Loca alegría

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Una mujer bajo influencia

Paolo Virzì intenta periódicamente revivir el espíritu de la mítica commedia all’italiana: aquel inolvidable género en el que el humor emergía de un profundo dolor, la comedia agria despertaba la risa sobre el reverso de lo trágico, y la ironía era el cristal con el que los grandes directores miraban más hondo. En esta ocasión, Virzì cuenta a su favor con una Valeria Bruni Tedeschi extraordinaria en su vena cómica, que bien podría haber sido partenair de Gassman, Mastroiani o Sordi. Pero la película no está a la altura de su talento. Loca alegría se queda en la superficie, lejos de la furia antisocial que pretende emular, con guiños que lucen forzados y vaivenes narrativos que terminan rendidos al sentimentalismo.

La primera escena sugiere que todo es una cuestión de punto de vista: la cámara acompaña en plano secuencia a una Beatrice encendida, elegante y soberbia, paseando por los jardines de su soleada propiedad, hasta que en el final descubrimos que la diva en realidad está internada en un instituto para mujeres con trastornos mentales. La impulsividad de Beatrice la convierte en nuestra guía en el corazón de la Villa Biondi, donde funciona el centro en cuestión. Su vértigo transciende al resto de las mujeres e impone su personalidad y su trastorno. Lejos del mundo, Beatrice se convierte en el objeto, fascinante y caprichoso, de nuestra mirada.

Valeria Bruni Tedeschi encarna a Beatrice: una rubia divertida, mitómana y excesiva, que dice lo que le viene a la cabeza y siente que su estatus social marca una distancia con las otras internas. Sin embargo, toma bajo su ala a una nueva paciente, introvertida y silenciosa. Donatella, una morocha con un aire a Béatrice Dalle, funciona como su contrapunto y complemento. En una repentina explosión de libertad, Beatrice huye, llevándola con ella. La unión magnética entre la princesa loca y la cenicienta transmite la alegría de dos mujeres fuera de norma.

Con un ritmo desigual, el director se aleja de la vida cotidiana en la institución para confrontar a sus personajes con la locura del mundo ordinario y el devenir de Italia. Beatrice es antisocial y sin embargo cortés, lúcida y radicalmente fuera de realidad. Ella no entiende por qué el mundo ya no le pertenece y parece recordar a Berlusconi con nostalgia. Entre idas y vueltas, risas y lágrimas, la comedia se vuelve conservadora, el drama convencional y el final resulta demasiado edulcorado. Loca alegría se sostiene gracias a Valeria Bruni Tedeschi, que atraviesa la película con un timing cómico milimétrico, una sensualidad cautivante y un encanto irresistible.