Loco y estúpido amor

Crítica de Julián Tonelli - Cinemarama

El amor y todo lo demás.

Luego de escribir el guión de Un santa no tan santo, Glenn Ficarra y John Requa debutaron detrás de cámara en 2009 con la excelente Una pareja despareja. Teniendo en cuenta ese antecedente se podía esperar bastante de Loco y estúpido amor. A falta de Jim Carrey, protagonista de la mencionada ópera prima, el elenco en este caso tampoco se queda atrás. Cal (Steve Carrell) acaba de enterarse de que su esposa Emily (Julianne Moore) lo engañó con un compañero de trabajo (Kevin Bacon). Deprimido y abandonado, el hombre se revela como lo que en realidad siempre fue: un perdedor (por cierto, el rol de pavote triste y encantador es el que mejor le sale a Carrell). Cansado de ver cómo ese cuarentón ñoño con zapatillas New Balance intenta conquistar mujeres sin éxito, el mujeriego Jacob (Ryan Gosling) le propone convertirlo en un Don Juan. El film asume una estructura coral cuando aparece el hijo de trece años de Cal (Jonah Bobo), enamorado de su niñera sin saber que esta no lo ama a él sino a su padre. A ellos se les suma una joven interpretada por la muy atractiva Emma Stone que aparentemente no tiene nada que ver con las otras historias. Pero sólo aparentemente.

En principio Loco y estúpido amor no difiere demasiado de su antecesora con respecto a la naturaleza de sus personajes. Aquí todo se desarrolla en un nivel superficial y moralmente incorrecto, sin demasiados resortes emocionales. Así como Jim Carrey interpretaba a un hedonista inescrupuloso que vivía de sus máscaras –y jamás era castigado por ello– Cal se transforma en un despiadado predador que no repara en los sentimientos de las mujeres con las que se acuesta. Su hijo, mientras, sigue enamorado de la niñera, convencido de que las almas gemelas existen. La primera hora de película parece darle la razón al padre, pero en algún punto de las acciones esto cambia.

Merced al azar y a los enredos insólitos (algunos muy divertidos, hay que decirlo), la segunda mitad del film termina por santificarlo en beneficio de todos los clichés hollywoodenses. Parecía que Ficarra y Requa lo harían una vez más, que repetirían las bestialidades de sus creaciones previas sin que se insinuara el más mínimo ápice redentor. Lamentablemente esto no ocurre. “Quise enseñarte a ser como yo, pero al final yo aprendí a ser como vos” le dice Jacob a Cal sobre el final. El sexo sin amor no vale la pena, las almas gemelas sí existen después de todo. No hay nada de malo en esta consigna siempre y cuando no signifique un quiebre inexplicable en lo que se narra.

Esta súbita mutación es lo que deja un sabor amargo en relación con una película que, así y todo, tiene sus buenos momentos. La potencialidad de sus realizadores permanece intacta. De todas maneras no deja de ser una pena. Todo estaba dado para asistir a otro festín de deliciosas impudicias. No pudo ser.