Lo imposible

Crítica de Laura Dal Poggetto - Función Agotada

A pesar de todo

La primer parte de Lo Imposible nos muestra a los Bennet (padre, madre y sus tres hijos) en pleno idilio vacacional, recién llegados a un exclusivo resort en Tailandia para vísperas de la Navidad. Los clichés de familia turista -políticamente correctos y amables con todos, pero turistas en fin: recluidos en un oasis de lujo aislado de la realidad económica del resto de ese país- se suceden con juegos en la playa, rituales vacuos de fin de año, grabaciones de video caseras (que ni siquiera encajan con el resto del film). De esta forma se presenta al padre preocupado ante un potencial despido (Ewan McGregor), pero que aún así ni da cabida a la posibilidad de la vuelta al trabajo de su mujer recibida de médica pero que nunca ejerció (Naomi Watts) y al hijo mayor preadolescente (Tom Holland) ofuscado con sus dos hermanos menores.

Sin embargo, cuando un tsunami impacta en el hotel donde los Bennet están, justamente en la pileta, el muro de agua arrasa con todo, incluyendo la insipidez de la primer parte.

La secuencia que se inicia a partir de ese momento debe ser una de las más desesperantes en los últimos años en la pantalla grande, en una reproducción del verdadero tsunami que destrozó la costa de Tailandia el 26 de diciembre de 2004, increíblemente realista y a la vez espectacular, a cargo de Juan Antonio Bayona y su equipo (el mismo con el que realizó su primer largo, el hito del terror español El Orfanato). Es hasta coherente que sea él quien adapte al cine la historia verdadera de los Álvarez-Belón, la familia española cuyo intento por sobrevivir es el centro del film, en el cual hay más gore que en unas cuantas películas del género. El director no da respiro ni a su público ni a sus protagonistas, a los que las olas de espectacularidad macabra arrastran, revuelcan, hunden, mientras se llevan toda su vida por delante: su entorno, sus familias, su comodidad y privilegios. En este sentido, la marea de agua es democratizante (tirana, autoritaria, injusta y sanguinaria, sí, pero democratizante). Muchas de las diferencias socio-económicas desaparecen, así como otras nuevas emergen. Los Bennet y su vínculo con los locales ya no son de cliente-empleado, están al mismo nivel, justamente porque todos estaban al nivel del mar cuando éste engulló a la tierra. Dependen unos de otros para sobrevivir.

Por otro lado, padres e hijos deben reestructurar sus relaciones de poder como colaboradores y ésto se ve principalmente entre los personajes de Watts y Holland, quienes deben sobrevivir juntos a la vez separados de McGregor y los dos hijos menores. En ambos escenarios (que muchas veces se muestran en paralelo) quienes más se lastiman y consecuentemente gritan de dolor, se quiebran y lloran ante la desesperación, son los padres. Los hijos, particularmente el mayor, son los que toman decisiones con la cabeza fría y analizan la situación antes de actuar. También son los que cuidan a los adultos, como en las escenas del hospital, donde además Bayona vuelve a un par de tópicos de El Orfanato: la supervivencia de los chicos en las instituciones que supuestamente deben dar contención, una vez que quedan desamparados de sus adultos y a merced de otros (y la institución en sí).

Naomi Watts (que pareciera le encanta sufrir en la pantalla) una vez más interpreta a una mujer con un empeño descomunal para su contextura menuda, y le aporta un nivel de visceralidad a tono con las fuerzas aparentemente invencibles presentadas en el film, alejándolo de la sensiblería lisa y llana en la que podrían haber caído. Su relación madre-hijo con el debutante Tom Holland (que sabe transmitir sin caer en manierismos trillados de muchos niños actores) es de lo más interesante del film. Ewan McGregor no se destaca, pero sabe ocupar su lugar en la historia y actuar acorde a ello.

Se ha criticado al film y su centro en la historia de una familia de turistas, muy rubios y primermundistas (hasta con posibilidades de comprar una propiedad en Japón, cuando la mayoría de nosotros con suerte podríamos hacernos de un llaverito de Hello Kitty en tierra nipona), cuando quienes aún viven con las mayores consecuencias del tsunami del 2004 son los habitantes, quienes lucran del turismo y, además de perder familiares y apenas haber sobrevivido ellos, se quedaron sin hogar y con sus pueblos arrasados. Desde la vereda contraria, los defensores argumentan que se hace hincapié en la actitud solidaria de la población tailandesa y los trabajadores del hospital, en una reproducción casi verbatim de los argumentos de el buen salvaje de Rousseau (algo así como "los nativos son buenos aunque distintos, y yo soy bueno y justo por señalarlo"). Creo que la decisión de Bayona y su equipo de priorizar la historia de los Álvarez-Balón pasa por la fuerza que vieron en ese relato y -obviamente- su potencial atractivo para un target que se puede sentir identificado con esa situación de desastre inesperado en plenas vacaciones en algún destino exótico, que son muchos de los que tienen el poder adquisitivo para pagar un entrada de cine a precio entero y/o comprar el DVD o Blu-Ray original. Pero tiene una capacidad de interpelación que va más allá de la clase, y que pasa por el instinto de supervivencia, los lazos familiares y los que se forman ante una tragedia compartida.

De todos modos, y como para que no nos perdamos en una fantasía de superación de obstáculos, el director nos recuerda que las inequidades estructurales siguen ahí, latentes, cuando hacen alguna que otra aparición bajo la forma de empresas de seguros suizas y aunque jueguen a favor de los protagonistas.