Locos por los votos

Crítica de Alexander Brielga - Cine & Medios

Cualquier parecido con la realidad...

Cam Brady creía que su renovación del cargo de congresista era apenas un trámite. Sin contrincante a la vista solo se trataba de una firma, pero fuerzas ocultas se mueven detrás de la política, y cuando menos lo esperaba un opositor apareció. Claro que no se trataba de un político profesional, sino de un títere manejado por la corporación que desea convertir a Carolina del Norte en una sucursal china de trabajo esclavo.
El filme inicia con esta sentencia: "La guerra tiene reglas, la lucha libre tiene reglas. La política no tiene reglas", se trata de una frase dicha por el millonario estadounidense Ross Perot, uno de tantos que convencido del poder de su dinero creyó poder llegar a la presidencia de los EE.UU., pero quedó en el camino durante las presidenciales de 1992. Lo que deja claro el filme es que sin dinero ni influencias mejor olvidarse de hacer campaña.
La dupla formada por Ferrell y Galifianakis consigue buenos momentos en pantalla, se complementan bien y dejan varias escenas para la antología de la comedia estadounidense. En roles secundarios aportan lo suyo al filme nada menos que Dan Aykroyd y John Lithgow, además de contar con un cameo de John Goodman.
Forzada en el inicio, la película logra acomodarse tras la presentación de los personajes principales, y es pasada la primera media hora cuando comienza a tomar el ritmo, se define más por la sátira de trazo grueso, sin sutileza alguna, antes que querer ser graciosa a fuerza de frases pretendidamente ingeniosas.
Los políticos en campaña siempre son un festival para el ojo atento, para la mirada crítica que escudriña a los que se exponen. En esa circunstancia los candidatos son capaces de cualquier cosa por ganar el voto; así se expone en el filme, donde sus protagonistas llevan adelante acciones de las más bajas y degradantes.
Finalmente, la historia acaba siendo entretenida, algo moralizante y cumple con la propuesta de pasar un rato divertido. Aunque no pase mucho tiempo hasta caer en la cuenta que, por exagerada que sea esta farsa, de ninguna manera puede competir con la realidad, donde la política es mucho más sucia, impiadosa, corrupta y nada divertida.