Londres bajo fuego

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Iba caminando por Corrientes y Uruguay hacia el Obelisco. Sumido en mis pensamientos, llegué hasta el emblema de Buenos Aires sin darme cuenta que casi por inercia mi mano aceptó un montón de folletos a los cuales, por supuesto, no presté atención hasta que empezaron a joderme la paciencia al intentar pasar el pulgar por la pantalla táctil del celular. Sólo entonces los empecé a leer. Uno, de un abogado laboral que te soluciona todo, otro, de McDonald’s asegurando buena comida por 35 mangos, otro, de Burger King presagiando más o menos lo mismo, uno, de 1000 fotocopias por no se cuántos pesos, otro, para ir a ver cinco tipos que hacen Stand Up, en fin, mucho folleto. El peor de todos lo recibí esa misma mañana: Se llama “Londres bajo fuego”.
¿Sabrá Hollywood? Mejor (dicho) preguntado, ¿terminará de aceptar Hollywood que Rambo hay uno sólo? Es más, ¿de verdad sienten que el espíritu patriótico se demuestra chantándole al mundo la bandera en la cara a través de una película? Lo reconozco. Cada generación ha tenido su John Wayne, pero esto se terminó en los ’90, cuando las ideologías políticas no tuvieron otra opción que mutar o desaparecer. No me imagino un pibe de hoy yendo a ver éste estreno y salir conmovido por lo que acaba de ver. Ya no garpa el discurso por imposición. Ese que con tanta liviandad establece quién es bueno o malo, según la bandera que tiene colgando en la ventana de su casa.
En la primera escena, una serie de flash nos indica que en Irán hay un tipo recontra impúdico que vende armas. Un individuo bastante buscado por el FBI y otras agencias amigas de la democracia. Los yanquis le bombardean el rancho decorado para un casamiento y el tipo, claro, se enoja bastante.

Corte.
Dos años después, Mike Banning (Gerard Butler) es el custodio del presidente (Aaron Eckhart) con todo lo que eso significa, fíjese que hasta salen a correr juntos. También está a punto de ser papá, así que habiendo cumplido con su deber de buen Boy Scout empieza a escribir su carta de renuncia. No va que se muere alguien importante en Inglaterra y el protocolo invita a los mandatarios más importantes al funeral. “Son nuestros aliados más fieles, tenemos que ir” dicen en la Casa Blanca. Mike dice, “bueh… hay poco tiempo para organizar la seguridad pero dale, vamos”.
Es decir, en ocho minutos se rompe el verosímil en forma abrupta y sin anestesia. Después de tanta película y noticiero contando y mostrando toda la seguridad que gira en torno a un viaje como éste, que nos hagan creer que van igual ya parece joda.
Sigue adelante “Londres bajo fuego”.
No le importa nada de la inteligencia del espectador. Van todos a Londres ¿eh? El presidente de Francia, de Alemania, de Japón y hasta una parodia de Berlusconi tenemos en una terraza londinense abrazado a una modelo a quien le exclama “per la madonna qui sucheso”, pronunciado así de mal por el actor que nunca vuelve a aparecer en escena. Este Berlusconi es más vivo que el hambre debido a que al resto lo revientan a balazos porque, adivine quién sobrevivió a un corchazo del tamaño de la provincia de Misiones. Exacto. Aamin (Alon Aboutboul), el tipo de la fiesta que quiere venganza. ¿Cómo lo logra? Infiltrando a media fuerza policíaca y militar de Londres cuyos dirigentes nunca repararon, en dos años, la cantidad de musulmanes que se enlistaron en la fuerza. Créalo o retírese de la sala.
Matan a todos. Menos al presidente de los Estados Unidos de América que tiene a Mike para que lo cuide. De ahí en más empieza un plagio de “Duro de matar” (1988), y otras varias del estilo, que al menos tenían el decoro de respetar el código del planteo narrativo. Se supone que a esta altura, los que quedan sentados en la butaca deben creer que cierran la ciudad y sólo quedan soldados que no hacen otra cosa que escupir balas a mansalva. El custodio, por supuesto, necesita sólo dos por cabeza para bajar muñecos mientras pone cara de “creo que olvidé comprar profilácticos”. Y ahí va él, arrastrando al presidente como si fuese una hamburguesa para salvarlo de la venganza, en uno de los peores catálogos de situaciones estúpidas que el cine recuerde. Eso sí, balas hay como diez toneladas, sonido envolvente también, musiquita emotiva-épica también.
Los guionistas de éste folleto (porque éste libreto, con más palabras de las que caben en un volante entregado en mano no tiene), ponen a consideración de la platea un discurso espetado por el protagonista que dice más o menos así. “Ustedes no entienden ¿no? (agarrando del cuello al villano iraní), no se trata de un chabón o de una bandera. Pasarán mil años y nosotros (los yanquis) seguiremos aquí”. Por lo menos Hitler juntaba los Reich anteriores y se sumaba él en vez de proyectar (tanto) para adelante, pero que suenan parecidos, suenan parecidos. Un asquito que mete miedo. Tal vez me extendí demasiado para semejante engendro, pero este momento político internacional lo amerita porque esta película ES por el discurso que tiene. A Donald Trump le va a encantar.
¡Basta! ¡Me voy! Cantaba Luca Prodan. Si lo hubiese recordado a los quince minutos de empezada la proyección…