Londres bajo fuego

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

Mucha acción, poco cerebro

A partir de los años '80, a través de personajes como John Rambo, su tocayo McClane (respectivamente los protagonistas de las recordadas “Rambo” y “Duro de matar”) y algunos más (Chuck Norris en “Desaparecido en acción”, Arnold Schwarzenegger en “Comando”, Steven Seagal en “Por encima de la ley”) se encumbró la figura del héroe solitario, todopoderoso y con escasos escrúpulos a la hora de defender a los “buenos” y destruir a los “malos”, categorías excluyentes entre las que se dividía su estrecho mundo.
Muchos músculos, armas potentes y habilidades para pelear, pero casi nulo uso de la mente. Con matices, “Londres bajo fuego” emula la simplicidad y convencionalismos de las películas protagonizadas por estos “supermachos”: el argumento es apenas la débil excusa para encadenar las secuencia de tiroteo y persecuciones automovilísticas con las de explosiones, y éstas con las de golpes de puño.
Este tipo de productos (cuya única justificación es incrementar las ventas de pochoclo) está atrasado un cuarto de siglo respecto de la evolución que conoció el género. Si John McTiernan lo redefinió en “Duro de matar” gracias a una lograda combinación entre el sentido del humor de Bruce Willis, la buena idea de situar la acción en el interior de un rascacielos y la incorporación de un villano antológico, el director de “Londres bajo fuego”, Babak Najafi, hace todo lo contrario: su trabajo es anticlimático, tosco, previsible y caricaturesco. Las cuatro o cinco vistas aéreas de la ciudad de Londres desierta tras el toque de queda que sigue a una serie de violentos ataques es lo más interesante de un film que (bajo su grandilocuente corteza exterior) provoca la sensación de que la misma historia ha sido contada muchas veces antes. Y de un modo mucho mejor.
Fórmulas fallidas
Retomar a los personajes de una película mediocre, pero al menos entretenida, como “Ataque a la Casa Blanca” (2013) parecía, de entrada, un despropósito. Pero los realizadores de “Londres bajo fuego”, probablemente alentados por el éxito de taquilla, eligieron reiterar actores y fórmulas conocidas. Ahora, al agente del Servicio Secreto Mike Banning (émulo menor y efímero de Jack Ryan y Jason Bourne) le toca todo un desafío: proteger al presidente de los Estados Unidos de un ataque terrorista de inéditas proporciones dirigido al corazón de la capital británica, en el momento en que los líderes de todo mundo han confluido allí para el velorio del primer ministro. Y de paso —si le sobran energías luego de liquidar a un centenar de terroristas, correr por todas partes y socorrer a su jefe-, salvar al planeta y llegar a tiempo para acompañar a su esposa, que está a punto de dar a luz.
Muy competente en otros de sus papeles protagónicos (“Acorralados”, “RocknRolla”), Gerard Butler no posee el carisma que requiere el tipo de personajes que le corresponde en “Londres bajo fuego”. Y el guión, plano y plagado de frases frívolas y patrioteras, no colabora en absoluto. La presencia, como secundarios, de intérpretes de la jerarquía de Angela Bassett, Aaron Eckhart, Radha Mitchell, Melissa Leo y Robert Forster es injustificada. No valía la pena incluir a actores de tanta capacidad para desarrollar roles tan planos. Ni siquiera el oscarizado Morgan Freeman logra generar algo de consistencia para un producto que tambalea todo el tiempo.
Por si no bastasen sus deméritos estrictamente cinematográficos, su posición política es incómoda: en un contexto en el cual el terrorismo es un drama complejo que preocupa al mundo, aquí se ensayan respuestas fáciles y tranquilizadoras que nada tienen que ver con la realidad. “Londres bajo fuego” apenas es capaz de garantizar la cuota de entretenimiento que promete en sus adelantos. Por lo demás, es pueril.