Locos por las nueces

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Mucho ruido y muchas nueces

Debut cinematográfico del canadiense Peter Lepeniotis basado en su propio cortometraje Surly Squirrel (2005), Locos por las nueces es un largometraje producido por un estudio de Corea del Sur (un país con una industria cinematográfica muy poderosa), aliado con otros dos de Estados Unidos y Canadá. El resultado comercial de esta película de animación en 3D ha sido realmente bueno: se invirtieron para producirla 42 millones de dólares y hasta hoy se llevan recaudados más de 90 en todo el mundo. Ya está programada, de hecho, una segunda entrega para 2016. El argumento de la película recuerda vagamente al de un clásico de Stanley Kubrick, Casta de malditos (1956), con dos robos en paralelo: el que lleva a cabo una banda de malvados y torpes delincuentes que pretende ingresar en las bóvedas de un banco usando como fachada un negocio de venta de nueces, y el de un grupo de animalitos liderado por una ardilla que pretende un botín más modesto, las nueces que son base de su alimentación.

Plagado de chistes obvios y hasta de dudoso gusto (el ramplón recurso de las flatulencias está a la orden del día), el film contiene, además, algunas referencias a la cultura pop (desde el juego para celulares Angry Birds al famoso intérprete coreano Psy y su agotador "Gangnam Style", insólitamente viralizado en YouTube). En el núcleo del relato aparece un antihéroe solitario y egoísta, la ardilla Surly, tan obsesionada con las nueces como la simpática Scrat de La edad del hielo. Expulsada de su comunidad por su falta de conciencia solidaria, Surly queda atrapada en la histeria de una gran ciudad, muy diferente al parque en el que había vivido hasta entonces. Y allí, en medio de un tráfico de objetos y situaciones que le resultan completamente ajenos, se desata la ardilla y sus particulares socios una serie de aventuras demasiado parecida a la de Vecinos invasores, la película de Dreamworks estrenada en 2006.