Locos sueltos en el zoo

Crítica de Ayelén Turzi - La cuarta pared

Hace unos días nomás vaticinábamos en nuestra nota sobre las peores comedias nacionales que este film formaría parte de esa pequeña élite vomitiva. Así y todo, nos animamos a ir a verla y confirmamos nuestra teoría.

Gregorio (Alberto Fernández de Rosa) es el cuidador del Zoológico de Buenos Aires. Ama a los animales, mimándolos día y noche. Aunque, si se pasa todo el día en el zoo, ¿dónde vive? ¿Cuándo duerme? ¿Cuánto cobra por esas largas jornadas laborales? ¿Estará en blanco? Ah sí, está en blanco. Porque te cuenta, con voz en off, que ésta es su última noche como cuidador y se está despidiendo de los animales... que hablan, por cierto. Porque él les leía un libro de cuentos, y con eso solamente, aprendieron no sólo a hablar, sino también cuándo y con quién, porque esta habilidad es su gran secreto. O así te lo venden.

En este estado de cosas se presentan los diferentes personajes y las tramas que los relacionan: tenemos a Julián (Fabián Gianola, nuestro propio James Woods), quien sale con la insufrible Delfina (Mariana Antoniale, la ex-"Niña" Loly), una cheta sobreactuada, pero en realidad está enamorado de Paz (Luciana Salazar), la veterinaria del zoológico. En medio de este triángulo amoroso, es una especie de coordinador del establecimiento, porque está en la puerta como anfitrión recibiendo a la gente pero a la vez es como que tiene un montón de mulos a los que les da instrucciones. Benjamín (Nazareno Mottola) coquetea (en una escena nada más, pero la piba no hace mucho en el resto de la película y la verdad que como actuando se defiende bastante bien decidí al menos nombrarla) con Noelia (Noelia Marzol) y va descubriendo que los animales hablan, entonces piensa que se está volviendo loco. Después está Alejandro (Matías Alé) que tiene que satisfacer el pedido del personaje de Alejandro Muller y que no me acuerdo cómo se llama, así que digámosle El Mafioso porque trafica animales al exterior, y para conseguirle animales más grandes o más originales, es que contrata a los hermanos Bielsa (Pachu Peña - Alvaro Navia), dos pelot... eh, detectives privados, que se robarán a Pipo, el gorila que habla. Para finalizar, también está Marley, que tiene un puesto de comidas cuyo ingrediente principal son los bichos y se la pasa comiéndolos y ofreciéndoselos a todos. Ah, y el dueño del zoo, interpretado por Emilio Disi.

La historia es débil e inconsistente como papilla de bebé. Se supone que Alejandro necesita al gorila porque se supone que el mafioso que se lo encarga es super mega pesado. Y para resolverlo, alejándose de cualquier lógica convencional, en vez de recurrir a ladrones o estafadores para que se lo roben, recurre a dos detectives. Y es por este pifie, comparable a ir a una verdulería a quejarse del precio de la carne, que toda la trama del robo del mono es una cosa espantosa: lo único que hacen para robarlo es disfrazarse de cosas diferentes: de mujeres, de obreros, de estatuas vivientes. Los obreros, obviamente, viajan intelectualmente a los '90 y llaman a Pekerman para que los deje romper la vereda... bueno, al menos no está Leo Rosenwasser haciendo el "¡Osoooo!". Pero... ¡momento! Porque los Bielsa se meten a la jaula de Pipo y es el monito el encargado de hacer el chiste, dejando de garpe a Navia con la manito extendida. Pero bueno... supongamos que la trama general no sea una bazofia. Ponéle que se lo perdonamos, aunque sea sólo para avanzar con la review y no dejar que la ira nos invada.

Ponéle que la trama es una simple excusa para que se encadenen pequeños sketchs humorísticos. El problema es que tanto los humoristas como los sketchs atrasan. Muchísimo. El abanico de situaciones que se pretenden graciosas van desde un pésimo humor físico (un cuerpo cayendo es gracioso en dos casos: si cae de manera inesperada o si, en esa caída, parece desarmarse, desintegrarse, caer con gracia digamos. Algo tan simple como una caída no funciona, no es graciosa por sí sola), a chistes relacionados con la cultura pop (Karina Olga diciendo "lo dejo a tu criterio"), pasando por malentendidos varios y... ¿cómo olvidarnos de la magistral edición de Homero Simpson, poniendo que pasen rapidito algunas secuencias de gente corriendo?

