Locos por los votos

Crítica de Fernando López - La Nación

Loca carrera hacia el Congreso

Llamar comedia satírica a Locos por los votos sería faltarles el respeto a los centenares de maestros del género de todas las épocas, de Petronio a Mark Twain, de Quevedo a Rabelais y de El gran dictador a Dr. Insólito . La sátira no emplea un espejo tan deformante como para evitar que pueda identificarse al personaje o el hecho satirizado ni se toma tanto trabajo por evitar que alguien se sienta directamente alcanzado por sus dardos como esta sucesión de bufonescas escenas paródicas sobre el mundo de la política norteamericana en general y sobre los políticos en campaña en particular. Jay Roach y su equipo (los libretistas, claro, y especialmente muchos de sus actores, duchos en la improvisación de ocurrencias paródicas casi siempre gruesas, aunque muchas veces eficaces) apenas exageran hasta el disparate los absurdos de un sistema que ya viene con la sátira incorporada: basta leer con atención las crónicas acerca de las estrategias de campaña, del peso decisivo que tienen los aportes financieros para favorecer a determinados candidatos y perjudicar a otros, las falsificadas puestas en escena que aporta la publicidad o las estratagemas de todo orden que los contendientes emplean para desacreditar a sus rivales.

En vez de destapar lo que el fenómeno tiene de perverso o al menos de indagar con el arma del sarcasmo en lo que hay de corrupto y deshonesto en la conducta de políticos y de votantes, el film se conforma con ofrecer una sucesión de sketches en torno de una única historia: la de un fatuo y libidinoso congresista de Carolina del Norte (Will Ferrell) que casi tiene asegurada su quinta reelección no tanto por su labor política como por ausencia de competidores hasta que un escándalo público lo hace tambalear, y lo que sucede cuando un par de influyentes millonarios (John Lithgow y Dan Aykroyd), que aspiran a multiplicar sus ganancias importando de China (obreros, régimen esclavista y magros sueldos incluidos) fábricas por instalar en el territorio de ese Estado y por eso necesitan un hombre en el Congreso, inventan un nuevo candidato. Es Marty Huggins (Zach Galifianakis) tan ingenuo y buenazo como para aceptar dócilmente las sugerencias del equipo de campaña que se le impone y entregarse a la tarea con entusiasmo y buena fe.

La comicidad abunda sobre todo en la primera parte, cuando se trata de la preparación de los dos candidatos, en especial el bisoño, al que le trastornan la vida, más que en la segunda, cuando se entabla la contienda, y que el tramo final, donde el film aspira a aportar su mensaje y se vuelve discursivo y moralizador. Pero aun quienes festejan este tipo de humor adolescente percibirán que al film le falta una línea narrativa que engarce la sucesión de sketches, muchos efectivos; otros, los más rudimentarios, ya un poco gastados.