Looper: asesinos del futuro

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Volver al pasado

Así como el argumento de Looper: asesinos del futuro opone dos tiempos del futuro (2044 y 2074) y dos actores-generaciones: Joseph Gordon-Levitt y Bruce Willis, así también el filme –tercero de la otrora promesa indie Rian Johnson- podría dividirse en dos mitades: una interesante, la segunda fastidiosa.

La película comienza de la mejor forma, con una Kansas decadentemente futurista en la que sí, proliferan detalles tecnológicos como pantallas en las paredes, motos que se desplazan al ras del piso, una droga que se aplica como gotitas para el ojo y el dato de que “un 10 % de la población tiene telekinesis”, pero por lo demás la ciudad luce lóbrega, descascarada, “retro”: se ven logos de Budweiser, se escucha música country.

Y un grupo de gángsters llamados loopers utilizan las viejas pistolas de siempre para ejecutar a las víctimas de un futuro de tres décadas más adelante y así salir indemnes del asunto, en baldíos o descampados donde el condenado a muerte aparece teletransportado. A eso se dedica Joe (Levitt), un joven matón que sueña con robarse parte del botín y escapar a Francia hasta que su Joe del futuro (Willis) se le aparece como víctima y escapa, y al que ahora tiene que aniquilar antes de que los loopers se lo carguen por haber fallado. A la vez, el Joe “maduro” debe evitar que un tal “Maestro de la Destrucción”, que ahora es niño, asesine a su amada mujer asiática en el futuro.

A pesar de su nombre (Looper, que refiere a loop, una secuencia que se repite de manera constante y que puede asimilarse a una circunferencia), la cinta de Johnson es lineal, sin adornos o complicaciones temporales. De hecho Joe/Willis le dice a su yo joven, en una conversación que suena a auto-guiño en un restorán tarantinesco: “no tiene sentido hablar de viajes en el tiempo, perderíamos el día haciendo diagramas”.

Y es esa frugalidad la que se agradece de Johnson en la primera mitad del filme, de ritmo sostenido, atractivos decorados y escenas de acción espaciadas y anti-espectaculares, secas y pudorosamente folletinescas como las de los hermanos Coen.

Pero si hasta ahí el filme de Johnson podría definirse como un original noir de ciencia-ficción con destellos western, Looper después derrapa hacia un thriller gótico en el que Tenemos que hablar de Kevin se fusiona con el peor M. Night Shyamalan en la figura de un niño de diez años que tiene peligrosos berrinches de telekinesis (hijo de la granjera Sara/Emily Blunt, quien está muy bien con su rostro de expresión impasible).

Así, Johnson pasa de emular la artesanía de género de los Coen a concebir su inquietante reverso: un cine que disfraza el más trillado rubro pochoclero con retoques “de autor”. En una escena, un barbado Abe (Jeff Daniels), jefe de los loopers, le dice al joven Joe al despreciarle la campera: “Es una copia de las películas que copian a las películas. Es muy siglo XX”. Eso es Looper: más un pastiche del pasado que un hallazgo del futuro.