Logan

Crítica de Javier Califano - Proyector Fantasma

Pocos actores tuvieron, en la historia del cine, un vínculo tan fuerte como Hugh Jackman con su Wolverine, el más icónico representante del universo de los X-Men. Tras 17 años, son nueve las ocasiones -entre películas en solitario, cameos y películas de equipo- que el Wolverine de Jackman ha desenfundado sus garras de Adamantium en la pantalla grande. Con Logan ha llegado el momento de la despedida para Hugh Jackman, un adiós con la impronta melancólica de un western crepuscular, una instancia inspirada por el gran género americano donde el protagonismo pesa sobre personajes cansados y apesadumbrados pero decididos a un propósito.

Es el año 2029, un futuro no muy lejano pero sin esperanza para el Homo-Superior. Ya no acontecen nacimientos con portadores del gen mutante, alguna vez descrito por el célebre Charles Xavier como el siguiente paso en la evolución humana. Logan sobrevive e intenta adaptarse trabajando como conductor de limusinas en un mundo donde casi no existen los mutantes: sólo quedan registros de hazañas pasadas en las páginas de comics “inspirados” por los X-MEN.

Logan carga con el tormento de recuerdos concernientes al desaparecido grupo de mutantes, del cual sólo queda su mentor el profesor Charles Xavier (Patrick Stewart), ahora una sombra senil de aquel visionario e idealista que bregaba por la coexistencia pacífica de humanos y mutantes. Juntos, amparados por el olvido, viven en una vieja fábrica abandonada.

El destino de los abatidos Logan y Xavier parece juzgado en Nuevo Mexico, hasta que una enfermera (Elizabeth Rodríguez), les implora llevar a la pequeña Laura/X-23 (Daphne Keen), acaso la última esperanza de raza mutante, hasta un lugar seguro en la frontera de Canadá. Perseguidos por un grupo de mercenarios que responden a una gran corporación, el trío más inusual se dará a la fuga a través de Estados Unidos, de sur a norte en un intento por escapar de implacables enemigos dispuestos a derramar sangre inocente, pretendiendo volver a mantener a Laura /X-23 en cautiverio.

Logan siempre ha sido un personaje atormentado, ya sea por la discriminación y persecución que pesa sobre la raza mutante, o por los cruentos experimentos padecidos cual conejillo de indias que lo transformaron en un arma perfecta. Pero, sin duda alguna el mayor tormento del implacable guerrero alguna vez conocido como Wolverine es su naturaleza salvaje, un instinto que lo ha empujado a reaccionar ante el dolor manifestando un tendal de violencia como respuesta, seguido del exilio voluntario y el alejamiento de cualquier forma de afecto. La impronta dramática de tan noble personaje tiene como piedra filosofal la tragedia y el continuo sufrimiento de un lobo solitario, cuya mayor cicatriz reside imperceptible en su interior, dejando en carne viva su lado más humano en contraposición a sus extraordinarios dones que –hasta el momento- lo tornaron virtualmente invulnerable.

Aportando nuevos e inusitados matices de profundidad emocional, Hugh Jackman nunca estuvo tan extraordinario en su iracundo personaje como en esta ocasión. Logan es un ser taciturno acosado por el pasado, un hombre al que no dejan otra opción que volver a sacar sus garras y dar rienda suelta a un brutal instinto asesino en pos de proteger a su improvisada manada. Aquí, la violencia no es un espectáculo para ser disfrutado, la violencia presente en Logan irrumpe en escena de manera rustica e incómoda, resultando grave e imprevisible, en contra de toda espectacularidad.

La saga de comics “Old Man Logan” de Mark Millar, autor responsable de eventos memorables en Marvel Comics como CIVIL WAR, consta como precedente del derrotero de un hastiado antihéroe en pantalla. En sus páginas se presenta un desolador futuro en el que un Logan maduro procura venganza para su familia, emprendiendo una travesía a lo largo de una Norteamérica dominada por los villanos del universo Marvel.

Pero lo concreto es que la película Logan encuentra su mayor influencia en distópicos futuros afines a los universos cinematográficos de “Mad Max” (George Miller), “The Road” (John Hillcoat,) y “Niños del hombre” (Alfonso Cuarón). La película de James Mangold condensa una esencia volátil, dando cuenta de un contexto en tensión, salvaje y peligroso, sorteando las rutas de los Estados Unidos con la premura de fugitivos al encuentro de una esperanza –lejana- a modo de salvoconducto, más allá de la frontera de Canadá.

Los antagonistas de turno son un comando de Cyborgs liderados por Donald Pierce, interpretado por Boyd Holbrook (Narcos) corriéndose del usual y genérico encasillamiento de un villano al acecho. Pero Pierce no es más que el brazo –mecánico- armado de una corporación encabezada por el Dr. Zander Rice, un maquiavélico genetista a encarnado por Richard E. Grant (Doctor Who).

La manada de Logan, Xavier y Laura nunca encontrará paz en el camino, y si acaso se les concede un respiro, será para afianzar sus vínculos emocionales desde una trama donde prevalece una atmosfera de angustia y tormento que no teme ahondar en tópicos como el dolor, la familia, la vejez, las relaciones pseudo-parentales, y por sobre todas las cosas, el sacrificio.

La relación entre Logan y Xavier se presenta más dinámica y fraternal que nunca, sustentada en una muy emotiva interpretación del genial Patrick Stewart. En tanto, destaca el impresionante debut de Daphne Keen, develando en cada escena un sinfín de curiosas expresiones para un personaje sumamente dicotómico como la pequeña Laura/X-23, tan simpática y feroz, creada a imagen y semejanza del mismísimo Logan.

La película de James Mangold es una de las más personales y maduras apuestas entre las adaptaciones cinematográficas del mundo del comic, con la arrogancia necesaria para plantarse ante el mismísimo Batman, el caballero de la noche (2008), de Christopher Nolan. Logan representa un final espectacular para la historia de un (anti)héroe errante sobreponiéndose a la soledad y el alcoholismo, dejando de lado un extenso voto de culpa y autodestrucción.

Se hace evidente con Logan, que aún queda mucho por explorar desde el lado más profundo y ontológico de los héroes y antihéroes de las viñetas, poniendo de manifiesto que no se requieren fórmulas inexorables y reiterativas –como es el caso de buena parte de las producciones del universo de Marvel /Disney y sus Avengers– para contar una gran historia de inspirada por superhéroes.