Locamente enamoradas

Crítica de Miguel Frías - Clarín

¿La ley del deseo?

Locamente enamoradas es irregular: da lo mismo que se la califique con tres o dos clarincitos; no tiene importancia. En general, la comedia romántica está agotada. Pero el mero origen belga -para nosotros, sofisticado- de esta película despertaba alguna esperanza rupturista. Tras haberla visto, podríamos decir que Locamente... está salpicada de ocurrencias estéticas, de un ingenio liviano, en una línea un tanto “Amélie”, uf, que transgrede el realismo. Pero lo mejor es cierta osadía centroeuropea, ajena a la moralina sexual. Es una pena que, por razones ideológicas o de mercado, el propio filme termine retractándose y dando lecciones de vida. Moralejas, en todas las latitudes: mediocridad globalizada.

La realizadora Hilde Van Mieghem nos ubica en un mundo de mujeres de distintas edades, familiares entre ellas. Así, cubre un amplio espectro de conflictos, abordados desde el punto de vista femenino, sobre todo el de una preadolescente: Eva. Su madre (Veerle Dobbelaerre, que tiene cara de actriz de Aki Kaurismäki) está separada y no da con un candidato potable; su tía, que busca quedar embarazada y no entiende el poder del sexo, inicia una relación clandestina; su medio hermana, agobiada por un padre que la trata como una niña, se acerca al novio de la tía...

El tono dominante durante gran parte de la película es humorístico, un tanto absurdo y, para una chica de la edad de Eva, vagamente escéptico. Ella misma, que espera ser besada por primera vez por un galancito de su edad, empieza a experimentar -como el resto de las mujeres de su entorno- la gran distancia que suele existir entre el deseo y su concreción.

Un problema de Locamente..., frecuente en este tipo de filmes, es que los hombres son representados con trazos gruesos, como si sólo estuvieran ahí para cumplir con sus roles de arquetipos. Los malos candidatos, casi todos, son tachados con una cruz sobreimpresa. No está mal. Sí que, al final, parezca que los mejores son los que fallaban, por lo que fuera, desde el origen. Conservadurismo sentimental, podríamos decirle.