Looper: asesinos del futuro

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

¿Cuántos planteos se pueden hacer en una misma película? La cinematografía no pone límites más allá de aquellos que marca el sentido común. Por eso es riesgoso para un artista no saber discernir entre idea y propuesta. Si esto no está claro se torna difícil para todos, especialmente con la ciencia ficción en donde el espectador debe poner más de sí mismo, en pos de creer en algo que no existe.

¡Ojo, ojito, ojazo! (como decía Pepe Biondi).

En este género lo importante es el verosímil. Hector Hochman, un colega (y a partir de tal circunstancia un amigo), logró expresar en palabras sencillas aquello que a uno se le hacía complicado de explicar. Conversábamos (discrepando) sobre mi amor por la filmografía de Steven Spielberg (el piensa distinto), pero aquella vez él mismo no pudo dejar de admitir la regla básica de éste gran cineasta, "instalame la idea", -dijo Héctor- "mosquito prehistórico petrificado en resina. Siglos después sacamos el ADN y clonamos un dinosaurio, LISTO! ¡COMPRÉ! Ahora vendeme lo que quieras". Esta frase se convirtió en un termómetro perfecto para medir este género.

En la primera escena de “Looper, asesinos del futuro” se cumple a rajatabla aquello que pregonaba el gran maestro Alfred Hitchcock de “enganchar” al espectador.

Año 2044. Texas. Un descampado. Joe (Joseph Gordon-Levitt), escopeta en mano, alterna su mirada entre un reloj y una manta de plástico que yace en el piso a un metro y medio suyo. Tres segundos después, en la manta aparece, de la nada; un hombre arrodillado, atado de manos y encapuchado. Joe le vuela el corazón a quemarropa. Obviamente, todos quedamos enganchados.

A partir de ese momento la voz en off del protagonista nos explica lo que acabamos de ver, en lugar de dejar fluir la información y que el espectador construya el mundo.

Son decisiones, lo sé. No está ni bien ni mal.

La información, entregada en un rápido parlamento, indica que 30 años después de la fecha en la que estamos se inventa la máquina del tiempo, la cual es defenestrada por la sociedad y se usa en forma clandestina. Las corporaciones la tienen para enviar "mafiosos" al pasado a los efectos de ser liquidados por agentes que, una vez consumado el hecho, eliminan el factor de "competencia" en el futuro. Se llaman Loopers. Estos hombres son contratados para matar a los viajeros en el tiempo hasta que los mandamases deciden terminar el vínculo, en cuyo caso… bueno, no hay que dejar cabos sueltos ¿se entiende? (hay un gancho en esto que no conviene revelar)

El problema es que la propia voz de Joe es la que al tratar de instalar el verosímil de esta historia de ciencia ficción, pisa el palito de la lógica y todo queda desdibujado. Insisto en no revelar nada, pero con hacerse sólo una pregunta alcanza para que se caiga el castillo de naipes.

Luego de esa primera escena que tiene fuerza propia, uno sigue adelante pero con preguntas que quedan flotando. Cuando aparecen las respuestas ya no creemos nada, aún con la sólida construcción de personaje de Bruce Willis.

Para colmo de males, la película se suicida al intercalar una historia que no sólo va dejando de lado la trama principal; sino que la hace mutar en otra cosa más cercana a “X-men” (serie de TV iniciada en 1992), con una escena conceptualmente calcada de “X-men III” (película de 2006).

Para hacer este viraje fue necesario un momento de transición que se hace eterno, al punto de provocar bostezos. La estética elegida es, al menos, extraña. Como si se hubiera quedado a mitad de camino. Joe, camina, se viste, habla y se peina como un muchacho salido de “Rebelde sin causa” (1955) después de la gomina.

Un apartado merecen las escenas de acción. Varias veces en este relato estamos pendientes de amagues de tomas a-la-“Matrix” (1999), que cuando arriban a la estética de suspender en cámara lenta lo que sucedería en un segundo, la intención dramática ya no tiene sentido. Esta falta de "timing" conceptual es coherente con los baches narrativos producidos por diálogos inútiles, como si el realizador no se hubiera dado cuenta que todos los actores de esta película tienen el oficio gestual de transmitir lo que les pasa.

En términos de edición (especialmente en música) hacer un "loop" es repetir una misma secuencia rítmica. Por definición no tiene comienzo ni final. Es como un círculo vicioso. Interesante concepto entonces, el título de Looper.

James Cameron resolvió el círculo con una foto en “Terminator” (1984). Así, el espectador era el encargado exclusivo de determinar el final. También lo hizo Terry Gilliam en ”12 monos” (1995). Se ve que el director de esta película no vio ninguna de las dos. Y eso que contaba con la ventaja del nombre. Que pena.