Los agentes del destino

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

Variaciones sobre el amor

Gracias al vigoroso circuito de cine alternativo que se ha consolidado en la ciudad, la heterogeneidad sigue presente en nuestras carteleras cinematográficas: los grandes complejos apuestan cada semana al cine norteamericano, mientras el resto de las salas permite acceder a una variedad realmente estimulante de cinematografías del mundo, argentina incluida. Por una vez, esta columna intentará abarcar las diferentes variantes, a sabiendas de que el resultado se verá indefectiblemente afectado (pues la síntesis, virtud de los grandes, conspira en contra de aquellos que necesitan espacio para desarrollar sus argumentos).

Del lejano norte nos llegó otro filme que se propone tratar grandes cuestiones metafísicas, a través de un thriller romántico con aspiraciones de masividad, o más bien de una particular conjunción de géneros. Los Agentes del Destino es un filme que aspira a ser tanto una épica romántica de aires clásicos (con Las alas del deseo como gran inspiración) como un thriller pop de ciencia ficción, capaz de plantear especulaciones filosóficas acerca del destino de los hombres y la posibilidad del libre albedrío. Basado en un cuento de Philip K. Dick, el filme es un pastiche típicamente hollywoodense, que si se salva de caer en el más craso ridículo (nótese que se habla en potencial) es apenas por un par de factores: la actuación de sus protagonistas, la decisión de no tomarse muy en serio a sí misma (al menos hasta el final), la voluntad genuina de explorar diversos géneros. Matt Damon compone a un joven y prometedor político en ascenso, con posibilidades de llegar al Senado, que en un encuentro casual conocerá a Elise (Emily Blunt), una hermosa y desafiante bailarina, de la que se enamorará a primera vista. Pronto, sin embargo, se cruzarán obstáculos en su camino, los llamados agentes del destino, especie de entidades superiores con apariencia humana que intervienen en el mundo para lograr que se cumpla el plan diseñado por un ser al que denominan Presidente, y que precisamente no quiere que David y Elise se unan. David no sólo los descubrirá, sino que se enfrentará a ellos, aunque en cierto momento deberá elegir entre seguir su destino o apostar a una relación que parece condenada por fuerzas que lo superan. Formalmente convencional, acaso lo más interesante del filme sea la decisión de construir el mundo de los agentes del destino como una institución burocrática del Estado, donde una entidad superior dirige las acciones de estos funcionarios, metidos en un escalafón estricto que les impone obediencia debida (y que frustra sus deseos de trascendencia). Una posición que revela no sólo la concepción política sino también estética del filme (que remite a los viejos seriales de espionaje de los años ´50).

Diametralmente opuesta es la propuesta que el jueves estrenará el Cineclub Municipal Hugo del Carril: el filme Lo que más quiero, ópera prima de Delfina Castagnino y nuevo ejemplo de la rigurosidad del cine joven argentino (fue premiada en el Bafici 2010), que irá junto a la que quizás sea una de las mejores películas que se verán este año en nuestros cines, la italiana Le Quattro Volte (que se proyectará en 35mm), de Michelangelo Frammartino (y que el autor desistió de comentar debido a que la vio hace un año). Minimalista en su concepción argumental, pero maximalista en sus ambiciones formales, Lo que más quiero es un filme sobre la amistad y el crecimiento, que se centra en las experiencias vividas durante una semana por dos amigas en los campos de Bariloche. María (María Villar) ha venido de Buenos Aires a visitar a Pilar (Pilar Gamboa), que ha perdido a su padre recientemente y tiene que hacerse cargo de su negocio. La visitante está escapando además de su novio, con quien las cosas no andan bien, y quizás espera encontrar algunas respuestas. Ambas se encuentran en un momento de crisis y de cambio, aunque se puede adivinar que ninguna sabe muy bien qué es lo que quiere. Un encuentro con amigos, una fiesta en el pueblo, un paseo por el río y otro por el bosque serán todas las anécdotas de la película, que en la atención a los detalles irá descubriendo los procesos internos que vive cada quien, y cómo reaccionan a su entorno. Con planos medios casi siempre fijos, con la cámara colocada a una distancia que se irá acortando con el correr de los minutos, Lo que más quiero es un filme de una conciencia formal infrecuente, cuya historia (o guión) paradójicamente no siempre está a su misma altura (ver la escena con los empleados del aserradero), aunque el resultado final siga siendo más que gratificante. La humanidad y la honestidad son, en definitiva, los faros luminosos de esta película que hace de la observación atenta su principio narrativo, y de la naturalidad expresiva su centro filosófico, capaz de abordar (ahora sí) grandes temas de la condición humana con sencillez, humildad y por supuesto profundidad.

Por Martín Ipa