos quienes sostengan el peso del relato. Las miradas a cámara de Charlotte son la prueba más fehaciente de esto último.

La utilización del blanco y negro resulta llamativa. Su uso no es evocador, y me atrevo a decir que no refiere a una cuestión autobiográfica. La falta de un tono melancólico hace pensar que a una película tan suelta y ágil como esta no le hubiera venido mal el color.