Locos por las nueces

Crítica de Ramiro Ortiz - La Voz del Interior

Ladrones de pelo y medio

Locos por las nueces propone entretenimiento en estado puro, con una historia simple y personajes entrañables.

Es cierto, los ratones se parecen un poco a los de otras películas con roedores muy conocidas, como Ratatouille o Despereaux. Pero, ¿y qué? La diversión comienza rápidamente en Locos por las nueces, es buena y mucha. Y participan muchos otros personajes, como las ardillas, el topo, la mascota de los mafiosos o el mapache. Todo, en una mezcla de película de aventuras y policial de los tiempos del cine clásico que funciona con naturalidad.

En el parque de la ciudad de Nueva York, los animales residentes están penando para conseguir alimento para el invierno. Para colmo, un desafortunado accidente borra las últimas reservas y pone al que metió la pata en la calle.

Tiene que salir a enfrentar la dura y ajena ciudad en busca de sustento el pobre, y la misma tarea encara una delegación de sus exvecinos, aunque obviamente por cuerda separada.

Pero los caminos de todos vuelven a cruzarse rápidamente, pues no muy lejos de su hogar funciona un almacén de frutos secos donde parece que encontrarán comida para muchas temporadas.

Lo malo es que ese local es la pantalla de un grupo de hampones. Desde el sótano, repleto de bolsas de maní, nueces, avellanas y bellotas, los muchachos están construyendo un túnel que conduce exactamente hacia la bóveda de un banco. Tienen un feroz perro viviendo con ellos y no les gustan los fisgones.

Con estos elementos como base, Locos por las nueces entrega casi una hora y media muy entretenida en la que abundan los enredos, los golpes y las persecuciones, todos con una gracia bastante inspirada.

La calidad de la animación, además, es excelente. Los colores, las texturas, las luces, los movimientos, las ideas, las pequeñas bromas, la fisonomía de los personajes, los escenarios. No aparecen puntos flacos a primera vista y eso se disfruta, con un ritmo dinámico de los hechos, al que corona como canción principal de la película aquella pegadiza Gangnam style que se popularizó a través de las redes hace unos meses y cuyo cantante, el coreano Psy, aparece caricaturizado en los créditos finales.