Los amantes

Crítica de Sebastián Nuñez - Leer Cine

DUALIDADES

Luego de recorrer con éxito varios festivales y de obtener un consenso crítico muy favorable, llega la nueva película del director de Los dueños de la noche. Como es habitual en este cineasta, el relato se aproxima a las formas de los géneros clásicos: en esta ocasión es el turno del melodrama.

Cuatro películas componen hasta el momento la obra del cineasta norteamericano James Gray: las no estrenadas en Argentina Little Odessa (1994) y The Yards (2000), la excelente Los dueños de la noche (We own the night, 2007) y su más reciente film, Los amantes (Two Lovers, 2008), con el que el director consiguió consolidar un reconocimiento casi unánime por parte de la crítica mundial que lo elevó definitivamente a la categoría de autor.
Ser o no ser un autor es una cuestión que desvela en demasía a casi todos aquellos directores con inquietudes artísticas o que pretenden desmarcarse de un cine crasamente comercial, y es así como esa tentación autorista termina arruinado las potenciales obras de esos directores. Muchos de ellos, en realidad, están más preocupados en parecer autores que en realizar buenas películas. Gray, que se venía tomando su tiempo entre película y película, supo esquivar la tentación de ser (o parecer) un autor, apoyándose en la tradición del cine norteamericano, construyendo historias y personajes sólidos, y elaborando una puesta en escena -nunca grosera ni efectista- que permitía que sus relatos se mantuvieran dentro de los carriles de lo trágico y lo simbólico (carriles a los que el cine nunca debería renunciar). Así, siguiendo estos lineamientos, la excepcional Los dueños de la noche puede considerarse como la más lograda de sus películas, en donde Gray alcanzó la perfección narrativa y una profundidad simbólica bastante inusual para los estándares del cine actual.
En Los amantes, con la que su director debía repetir y sobre todo expandir lo logrado anteriormente, empiezan a divisarse algunos vicios propios de aquel que ya es considerado y se considera a sí mismo como un autor. Y como esos vicios no son tales para todo el mundo, muchas veces son festejados, y es por ellos justamente que se llegó a ese unánime reconocimiento como autor.
Sin embrago, el talento y la inteligencia de Gray hacen que su película, pese a todo, se dirija hacia lugares más interesantes.
La historia de Los amantes tiene como protagonista a Leonard (Joaquin Phoenix), un hombre de unos 30 años, judío, que ha vuelto a casa de sus padres luego de un frustrado intento de matrimonio. Leonard trabaja en la tintorería del padre, y sufre un trastorno bipolar. Preocupados por el bienestar de su hijo, los padres deciden presentarle a la hija del futuro socio de la empresa con una doble intención: encontrarle pareja a Leonard para sacarlo de su soledad y además consolidar el negocio y asegurar el futuro económico de la familia. Así llega Sandra (Vinessa Shaw) a la vida de Leonard, una bella y tranquila mujer, dispuesta a entenderlo a él y a su mundo. Sin embargo, al mismo tiempo aparecerá otra mujer, Michelle (Gwyneth Paltrow), una rubia vecina de la que Leonard se enamorará (o con la se obsesionará) y con la que Gray termina de construir el triángulo trágico de su película.
El gran acierto del director es llevar esta historia hacia el terreno del melodrama, género, o forma ejemplar del Hollywood de los estudios que supo reconfigurar la tragedia clásica protegiéndola de las reducciones médicas, psicologistas y sociológicas. Todos los padecimientos anímicos de los personajes son en el melodrama producto de pasiones imposibles de catalogar para la mentalidad pragmática. Es por ello que en Los amantes el trastorno bipolar de Leonard no es jamás explicado, ni siquiera se insiste en él: es más, dentro del registro simbólico del film, la mención de tal trastorno es más una referencia a las dualidades que se le plantean al protagonista que una justificación médica de sus acciones. Esas dualidades (las dos mujeres que a su vez representan la tradición familiar y un posible escape de ese ámbito, el trabajo en la tintorería de su padre y su vocación artística) son la representación de la incapacidad de Leonard de superar su estado anímico, de construir, de utilizar sus fuerzas vitales: en resumen, de vivir. Leonard es un personaje romántico, por ello se decide por Michelle, que es reflejo del amor-pasión y del amor-padecimiento. Él sabe, o podría intuir, a dónde lo llevará esa pasión-padecimiento, y sin embargo se entrega a ella sin más: incluso podría decirse qué el mismo fabrica a Michelle (ecos de Vértigo resuenan en este film). Su romanticismo es un estado de caída, de allí la escena inicial del film: un intento de suicidio, un arrojarse (dejarse caer) al agua (y una vez en el agua Gray completa el cuadro con la imagen difusa y fugaz de una mujer que parece salir de la imaginación de Leonard); y es esa caída constante la que permite la entrada de Michelle a su vida. La voluntad de Leonard, que él no puede suprimir nunca, se objetiviza y reafirma en la rubia mujer.
El final lo tendrá a Leonard regresando a casa, luego de un intento de fuga. Y no será un regreso feliz, sino resignado. Volverá a lo de sus padres, al ámbito familiar (apunte más que interesante de Gray: ya casi no hay tradición allí sino una mezcla desritualizada de fiestas: acción de gracias w.a.s.p, celebraciones judías, fiestas cristianas de fin de año conmemoradas también a la manera w.a.s.p). Si podrá superar su estado de caída, no lo sabemos. Si Sandra podrá sacarlo, tampoco. Hay ambigüedad y amargura en el final. Algo parecido sucedía en el final de Los dueños de la noche, sin embargo allí sí había una fuerte presencia de la tradición familiar y religiosa que permitía vislumbrar un refugio y un orden para sus protagonistas. Para Leonard, las cosas se intuyen más difíciles.