Ponéle que se lo perdonamos porque el humor puede fallar, puede que los actores tenían un mal día, o que uno ya está grande para algunos chistes. Ponéle. Entonces sólo nos queda mirar a los animalitos que hablan, quienes, cual coro griego, van comentando la acción. Pero estos comentarios tienen una serie (larga) de problemas. A saber:

1- La factura técnica. Hay planos que se nota que fueron hechos de muy lejos con zooms temblorosos (suponemos que para no invadir a los animales) y luego ampliados digitalmente, con lo cual tienen una gran pérdida de definición respecto al resto de la película.
2- La construcción del espacio. Se incluyen los comentarios de cualquier animal en cualquier orden, entonces no sabemos cómo se ubican en el espacio y suena rarísimo que todos puedan comentar por igual lo que pasa en cualquier parte del zoológico... y cómo pueden además oírlos los humanos.
3- El movimiento de las bocas. Se ve que fueron probando a ver qué les salía mejor: darles alguna comida que mastiquen de manera natural a lo Mr. Ed, animar las bocas "por computación" (computación incluye desde CGI hasta Paint, y la animación se acerca más a este último programa... aunque no sea un software de animación, sí). Hasta que finalmente se dan cuenta que no, no les sale. Entonces se dan por vencidos y pegan audios de voces sobre animales completamente inertes. Como barras de carbón.
4- El código que se establece para informarle al espectador que los humanos escuchan a los animales: los animales hablan siempre igual (moviendo la boca como el orto), pero a veces los personajes los escuchan y a veces no... entonces, ¿en qué quedamos? ¿No era que eso de que los animales hablaban era un secreto? ¿Por qué, sin ningún tipo de razón, a veces la gente los escucha y a veces no?

Ponéle que lo de los animales ande joya, sea creible, tenga sentido, esté bien hecho y sigamos buscando algo donde pegarle porque somos malos, cizañeros y tenemos un mal día. Olvidemos el hecho que parece que alquilaron una grúa una o dos horitas para las tomas aéreas y en el montaje se dieron cuenta que necesitaban más planos panorámicos, entonces... hay un plano que usaron dos veces. ¡Sí! El primer plano de la película, una toma con grúa del cartel de acceso al Zoológico vuelve a ser usado después, en el medio de la cinta. Ponéle que el problema es nuestro, que tenemos mucha memoria visual, y que el espectador promedio no notará esta cuestión. Ponéle. Entonces hablemos, no sé, ¿del vestuario? Se ve que anticiparon venir que no iría ni el loro al cine y quisieron ahorrar presupuesto. Entonces fueron al Ejército de Salvación, agarraron ropa aleatoriamente, y la dividieron por talles según los actores. Y listo. Lo que hicieron con Matías Alé no tiene ningún tipo de sentido. Si uno tolera más o menos todas las aberraciones que mencioné antes, el vestuario es la gota que rebalsa el vaso. La mitad del vestuario zafa, porque son los uniformes del zoo. La otra mitad tiene una sola justificación: los personajes vinieron desnudos del futuro, cayeron en un cotolengo, se pusieron lo primero que tenían a mano y salieron corriendo porque unos aliens los querían matar. Sino... no, no se explica.

VEREDICTO: 2.0 - ¡LADRONES SUELTOS EN EL INCAA!

Ni el carisma ni la graciosísima gestualidad de Marley (a.k.a. "el Jim Carrey argentino") logran levantar a Locos Sueltos en el Zoo. Y no es idea mía que, en un cine lleno, con entradas agotadas para Minions y otras más, el público le daba rotundamente la espalda. Los pocos que entraban a la sala se distraían, jugaban, o directamente se iban antes. La película no funciona, y aún así el problema no es ése: el problema es que ni lo intenta. No le importa nada, y esto en el cine comercial es imperdonable y completamente desleal. Ojalá el público siga ignorando a estos delincuentes que, en vez de hacer cine, hacen caca. Sí, leyeron bien, dije caca.