Los agentes del destino

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Bien.

La opera prima de George Nolfi comienza con flashes e inserts de la meteórica carrera de David Norris (Matt Damon), un joven aspirante a congresista por Nueva York, con un enorme talento para ser popular y uno igual para arruinarlo todo al no medir las consecuencias de la exposición pública. El día en el que pierde la elección por goleada, David decide hacer un alto en el baño del Waldorf Astoria, en donde ensaya el discurso de acepción de la derrota. Se pasa un rato ahí. Digamos 6 tomas de Damon pensando, parado, sentado, otra vez parado, dando vueltas y hablando en voz alta. Luego, de uno de los compartimentos del baño sale Ellise (Emily Blunt), no sabemos si por estar apurada o harta de escucharlo hablar solo. Ella explica que está ahí porque se coló en un casamiento pisos arriba, algo que no le cayó nada bien ni a la gente de seguridad, ni al espectador reticente a situaciones “tiradas de los pelos”. Hablan un poco. Se miran. Se enamoran. Quedan en verse pronto.

Hasta aquí la historia tiene todas las características de un romance clásico (bien filmado y con una excelente química entre ambos actores); pero aparecen tres sujetos de traje y sombrero en la terraza del edificio que están preocupados por lo que sucedió en el baño. Consultan un cuadernito y se miran consternados. Resulta que esta gente trabaja para alguien a quién ellos llaman “El jefe” (usted y yo llamémoslo Dios, aunque el film se ocupa específicamente de evitar la mención de ninguna religión) El cuaderno que tienen en sus manos es el libro en donde El Jefe escribió el destino de todos los habitantes del planeta Tierra. Para los ojos del espectador lo que se ve en el cuaderno parece un plano de cañerías más que el del designio de la humanidad, pero ellos lo entienden. Claro, cuando algo de este plan se altera, los agentes entran en acción para volver a encauzarlo. Por ejemplo, David y Ellise no deberían haberse encontrado jamás, por eso invitan al joven a olvidarse de ella bajo amenaza de borrarle la memoria completa. No se ofenda si llego hasta aquí con la trama; pero no quiero alterar su destino como espectador, aún si el plan urdido por el guionista y concretada por el director se caiga a pedazos.

El tema principal de esta realización es (o quiere ser) la confrontación del concepto bíblico del libre albedrío versus el supuesto plan que tiene El Jefe. Aquello de que “todo está escrito”. A mí el tema me pareció interesantísimo e intrigante y de hecho el director sabe llevar muy bien la introducción de la historia, justo hasta las puertas del desarrollo. Durante el mismo da la sensación de que la idea le quedó demasiado grande. La justificación elegida por el guionista para desatar el conflicto entre ambas posiciones (y el deseo de David y Ellise de seguir viéndose) es la casualidad. Simplemente los agentes (por más poderes y recursos que tengan) no pueden controlarla, con lo cual tener ese cuadernito del destino es como tener la guía “Filcar” sin las líneas de colectivos. En lugar de ir a fondo con la propuesta y desarrollar su planteo filosófico, el film derivó en una simple historia romántica, con mucho caramelo chorreando de la pantalla y el “original” mensaje de que el amor todo lo puede.

Salvo los rubros técnicos, “Los Agentes del Destino” queda como una excelente idea de la que el director no quiso (o no supo) hacerse cargo.