Los agentes del destino

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Los Agentes del Destino (The Adjustment Bureau) es una película correcta. Cuando hablo de esta corrección me acerco a la idea de lo bueno y lo malo que lleva asociado, porque es claro que entretiene, hay buenos actores, desarrolla una historia de amor en clara lucha contra el destino, posee esa onda vintage tan bella que resucito con maestría la serie Mad Men (uno de los agentes es de los principales de esa serie, el gran John Slattery), y que esta esa sensación de control total representado por este buró de agentes estilo CIA que expresan el espíritu paranoico de Philip K. Dick. Si hasta tenemos como gancho el poster de Matt Damon corriendo en claro recuerdo de la saga de Bourne! (el director fue guionista de la última de ellas) .

Pero cuando vamos recorriendo la película también está una historia que nunca termina de despegar, actuaciones que no sorprenden, arbitrariedad en ciertos actos (siempre justificados por una orden desde la autoridad superior que a modo Kafkiano, es imposible de encontrar) y parlamentos trascedentes, por demás pretenciosos.

En esta ponderación puede que salga ganando, pero es que esta suma no importa demasiado porque el cine es más que una ecuación... y principalmente porque la química de Emily Blunt y Matt Damon nunca termina de cerrar, no logran crear una mística o un enamoramiento convincente a la altura de este amor "único y de toda la vida".

¿Ese hombre abandona todo su supuesto destino de grandeza por ella? ¿Así de simple? (y eso que por Emily, más de uno lo haría). No termino de creerlo, en realidad, no se lo creo a ellos. Entonces no gana la emoción ni la simpatía, y eso, es fatal.

Porque ese motor que es el luchar contra el destino (obstáculo más grande que la vida misma), la gracia de los agentes y la fantástica persecución vía sombreros abre puertas (que no dejan que decaiga el relato y están más que bien) nos transmite la sensación de que el director George Nolfi sabe lo que hace, pero cuando vira hacia la filosofía trascendental, y la pretensión le gana a los gestos y al silencio, la película se vuelve bastante torpe y solemne. Y si además ante tan difícil empresa, ante la lucha contra Dios (o quien sea) y su séquito de men in black uno decide resolverla con obviedad y sin un ápice de épica... Nos terminamos sintiendo perdidos en las calles de esa ciudad tenue, ajena y apática.