Liv y Ingmar

Crítica de Gustavo Provitina - La cueva de Chauvet

Liv & Ingmar

La desolada postal de la isla de Farö. Una casa vacía donde solo entra la luz. Fotografías pulcramente enmarcadas que testimonian el esplendor de un maestro del cine junto a una actriz devenida en musa y amorosa confidente de su vuelo.

Liv & Ingmar, esa vibrante sinfonía audiovisual en seis movimientos dirigida por Dheeraj Akolkar, comienza con la perspectiva de un automóvil avanzando por una carretera angosta. Esa campiña -digna de un cuento de los hermanos Grimm- está flanqueada por un peñasco y el solitario paisaje que rodea a una casa destinada a mirar la serena correntada del Mar Báltico. El paisaje en la luneta trasera del coche se va alejando a medida que la voz de Liv Ullman se acerca. Los cincuenta años trascurridos desde su primer encuentro con Bergman motivado por el rodaje de Persona no han hecho más que agigantar la influencia del maestro sueco en su vida. Yo estaba enamorada, confiesa y esa frase abre el primer capítulo del documental: Amor. El gesto inaugural de esa relación es una mirada intensa y comprometida de Bergman, detrás de cámara, cautivado por la magia de esta actriz noruega a la que él doblaba en edad. Esa mirada arrasa los límites de la ficción. La imagen, por demás elocuente, pertenece al backstage de Persona. Ingmar observa a Liv con ese indiscreto arrobamiento que el amor delata. Yo sabía que él sentía algo por mí y era tan raro que alguien sintiera nada por mí. Y era Ingmar… La pregunta interna que la apremiaba, por aquellas horas, era digna de algún atribulado personaje del maestro sueco: ¿seré digna de su amor? Antes que pudiera responderla llegó a sus manos una carta de Pingmar -apodo cariñoso brotado del amor- que iluminó su cara: Duele verte al otro lado de la ventana… La ventana proyecta el temido obstáculo que promete la angustia de lo inalcanzable. Esa declaración de amor era demasiado para ella. Liv se asustó y regresó a Noruega. Bergman sintió en carne viva el gesto más doloroso del amor: extrañar. La ausencia se vuelve intolerable para aquél que ama y no pudo resistir la imperiosa necesidad de ir a buscarla. Ella tenía 25 años y Bergman 47. Un viaje a Noruega justificado por una buena excusa le bastó a Ingmar para recuperarla. Ella tiene que estar conmigo, murmuró el tozudo director. Tal vez nuestro amor se dio por la soledad que ambos sentíamos, reflexiona Liv Ullman. Sembramos una especie de revolución el uno en el otro. Nos abrimos el uno al otro por completo…

Las cartas acumuladas sobre la mesa recuerdan las fotos desparramadas que Ullman -interpretando a Mariane- clasifica y ordena al comienzo y al final de Sarabanda. Fragmentos de Persona, La hora del lobo, Pasión y La vergüenza dialogan desde el pasado tiñendo la mirada templada del presente.

Soledad, es el nombre del segundo capítulo. Comienza aludiendo al muro de piedra que Bergman construyó en torno de la casa para cercar la relación. Esa pared constituye el símbolo elocuente de la asfixia y del aislamiento total que acabaría, gradualmente, con la pareja. El nacimiento de Linn, en ese clima de severo retraimiento, acentuaría la intensidad del conflicto. Ullman estaba dividida entre dos demandas imposibles de satisfacer en toda su intensidad: el clamor natural de la niña y el absorbente deseo de Bergman. En “Linterna mágica”, el libro autobiográfico del director, hay un balance tardío sobre esa situación: Una grandiosa equivocación me llevó a construir la casa pensando en una vida en común en la isla. Olvidé preguntarle a Liv su opinión (…) Se quedó unos años. Luchamos contra nuestros demonios lo mejor que pudimos…

El tercer capítulo, Rabia, enfatiza el creciente clima de hostilidad entre ambos. Los impulsos violentos, la ira ejecutada sobre el cuerpo del otro para cercarlo y reducirlo a los límites de la posesión representan la fase final del vínculo amoroso. El documental completa el testimonio de la actriz con escenas de dos películas que describen situaciones de violencia física liberadas en la intimidad brutal de una pareja: Pasión (1969) y Escenas de la vida conyugal (1973). El rodaje de las películas servía como espacio de liberación de esa rabia contenida. La ficción y la realidad se anudaban riesgosamente hasta el límite de la destrucción. La inseguridad, los celos, el salvaje deseo de posesión y de control total nunca satisfecho, detonaba el grito primal de las ofensas. La violencia física o psicológica los fue llevando al margen de lo soportable.

Dolor, el cuarto capítulo, se abre con una implacable reflexión: yo iba detrás de otros porque no tenía ninguna seguridad… Madurar ese diagnóstico le permitió tomar conciencia de la imposibilidad de edificar un proyecto sólido y estable con Ingmar Bergman. Una escena de La vergüenza, esa tormentosa relación que culmina en una alienación brutal, reafirma desde la ficción la confesión de Ullman: ¿Qué pasará si no conseguimos más hablar el uno con el otro? La amenaza de la incomunicación verbal confirma la disolución previa de los vínculos físicos. El inconveniente de un lenguaje emocional compartido es la señal inequívoca de la ruptura. Brota desde el zócalo de las palabras la manida frase de Saint-Exupery: La experiencia nos enseña que amar no significa en absoluto mirarnos el uno al otro sino mirar juntos en la misma dirección… (Tierra de hombres). Bergman y Ullman miraban en direcciones opuestas. Cuando llegó la separación no hablábamos de ello. Mientras guardaba mi ropa fingíamos que no pasaba nada. La imposibilidad de transformar en materia de expresión verbal los sentimientos se interpone entre ambos. El capítulo Anhelo ofrece un racconto de la proyección internacional de Liv Ullman. Su breve pero exitosa incursión por Hollywood lejos de mitigar la pasión por Bergman parece haberla incrementado.

Amistad es la última estación de este viaje revelador y cautivante. Omitiremos la intimidad de esa relación. Un dato relevante que nos interesa mencionar es la forma en que el viejo director valoraba a su emblemática actriz: es mi Stradivarius, solía decir. El elogio por demás afectuoso no escatima, sin embargo, la posesión, ni cierto grado de cosificación. Ullman era su Stradivarius, es cierto, porque daba siempre la nota exacta en el momento preciso. En Linterna Mágica a Bergman no le tiembla el pulso para reconocer que su película Cara a cara le debe mucho a Liv Ullman que luchó como un león. Y agrega: Gracias a su fuerza y a su talento la película se sostiene en pie…

La conexión entre ellos era tan sólida y profunda que Liv presintió la muerte de Ingmar. La actriz noruega viajó en un avión privado hasta la isla de Farö y cuando Bergman, sorprendido, le preguntó el motivo de su inesperada visita, ella se limitó a citar una réplica de Sarabanda, la última obra maestra que hicieron juntos: porque me has llamado… Esa misma noche, Bergman se fue de este mundo. Era el 30 de julio de 2007.