Los agentes del destino

Crítica de Fernando López - La Nación

A los humanos no se les puede dejar libertad para que decidan qué hacer con sus vidas. En general, cada vez que se les dio esa oportunidad, lo único que hicieron fue llenar el mundo de calamidades, como lo ha comprobado la misteriosa fuerza sobrenatural que, según esta especie de fábula metafísica libremente basada en un relato de Philip K. Dick, asigna un destino para cada uno y no admite desvíos ni rebeliones. Para eso cuenta con un ejército de agentes (¿ángeles?) que andan entre los mortales y los vigilan de cerca para que nadie se aparte un milímetro del libreto que el ser supremo, el presidente o comoquiera que se llame, escribió para cada uno.

Por supuesto, nadie sabe que todo ya está escrito, pero nunca falta el que ignora las señales del destino y pretende elegir su propio rumbo. Entonces entran en acción estos poderosos agentes de riguroso sombrero que abren puertas prodigiosas (comunican, por ejemplo, el Museo de Arte Moderno con la Estatua de la Libertad) y utilizan todos sus poderes para que el rebelde retome su ruta.

Debe suponerse que se les presta especial atención a los destinos excepcionales y el de David Norris lo es. Político carismático de extracción popular (puede vislumbrarse para él un futuro presidencial), justo cuando acaba de perder una banca en el Senado, se cruza por casualidad con una desconocida (bailarina ella) que lo enamora instantáneamente. Se comprende, porque parecen hechos el uno para el otro y además hay muy buena química entre Matt Damon y Emily Blunt (tanta que las escenas que comparten son el principal atractivo del film). Pero no son ésos los planes que fueron previstos para Norris, y la película entera se dedica a describir la larga batalla que libra este romántico incurable contra los poderosos agentes que lo alejan del objeto de su amor y levantan infinidad de obstáculos para impedir el encuentro. No importa: él insistirá. Ya se verá si el amor es tan fuerte como para reescribir unas páginas del libro del destino.

Determinismo versus libre albedrío es el tema, y resulta tan prometedor en un comienzo como decepcionante después, cuando el film se vuelve solemne y errante (a veces también un poco tonto y otro poco sentimental) y cuando la fantástica condición de los extraños agentes exige demasiadas (y engorrosas) explicaciones que Nolfi detalla con entusiasmo.