Los 4 fantásticos

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

No cumple con las expectativas: flojo debut de los "Los 4 Fantásticos"
El relanzamiento de Los 4 Fantásticos sigue sin hacerle honor al cómic, aun cuando la intención sea respetar el espíritu original.

Talón de Aquiles del gesto de adaptar la historieta al cine, Los Cuatro Fantásticos se merecen todavía una aceptable versión que les haga justicia, incluso después de este flamante relanzamiento de la Fox –productora responsable de la más digna franquicia dedicada a los X-Men- dirigido por Josh Trank (Chronicle). La moción de poner a un ascendente director indie en los controles emula al de Marc Webb con el Hombre-Araña, pero aquí el pase al mainstream es menos esplendoroso: no hay nada fantástico en Los Cuatro Fantásticos, una tímida y dubitativa intención de respetar el espíritu de las geniales e imaginativas creaciones de Stan Lee y Jack Kirby.

Reed Richards (Miles Teller, el baterista de Whiplash) es un joven de ambiciosas aspiraciones científicas que quiere descubrir el misterio de la teletransportación. El Dr. Storm (Reg E. Cathey) ve en él a un talento y lo convoca para trabajar en su instituto Baxter codo a codo con su hija adoptiva Sue (Kate Mara) y Victor Von Doom (Toby Kebbell). Los varones del experimento –a quienes se suman Ben Grimm (Jamie Bell), amigo de la infancia de Reed, y Johnny Storm (Michael B. Jordan), hijo rebelde y propenso a las picadas de Storm- se portan mal: cuando todos duermen aprovechan para pasar al otro lado del portal cuántico hacia un mundo árido habitado por radiaciones verdosas que los afectan. En el camino pierden a Von Doom en un abismo y al volver contagian a la sorprendida Sue, con lo que la mutación es completa.

Pasada una hora emergen las criaturas, todo lo que el filme parece tener para mostrar, y de hecho ahí la cuestión se agota. Las posibilidades plásticas de un hombre de goma, una antorcha humana, una mujer invisible y un gigante de piedra son despreciadas por la perezosa tecnología digital con La Cosa como principal saldo: su cuerpo, salido de una pesadilla de Pixar, parece hecho más de crocantes galletas chips que de dura roca.

Después vendrán escenas de acción apresuradas y elipsis torpes que impiden construir toda épica, diálogos ceremoniosos, embestidas de música clásica y un villano –el mismo Von Doom convertido en el nihilista y robótico Dr. Doom, mezcla de Hombre Bicentenario y Terminator- que quiere acabar con el mundo sin pena ni gloria. El aggiornamiento –Sue escucha Portishead, Reed se saca selfies y tiene Instagram y protagoniza un lamentable ¡plop! final, el Johnny Storm de piel negra suma corrección multicultural cool- tampoco hacen más fresca una adaptación que al confundir respeto con pacatería acaba traicionando el aura original.

El resultado: un ingenuo y aburridamente romántico filme de ciencia-ficción y aventuras. Superada la etapa de congraciar a los fans del noveno arte en el salto cuántico hacia el séptimo, los filmes de superhéroes deben buscar otros portales creativos si pretenden resultados fantásticos.