Locos por las nueces

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Rebelión en el parque

Ambientada durante la posguerra en Oakton, una ficticia ciudad de la costa este norteamericana (posiblemente inspirada en Boston; sin duda, alguna de Nueva Inglaterra), Locos por las nueces muestra conflictos entre la liliputiense, casi doméstica fauna del Liberty Park (a la manera de la animación contemporánea) y su interacción con el mundo humano, hostil y a la vera del crimen (a la manera de los viejos cortos de animación de Warner Brothers). Antes de que llegue el invierno, una egocéntrica ardilla llamada Surly busca abastecerse de nueces a espaldas de sus colegas. Por su codicia, Surly, junto a su graciosa rata compinche (y muda) Buddy, es desterrado de la plaza por Raccoon, el mapache líder de la cofradía; en su éxodo tropieza con una guarida de maleantes que planea el robo a un banco, usando la casa de tapadera como depósito de nueces. Surly es seguido por Andie, una compasiva ardilla con quien, se desliza, “pasó algo”, y por Grayson, el clásico torpe y cobarde aspirante a héroe. Ni la historia ni los personajes, pese a ser entrañables, deslumbran por su originalidad. El mérito, no menor, de esta coproducción estadounidense, canadiense y coreana, pasa por reproducir con acierto y encanto una historia repetida.