Los adoptantes

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"Los adoptantes", la comedia que no fue

Como sucedía en Margen de error, estrenada poco tiempo atrás, Los adoptantes naturaliza las sexualidades alternativas, dejando de lado toda épica genérica y ubicando a una pareja gay en una fluida interrelación con sus semejantes. A Pity y Panda les pasa lo mismo que podría sucederle a cualquier pareja straight de cuarenta y pico. Se aman, barajan la posibilidad de casarse, sueñan con un hijo (adoptivo), tienen éxito en sus trabajos. Este último dato merece un aparte. Como en nueve de cada diez comedias (ésta lo es), Los adoptantes se desentiende de toda ilusión de realismo social y transcurre en una burbuja de departamentos de 250 m2, quiches Lorraine para la cena y aperitivos de ciruela y bacon (no panceta) con pomelo y jerez para las fiestas. Todo esto es producto de determinadas decisiones y recortes, y como tal está fuera de discusión. El problema de Los adoptantes no es lo que se propone, sino la forma en que lo materializa.

Pity (Diego Gentile, conocido sobre todo como el novio infiel del último episodio de Relatos salvajes) es actor, pero debe su éxito a la tele: es un popular conductor de programas de entretenimientos, estilo Marley. Panda (Rafael Spregelburd) es un estanciero que reconvirtió sus campos de soja en otro cultivo. O sea: un estanciero con consciencia ambiental. Pity y Panda son, por lo que puede verse, pareja desde hace tiempo. A Pity le gustaría casarse, Panda no está tan seguro. Pity empuja a Panda a adoptar un chico, antes incluso del casamiento, y para ello inician los trámites. Allí se desayunan con que existen dos posibilidades: esperar unos diez años para adoptar el niño soñado, o, si quieren uno ya, conformarse con algún chico que padezca alguna enfermedad.

Basada en una idea original del catalán Cesc Gay (Krámpack, Truman), Los adoptantes abunda, como toda comedia, en personajes secundarios y líneas narrativas, que en este caso le disputan metraje (y en alguna ocasión se lo ganan) a la historia central. Es el caso de la hermana de Pity (la excelente Valeria Lois), con su separación en puerta, su bebé en brazos y el pedido al hermano para que le cuide a la nena, y una Florencia Peña caída del cielo, decidida a todo con tal de ser inseminada por Pity. Otros personajes que rondan a los protagonistas son la mamá de Pity, que no tiene caracterización (Soledad Silveyra), la directora de su programa (Marina Bellatti, que aporta algún chascarrillo), el capataz de Panda (Guillermo Arengo) y, sobre el final, una figura muy importante para Panda, que es adoptado (Mario Alarcón). Quedando a veces de lado, la historia de la pareja central, con sus diferencias, su separación eventual (instancia clásica de toda comedia romántica) y su busca de adopción.

Más allá de esos desbalances estructurales y de obviedades elementales, como la aparición de dos huerfanitos “perfectos”, de previsible destino, el mayor problema de Los adoptantes es que quiere ser comedia y no puede. No tiene gracia, la comicidad es forzada, no logra dar con la fluidez necesaria y en ocasiones las escenas se cortan cuando deberían continuarse, como una en la que Florencia Peña crece y el montaje la deja afuera.