Lo imposible

Crítica de Alberto Harari - MI CINE - por halbert

"CONTUNDENTE DRAMA VERÍDICO, CON UN DIRECTOR Y UNA ACTRIZ DE EXTREMA SOLVENCIA"

Tras el descomunal éxito de su ópera prima, “El orfanato” (2007), el director J.A. Bayona y junto a él, el guionista Sergio G. Sánchez, se apartan del terror fantástico y fantasmagórico para enfocarse en un hecho verídico: en este caso el desastre que provocó el terrible tsunami que devastó distintas zonas situadas en el océano Índico el 26 de diciembre de 2004. El guión se posa sobre una familia, los Bennett, compuesta por 5 integrantes: el matrimonio y tres varones de aproximadamente 11, 7 y 5 años. Ellos han llegado a un bello resort en vísperas de las navidades, para disfrutar de unas apacibles vacaciones, desconociendo que 48 horas después atravesarían el peor día de sus vidas.
La secuencia del tsunami no tarda en llegar y es francamente avasalladora: irrumpe al igual que la gigantesca ola y petrifica al espectador, que sufre, se golpea y siente dolor junto a los personajes, gracias a la inclusión de imágenes y (especialmente) sonidos que recrean la catástrofe con sorprendente realismo.
El filme es muy duro y apenas es concesivo con el espectador, que siente como propios los pesares de la familia Bennett.
En medio del caos y el dolor, son muchas las familias desmembradas y las personas desaparecidas, pero en ese cataclismo no falta la solidaridad y el sentido de humanidad, dando cuenta de cómo reacciona la condición humana frente a una tragedia, y cómo sostener una mano, acompañar a otro, prestar un teléfono, se transforman en muestras de heroísmo en ese descalabrado entorno. Aunque también se ven algunas (pocas) muestras de mezquindad y egoísmo, tal vez, justificados por la situación límite que enfrentan los personajes, por lo que es atinado no mostrar juicios de valor al respecto.
Las actuaciones son un soporte importantísimo del filme: los personajes deben atravesar momentos de hondo pesar, de trágica incertidumbre, de horror ante el desamparo al que están expuestos. Resultan profundamente emotivas (y creíbles) muchas de las escenas que tienen a su cargo tanto Naomi Watts como Ewan McGregor y el pequeño Tom Holland, que se exponen emocional y físicamente. Este brillante terceto (junto a los dos pequeños actorcitos que hacen de los otros hijos del matrimonio) arranca francas lágrimas entre el público, que enmudece ante tamaña circunstancia que sufren estos personajes.
El director tiene la habilidad de narrar una historia que, en sí misma, es muy pequeña; el conflicto es claro y contundente: una familia se enfrenta ante los avatares de la naturaleza y debe lograr, como pueda, su salvación. Punto, no hay más que eso; todo el filme recorre esas primeras horas de descalabro y un par de días post cataclismo. Sin embargo, Bayona se encarga de llevarnos de las narices y hacer que ese conflicto sea también del espectador, que sufre a la par ellos: primero, ante el impacto del agua (y todo lo que arrastra) viniéndoseles encima; y luego, con el intento de supervivencia y de hallarse con vida unos a otros.
Bayona es un cineasta perspicaz e intuitivo, un director metódico que acierta en mostrar y elipsar lo suficiente (habiéndolo logrado justificadamente con su ópera prima) como para provocar la incertidumbre y el desasosiego necesarios para atrapar al auditorio; pero puede resultar, en este caso, algo tramposo, porque en la escena en la que la cama que ocupaba la madre en ese hospital improvisado aparece vacía (como símbolo de su defunción), intervienen sentimientos muy profundos de un niño que cree que su madre ha fallecido, y ese dolor trasciende a la platea, que puede sentirse, luego, estafada. Además, en algún que otro momento, la potente música de Fernando Velázquez resulta algo omnipresente y corre el riesgo de parecer manipuladora.
Sin embargo eso no empaña la hazaña del director de presentar esta historia, que deja al espectador con la boca abierta pero sin decir nada, porque la sala de cine queda enmudecida cuando las luces se encienden, mientras vemos, durante los créditos finales, la foto de la verdadera familia que atravesó esa tragedia. El público queda extenuado ante tamaño acontecimiento cinematográfico, especialmente porque cae en la cuenta de que todo lo que vio fue vivido realmente por gente que tuvo la maldita suerte de estar en el lugar y día equivocados.
Seguramente, Bayona no alcance ninguna nominación a los premios “importantes” de la industria cinematográfica con este filme; pero sería injusto que esta vez Naomi Watts no levante, finalmente, la famosa estatuilla dorada que, hace años, merece. Si Gwyneth Paltrow la consiguió con su apasionado cuento shakesperiano, la Watts merecería tener tantos trofeos como personajes ha encarnado…