Longchamps

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Perdidos en la realidad

Longchamps, segundo opus del realizador Andrés Andreani, podría llamarse también Temperley o Avellaneda y sería igual de perturbador o desconcertante para todo aquel espectador que intente sumergirse en esta propuesta radical y a contra corriente de cualquier tipo de cine convencional, incluso desde sus manifestaciones más independientes o experimentales.

Para tratar de analizar de alguna forma este proyecto no puede soslayarse la forma antes que el contenido porque la primera reflexión que habilita Andreani, proveniente del terreno teatral, se concentra en la representación cinematográfica en toda su esencia, a partir de un arriesgado mecanismo donde ocho cámaras rodaron en simultáneo pequeñas situaciones interpretadas por 24 actores entre los que puede reconocerse a Ignacio Huan de Un cuento chino y a otros ya aparecidos en cortometrajes del director como Segunda Magenta.

A partir del montaje de lo que esas cámaras registraron en una hora en el espacio de una casa y sus alrededores, se van construyendo las subtramas mínimas de un cine experimental -de ahí su acotado estreno en el centro cultural de la cooperación- que utiliza el fuera de campo como amenaza latente de una Tercera Guerra Mundial, donde la salvación de todos aquellos que están en el espacio de esa casa consiste en encontrar una partitura musical correspondiente al final de la obra Turandot.

El extrañamiento y el extravío, así como la búsqueda de una identidad son el eje rector de la trama central que conjuga por un lado a los músicos que están allí para interpretar la partitura; a aquellos personajes que no saben quienes son, producto de un juego perverso de una hipnotizadora y a otros seres desperdigados que intentan encontrar un sentido a todo antes que el mundo estalle por la guerra.

Así como en su opera prima Novak, Andrés Andreani convertía el particular escenario geográfico del Bafici en un espacio reflexivo sobre la búsqueda de la identidad y además se animaba a mirar a una fauna muy singular como la cinefilia desde un ángulo novedoso, con esta nueva y transgresora obra deja la puerta abierta para preguntarnos cuáles son los límites del cine como vehículo narrativo; cuáles son los prejuicios que se deben derrumbar a la hora de plantear un modo de representación como en algún momento lo hicieran los daneses del Dogma 95 y generaran una enorme crisis y polémica en el ámbito cinematográfico y de la crítica como parte de un juego provocativo porque en definitiva de eso se trata el arte: de pensar, cuestionar, destruir y volver a crear una realidad que no existe.