Logan

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

El superhéroe de las garras oxidadas

Con el acento puesto en el viaje y la aventura, la película es la más sombría del personaje. El legado del mejor cine.

El Wolverine de Hugh Jackman consiguió lo mismo que su versión en papel: volverse autónomo y sobresalir por sobre los X‑Men. Se trata de un logro extraordinario, que sitúa al actor de manera privilegiada. Es por eso que su caracterización, a estas alturas, ya comparte un podio legendario con otros como Ralph Byrd (Dick Tracy), Guy Williams (El Zorro) y Christopher Reeve (Superman). Jackman se ha vuelto parte sustancial del héroe, así como lo supuso el Frankensein de James Whale: no hay posibilidad de leer el libro de Shelley sin pensar en la tarea de Boris Karloff (y el maquillaje de Jack Pierce).

Aún más, su última película -última de verdad, dicen- tal vez sea una de las mejores dentro de ese género todavía nuevo que se llama "cine de superhéroes". Género que le reditúa a Hollywood de manera prolífica, con películas las más de las veces predecibles, reiterativas, mediocres. No es que Logan, la película, reniegue de su origen o raigambre fílmica, sino que la redirige hacia lo que de veras importa; vale decir, el cine.

Logan, el solitario, el samurái, el cowboy; todas y cada una de estas acepciones -figuradas o no‑ le caben, mientras pena por una herida que no sana. Contrariedad para quien tiene un factor curativo imbatible, capaz de volverle casi inmortal. Pero los buenos tiempos han pasado, el futuro llegó y no es como se lo soñaba. Alejado de la ciudad, Logan convive, escondido en la polvorienta frontera mexicana, con Caliban -el mutante que rastrea mutantes‑ y un avejentado, casi delirante, profesor Xavier (Patrick Stewart).

De una manera u otra, el exterminio de los diferentes se produjo. Como un sobreviviente a disgusto, Logan está rengo, canoso, alcohólico, de garras oxidadas, mientras conduce una limousine insólita. Hasta que aparece el pedido de ayuda, y una enfermera le pide por la vida de una pequeña. Una última misión aparece, y es Xavier quien predice el amanecer cercano. En la niña ‑resorte dramático de todo el asunto‑ descansa el secreto que el film sabe cómo desocultar y cuándo resignificar.

Hay dos vertientes que hacen de Logan una película autoconsciente. Una de ellas es de cara al cómic: Logan se lee a sí mismo en las revistas X‑Men que Laura, la niña, atesora. El desdoblamiento es irónico, hace del cómic el residuo fantástico, al cual se mira con desdén o descrédito. Tal lectura paródica tiene ejemplo paradigmático en Creepshow (de George Romero y Stephen King), con el niño que es degradado por el padre, quien tira sus revistas a la basura. Tanto Creepshow como Logan, se entiende, depositan su fe en los niños, con historietas que se cuelan en las películas y que son tan ciertas como sus protagonistas. Desde ya, lo que en ellas se lee no son tonterías.

El otro aspecto a considerar es el del cine dentro del cine, con Shane, el western de George Stevens, como película espejada. Desde ya, Logan es el cowboy redimensionado, aquel que hará valer el principio de la comunidad, aunque sea a su costa. La inclusión de Shane no es gratuita, no se trata de incluir guiños cinéfilos epidérmicos, sino de expresar una necesidad vital, dedicada a vivificar un aura fílmica que parece perimida. En este sentido, vale pensar en cómo Shane aparece: en un plasma gigante, entre un viejo y una niña, mientras ella escucha de éste el relato de cuándo vio ese film, en una época lejana, donde existían salas de cine. Quien deja apreciar su estampa mortuoria, mientras tanto, es el killer que compone Jack Palance. El devenir está anunciado, y sin embargo, Xavier mira esperanzado.

Hay también una tercera vertiente, todavía más problemática porque toca la vida del propio actor, sometido a reiteradas operaciones por cáncer de piel. No es un dato menor, ya que a Logan se lo ve desgajado, con las heridas sin cerrar, pálido, sin hacer gala del físico característico. Aspecto que vuelve destructible a quien nada ni nadie parecía herir. La resolución, por esto mismo, es brillante. Con un gesto último que encuentra ratificación en la X que todo lo empezó. Letra que advierte, que anuncia lo prohibido, que identifica al marginado, y que desafía a otras cruces, similares pero de veras mortuorias.