Los agentes del destino

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Nada más libre que el amor

La mayor virtud de Los agentes del destino consiste en plantear en la pantalla una serie de problemas y dilemas filosóficos que rara vez el cine desarrolla de un modo tan directo. La pregunta clave que se formula es ¿los actos humanos son libres o responden a un plan desconocido? La película protagonizada por Emily Blunt y Matt Damon pone en acción este interrogante en el contexto de una historia de amor. Él interpreta a David Norris, un joven candidato a gobernador del Estado de Nueva York; Ella, a Elise Sellas, una talentosa bailarina inglesa. Se cruzan por azar y los dos sienten en el primer contacto que están hechos el uno para el otro.

¿Pero qué pasa que les cuesta tanto volver a verse después de ese flechazo inicial? Pronto él descubre que hay una fuerza que actúa en contra de su amor y esa fuerza está encarnada en unos personajes ataviados con sombreros, trajes y corbatas, que hacen lo imposible para impedirle que se reencuentre con Elise. Son los agentes del destino. Equivalentes actuales de los dioses olímpicos, se encargan de que se cumplan los planes trazados para cada persona y los planes para ellos no son precisamente que formen una pareja ni que vivan juntos.

Si bien los escenarios son estrictamente contemporáneos, todo el asunto remite a la literatura griega antigua o a su variante romana, en las que dioses y humanos se entreveran en múltiples enredos, con consecuencias más o menos letales, la mayoría de las veces para los seres humanos. La gran diferencia es que en Los agentes del destino no hay ninguna necesidad intrínseca más que la ocurrencia del guionista (extraída de un cuento de Philip K Dick ) para contar la historia de ese modo. Lo que no sería un inconveniente si la ocurrencia a la vez no pretendiera ser justificada con discursos grandilocuentes de estos dioses con sombrero, traje y corbata.

La ansiedad por encontrar nuevas formas narrativas (o reciclar antiguas formas) es un signo de salud de la industria y si ha funcionado en la televisión también tendría que funcionar en el cine. El problema en este caso es que ni la base sobre la que se sostiene toda la arquitectura argumental (una simple historia de amor) ni las peripecias que deben vivir los personajes acompaña esa ambición de innovar y por momentos sólo se repiten fórmulas gastadas. Además, parece una contradicción defender la libertad contando una historia cuyo final es obvio desde el principio.