Locamente millonarios

Crítica de Néstor Burtone - Otros Cines

Locamente millonarios es “el” fenómeno comercial de 2018. Estrenada sin grandes campañas publicitarias ni el despliegue de marketing de los tanques, esta comedia romántica rompió con todos los pronósticos al recaudar más de 170 millones de dólares solo en los cines de Estados Unidos. Ya es la película de ese género más vista en los últimos 10 años, y no sería de extrañar que para fin de año, luego del estreno en China previsto para fines de noviembre, supere los 241 millones de Mi gran casamiento griego y se convierta en la comedia romántica con la taquilla más abultada en la historia.

Dicho esto, es inevitable preguntarse cuál es la fórmula, dónde está secreto de tamaño éxito. Una posible razón es la apuesta por un elenco de origen enteramente asiático, toda una rareza en Hollywood (hacia 25 años que no ocurría) aunque entendible en un contexto de celebración de la diversidad. Pero hasta ahí llega el componente “asiático” de Locamente millonarios, pues el resto es historia conocida.

El film de Jon M. Chu (G.I. Joe: La venganza, Nada es lo que parece 2) encuentra a Nick (Henry Golding) afirmado en una relación amorosa con Rachel (Constance Wu). Tan firme como para presentarla ante la familia en el contexto del casamiento del mejor amigo de Nick. Para eso viajarán a Singapur, donde están afincados sus parientes. Y lo harán en Primera Clase, detalle sospechoso para Rachel, teniendo en cuenta que no había indicio alguno de que su novio pudiera pagar esos pasajes.

La realidad es que Nick es parte de una dinastía de multimillonarios cuyos integrantes -en especial su madre Eleanor (Michelle Yeoh)- no tardarán en mirar de reojo a su novia y a tratarla de cazafortunas. Así, entre lujosos viajes en yates, grandes manjares y paseos exóticos, Nick y Rachel empezarán a sufrir movimientos fuertes en los cimientos de la relación.

Locamente millonarios apuesta por un recorrido seguro a lo largo de las postas habituales en este tipo de relatos, yendo de la incomodidad de Rachel a una guerra fría con la suegra, de allí a un casamiento incomodísimo, y por último a una potencial separación. Sin nada nuevo bajo el sol, el resultado es un ejercicio de género tan mecánico como eficaz. Lo mismo de siempre, pero con ojos rasgados.