Lo imposible

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Fragmentos de una historia real

Aunque el cine esté hecho de imágenes y sonidos, unas pocas palabras escritas sobre un fondo negro pueden hacer que la experiencia de ver una película sea completamente distinta. Eso es lo que ocurre, en general, con las placas que aclaran (ya sea al principio o al final) que lo que cuentan está basado en hechos reales. Y también es lo que puede verse en Lo imposible, un film para el que esas palabras funcionan no sólo como complemento de un efecto emocional buscado sino también como una declaración general acerca de sus objetivos y su búsqueda estética. Al volver a insistirnos en esa placa inicial acerca la veracidad de los acontecimientos, Bayona nos señala aquel aspecto al que dirige sus mayores esfuerzos; una forma de garantizar aquello con lo que sí podrá cumplir: emoción y realismo.

En cierto modo, podría decirse que la naturaleza de lo que va a contarse —la historia de una familia víctima del tsunami que sacudió a Japón en 2004— pide ese tratamiento. Los primeros planos nos muestran a María (Naomi Watts), Henry (Ewan McGregor) y sus tres hijos mientras disfrutan de sus vacaciones. En esos minutos iniciales y aparentemente intrascendentes están diseñados para generar suspenso y contraste con lo que viene: las imágenes son cálidas, con sonrisas amplias, paisajes bellísimos y silencios profundos. Luego llegan las olas, el caos y, con ellos, la efectividad de Lo imposible, que logra la fluidez y emoción necesarias a partir de las interpretaciones de sus actores, buenos efectos especiales y un registro sumamente realista (por momentos hasta televisivo). Hasta acá, al menos, la película no se traiciona: consigue a la vez conmover y respetar el azar de las catástrofes y su acción sobre los personajes.

Sin embargo, hay algo de Lo imposible que de a poco va destiñéndose, como si el alejamiento de las grandes cantidades de agua dejara cada vez más a la luz el artificio. Esto es lo que se puede ver en la evolución de algunos personajes como el de Lucas (Tom Holland), el más grande de los hermanos a quien el film trata de volver más adulto que sus propios padres, o en la irrupción mágica y desarticulada de otros como el que interpreta Geraldine Chaplin. Pero donde la búsqueda de realismo del film se vuelve realmente contradictora es en los múltiples momentos en los que se fuerzan las piezas para hacerlas encajar perfectamente. Así ocurre con el comienzo y el final (ambos en el avión), las casuales apariciones de la pelota roja o los encuentros entre los mismos personajes (incluso aunque los lugares estén repletos de gente). Es como si, de algún modo, el film de Bayona quisiese mostrarnos la crudeza de una tragedia pero sólo tuviese imágenes sueltas y objetivas de lo ocurrido, como flashes traumáticos que sólo consiguen unirse en mundo ya armado. En suma, Lo imposible consigue su objetivo de hacernos creer sus escenarios, maquillajes y efectos, pero se pierde de dar vida propia a aquello que de entrada tenía a su disposición: una historia original y única.