Lleno de ruido y dolor

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

Quizás el lector haya escuchado alguna vez el término Locro Western, por analogía al itálico y célebre Spaghetti Western o al hispánico y no tan célebre Paella Western, para referirse al cine de ese género hecho en Argentina. La etiqueta es un poco jocosa y si nos ponemos a buscar un ejemplo nos vamos encontrar apenas con algunas comedias ambientadas en el oeste como El último cow-boy (1952) y Los Irrompibles (1975). Claro, este lugar es así de restringido si nos atenemos a una definición estricta del western como relato ambientado en el oeste americano del siglo XIX. Pero si el Western es un género con códigos, lugares reconocibles, temas recurrentes y una estética propia, entonces es posible aplicarlos a otros escenarios y otras épocas, desde el Japón Feudal (Yojimbo) al espacio exterior (Star Wars y en particular la reciente The Mandalorian) y por supuesto al escenario de frontera de cualquier otro lugar del mundo. Por ello algunos de los westerns más interesantes de este milenio vinieron de Australia, como Propuesta de muerte (2005) o Dulce país (2017). Precisamente en este milenio se produjo un redescubrimiento del western que alcanzó también a nuestro país, con exponentes que lo abrazaron de lleno mezclándolo con la historia argentina y la Gauchesca como El desierto negro (2007), Aballay, el hombre sin miedo (2010), Fuga de la Patagonia (2016) o Gauchito Gil (2020), o tomaron algunos de sus elementos en otro contexto, como Infierno grande (2019) o La creciente (2019). Lleno de ruido y dolor se inscribe en esta corriente ya que se trata de un western hecho y derecho y plenamente consciente de enmarcarse dentro del género.

Basado en hechos reales ocurridos en 1928, el relato sigue el sangriento raid delictivo de un trío de asaltantes rurales integrado por Román (Facundo Sáenz Sañudo) y Foster (Juan Manuel Alari), dos delincuentes profesionales, despiadados e imprevisibles, bien conocidos y buscados por la policía local, acompañados por un tercer integrante, Soria (Emanuel Gallardo), recién incorporado y relegado a tareas subalternas. Soria no es como los otros y eso se lo recuerda una de las víctimas de la banda y lo señalan también sus propios compañeros quienes recelan de sus escrúpulos, su mano blanda y su resistencia a matar, algo que Roman y Foster ejecutan con pasmosa facilidad y evidente goce. Soria está allí y es tolerado por sus conocimientos en el manejo de la dinamita, un talento útil para el plan final de la banda que es asaltar el Banco de Bariloche. Las motivaciones de Soria para participar tienen que ver, y así lo expresa, con su deseo de tener una casa, un campo, algo propio que lo saque de su humillante estado de desposeído. El mayor problema es que los métodos de la banda no son muy discretos y en camino a su objetivo se producen un par de golpes sangrientos que colman la paciencia del gobierno local y ponen tras su pista al Comisario Baigorria (Emilio Bardi), un policía duro y bastante expeditivo. El rastro de sangre no es muy difícil de seguir y los enfrentamientos se suceden de manera cada vez más violenta.

En tanto western autoconsciente, en Lleno de ruido y dolor hay varios de los elementos típicos del género extrapolados a este contexto más cercano. El papel del paisaje patagónico en su carácter de territorio salvaje y hostil, cumple ese lugar de frontera que para ese momento tan solo hace medio siglo había sido ocupado (de manera sangrienta) por el estado nacional. A la manera del western clásico, se trata de un lugar sin ley, o más bien donde se impone la ley del más fuerte, y esto se refiere no solo a los bandidos o sus perseguidores. En ese territorio están las huellas del despojo y la masacre de los originarios, todavía resuenan los ecos de los fusilamientos de La Patagonia rebelde y la imposición por el gatillo del poder de los estancieros y terratenientes. El nombre del film surge del poema escrito por un anarquista, conservado por el estanciero que lo fusiló, y se refiere justamente a ese territorio como lugar salvaje, violento y escenario de injusticias. Nacho Aguirre es un realizador patagónico (nacido en Esquel y residente en Bariloche) y para su primer largometraje quiere incorporar a su relato todos estos elementos y, efectivamente, estos conforman un rico contexto para acompañar a la historia que se relata. El film explicita estos episodios, sobre todo el de los fusilamientos, aunque a veces lo hace de la manera más obvia que es a través del discurso o bajada de línea de algún personaje antes que de surgir de algún elemento de la trama.

Varios de los escenarios reconocibles del género están reproducidos de una manera natural que no parece forzada: el asalto al almacén de ramos generales, versión local del Saloon, las autoridades corruptas, los tiroteos. Hay una cuidada reconstrucción y los diálogos son verosímiles aunque la forma de declamarlos en ciertos momentos les resta efectividad y la música subraya a veces de manera innecesaria. El film es deudor en parte del Spaghetti Western, pero sobre todo del western norteamericano violento y crepuscular de fines de los 60 con especial referencia a La pandilla salvaje (1969) y a Butch Cassidy (1969). Incluso de esta última hay una suerte de guiño al final, aunque también va en una dirección contraria ya que evita la romantización. Los miembros de la banda carecen de amistad o solidaridad entre sí y de cualquier código de honor aunque sea delictivo, sobre todo Roman y Foster cuyo retrato de brutalidad puede llegar a ser por momentos caricaturesco. Soria es el personaje con el que el público puede tener alguna empatía aunque se trata de un personaje trágico más que un típico antihéroe. Aun con sus fallos y algunos elementos no pulidos, Lleno de ruido y dolor es un film entretenido y visualmente atractivo, y un intento genuino y honesto de abordar un género por parte de un realizador que lo quiere y lo conoce.

LLENO DE RUIDO Y DOLOR
Lleno de ruido y dolor. Argentina, 2020.
Dirección: Nacho Aguirre. Intérpretes: Emanuel Gallardo, Facundo Sáenz Sañudo, Juan Manuel Alari, Emilio Bardi. Guión: Octavio Montiglio, Nacho Aguirre. Fotografía y Cámara: Hans Bonato. Música Original: Sebastián Lema,Germán Lema. Montaje: Nacho Aguirre, Romina Coronel. Dirección de Arte: Mariela Jucht. Dirección de Sonido: Adriano Salgado. Producción: Romina Coronel. Productores Asociados Javier Díaz, Raquel Santinelli. Jefatura de Producción: Tatiana Cannistraci. Duración: 100 minutos.