Looper: asesinos del futuro

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

El Futuro ya está aquí

La ciencia ficción y el cine apocalíptico han tenido un año prolífico en 2012, no sólo en el imperio del norte, aunque lógicamente allí se concentró la mayoría de las producciones. ¿Será acaso la traducción cinematográfica de una crisis económica que parece no tener fin? O mejor, ¿cómo hace Hollywood para representar aquello que vivimos en su universo simbólico? Al autor se le ocurre que un buen filme para desplegar estas especulaciones es Looper: asesinos del futuro, fulgurante promesa del mainstream hollywoodense para una temporada donde si bien hubo cantidad, en general estuvo reñida con la calidad (y también con la originalidad, ya que las remakes volvieron a ser mayoría). Firmada por la otrora promesa del cine norteamericano Rian Johnson, muy recordado por su opera prima Brick (2005), Looper es un típico producto de nuestro tiempo: un híbrido de estéticas, temas y referencias múltiples, que construye su poética en una intersección lúdica de influencias diversas (que van de Terminator a los X-Men o Niños del hombre) aunque inscriptas en una fuerte tradición genérica. La diferencia con las meras copias que nos suelen llegar cada semana, es que esta vez detrás de todo hay una idea, o al menos una dirección de la puesta en escena con la suficiente pericia como para orquestar un filme con cierto vuelo propio, aunque no alcance para construir una mirada personal (autoral) del mundo.

El primer plano es preciso: un reloj antiguo marca el tiempo, que será uno de los temas del filme. El segundo plano ya será general, y allí nuestro protagonista llamado Joe (Joseph Gordon-Levitt/Bruce Willis) asesinará a otro hombre que aparecerá de repente en la imagen, sobre una tela ya preparada previamente para envolver el cuerpo. Ocurre que Joe es un “looper” (que viene de “loop”, término que utilizan los DJ para calificar secuencias musicales que se repiten), un asesino a sueldo que trabaja para una mafia del futuro, que le envía sus víctimas desde el año 2074. El presente del filme es 2044, y constituye por supuesto una extensión distópica del momento actual: la anarquía domina el espacio público, que se rige por la ley del más fuerte, como en las peores épocas del far west. Pero la influencia más evidente en Looper no es el western sino el policial negro, como lo atestigua la estética retro de los escenarios y las vestimentas, o la iluminación de tonos oscuros, que oficia de tenebrosa premonición. Porque pronto las cosas se complicarán para Joe y compañía, ya que un líder del futuro comenzará a liquidarlos mediante el simple operativo de enviarles su propio yo, con la última paga, para que ellos se asesinen, sin saberlo, a sí mismos (o a su versión madura: desde entonces tendrán 30 años para disfrutar del dinero). Pero el Joe de 2074 (Bruce Willis) se logrará escabullir de su versión juvenil, y allí comenzará una triple persecución: de los mafiosos a los dos Joe, del protagonista a su versión madura y de éste a tres niños que podrían ser aquel líder del futuro (apodado caricaturescamente el “Maestro de la destrucción”) para asesinarlos. Una madre desesperada (Emily Blunt), un posible romance y un niño de tintes malévolos con poderes de telekinesis completarán el combo.

Formalmente elegante, Looper ostenta un aliento clásico en su narración: el relato en off de Gordon-Levitt organiza la historia y simplifica sus supuestas complejidades (un buen diálogo llama a desentenderse de las especulaciones espaciotemporales), Rian Johnson construye una dialéctica fluida entre planos detalles (siempre funcionales, utilizados para dar información), planos medios y planos generales (que suelen usarse para las escenas de violencia), que reniega del golpe de efecto fácil. Por ello, es revelador el modo en que se filma y se narra la violencia: no sólo por el uso del plano general en los asesinatos, sino por la apuesta al fuera de campo o incluso a la abstracción (es decir, la no representación) de momentos álgidos de la acción (donde otros harían lo contrario: engolosinarse con la sangre), lo que no le quita contundencia al filme, más bien al contrario. El gran despliegue visual de la película está subordinado así al relato, casi nunca se pone por encima de él, aunque no resigna (el relativo) riesgo ni personalidad. También es clásica, y pertinente, su lectura del mundo: la moral ha muerto y de lo que se trata, en definitiva, es de reponerla, o en otras palabras sigue el clásico formato del antihéroe que busca redimirse por amor. Pero como dijimos Looper es un filme de muchas caras, por lo que Johnson caerá progresivamente en lugares comunes, tanto temáticos como formales, que comenzarán a contradecir los valores nombrados: la irrupción del niño malvado es elocuente, con la introducción de los ralentis típicos de las películas de superhéroes (y un asesinato filmado como el sumun de la estetización de la violencia). Los efectos especiales ganarán espacio a la puesta de cámara, al uso de la profundidad de campo y al plano secuencia, y la banalidad y la solemnidad comenzarán a imponerse en la trama, revelando la auténtica cara de Looper: un filme ecléctico, hecho de algunas buenas ideas, pero también varias de las otras.

Por Martín Iparraguirre