Locos sueltos en el zoo

Crítica de Juan Erbiti - Clarín

El filme está pensado para entretener. Por momentos lo logra, por otros no.

Hay que analizar cada película en su contexto. Apuntada a romper con la taquilla de vacaciones de invierno, Locos sueltos en el zoo no pasará a la gloria ni por las actuaciones ni por la trama, claro está. Sí, quizás, como una de las primeras películas nacionales que le pone voz a animales reales (el movimiento a veces coincide, otras no).

El argumento se enfoca en esa fauna parlante -en español neutro: cine for export-, hasta entonces un secreto conocido por pocos. Pero llega a oídos de un empresario inescrupuloso (Matías Alé) que entonces quiere robarse al gorila con la ayuda de dos detectives medio torpes. El director del zoo (Emilio Disi), la veterinaria (Luciana Salazar) y uno de los guías (Fabián Gianola) intentarán impedirlo.

Muchos personajes son casi una parodia de sí mismos. Jelinek es la secretaria sexy y naif que dispara selfies; Marley hace de Marley: despistado y comedor de insectos; Florimonte es la guardia machona y exigente del zoo que se sensibiliza -y feminiza- cuando ve a Alé, un chanta galanteador. Dentro de tanta autorreferencialidad, una rareza ver a Disi actuando -y cumpliendo- un papel más serio.

Lo rescatable: Waldo Navia y Pachu Peña como los detectives Bielsa, homenaje a los Tres Chiflados a pura mueca y puñetazos; y algún que otro chiste de los animalitos. Como cierre extra, todos bailan la canción de la película -guiño a "Quiero mover el bote" de Madagascar- con subtítulos incluidos.

A fin de cuentas, el filme se erige como un infantil que busca enternecer, hacer reír y que no escapa del tinte popular -y bizarro- de otras producciones de Carlos Mentasti y la emblemática Argentina Sono Film, a saber: las nuevas de Los Bañeros, Papá es un ídolo o Brigada explosiva, entre otras.