Lincoln

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

Caballero(s) sin Espada

Hace varios años que Steven Spielberg está esperando reconciliarse con la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Acaso porque sus últimos proyectos tuvieron una visión demasiado personal – exceptuando Tintín e Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal – parecía necesario que Spielberg concretara un producto afable, de mayor repercusión y aprobación con la crítica y el público en general. Un producto serio, histórico. No un producto metafórico de aventura y ciencia ficción, que en realidad oculta mucho más de lo que muestra.

Y así es que llega Lincoln. Película varias veces postergada, la historia de cómo el presidente decimosexto presidente de Estados Unidos consiguió abolir la esclavitud de su país había sido pensada, en primer lugar para Liam Neeson. Pero finalmente, el rol protagónico cayó en Daniel Day Lewis.

En primer lugar, la decisión de no crear una biopic – el título puede llegar a confundir – sino más bien como fue la lucha y el proceso político que tuvo que atravesar Lincoln, su partido – el republicano – y sus ministros para conseguir la libertad de los esclavos es una decisión acertada, porque de esta manera, Spielberg concentrar la tensión en un hecho histórico que a pesar de ser muy conocido, y por supuesto, saber su resolución final, termina siendo un episodio que no fue tan explorado en detalle, al menos desde el aspecto burocrático, ya que siempre lo que se ha desarrollado es la guerra de secesión, a través de varios puntos de vista, generalmente, de personajes muy particulares, peones de la guerra o generales de alto estado.

Sin embargo, la elección de este periodo en particular, permite a Spielberg también mostrar el carácter más humano y sensible del personaje, no solamente como cara de una nación, sino frente a su familia, los miembros de su gabinete, los soldados incluso.

Lejos de tratar de construir una estatua, Spielberg decide homenajear a Lincoln por su inteligencia y bondad, y convertirlo junto a Thadeus Stevens, el principal defensor de los abolicionistas en personajes caprianos, luchadores de causas, de ideales, y no de intereses políticos o económicos como los demócratas prosureños. Pensar en los derechos humanos y la igualdad, no como una solución a la guerra sino como una lucha por la libertad (para hacer justicia por mano propia está Django). Incluso si tiene que mentir o manipular para conseguir sus sueños, también lo hacen.

En ese sentido, ambos personajes, lo más profundos e interesantes, interpretados con sensibilidad, mucho sentido del humor y calidez por Daniel Day Lewis – impresionante metamorfosis como siempre – y Tommy Lee Jones – sigue siendo un ogro, pero oculta una faceta sentimental poco habitual en el actor – son como la caracterización de un Mr. Deeds o un Mr. Smith de El Secreto de Vivir y Caballero sin Espada. Spielberg, más capriano que Capra, a diferencia de otras películas, resuelve los conflictos en el congreso, en oficinas, habitaciones varias, e incluso porches. Espacios teatrales y a través del diálogo. Lo cuál llama la atención. Generalmente es raro que Spielberg decida hacer una obra de “diálogos”, priorizar las palabras sobre las acciones, pero esta vez, el diálogo es la acción principal, resaltando también el poder de las miradas de los personajes (no falta la mirada del chico). Quizás por esto, es que volvió a recurrir a Tony Kushner, premiado dramaturgo del off de Nueva York que había trabajado previamente con él en Munich. Si el anterior trabajo no había sido demasiado fructífero es porque la asociación parecía desbalanceada. Ni Spielberg se veía demasiado cómodo con la dirección de esa película, y el guión tenía demasiadas vueltas forzadas.

En cambio, en Lincoln, el ritmo fluye más allá de la teatralidad. Aun cuando la mayoría de las escenas tienen personajes sentados o discutiendo en forma más estática de lo que nos tiene acostumbrado el director – lo más cercano irónicamente sería Amistad –la capacidad de Spielberg para narrar es tan apabullante que la dos horas y medias se vuelven atrapantes de principio a fin. Ayuda mucho el soberbio elenco – lejos el mejor que haya tenido el director de Jurassic Park en su carrera – integrado por una Sally Field casi sicótica, un maravilloso David Straitharn, el veterano Hal Holbrook, un divertidísimo y sorprendente James Spader, además de varios cameo muy dignos como Jared Harris. Quizás el más sobreactuado es Joseph Gordon Levitt. Igualmente, para un director que nunca se definió como gran director de actores, lo que saca de todo el elenco es digno de un reconocimiento.

Y a pesar de los valores humanos, reflexivos, históricos, visuales – notable fotografía de Kaminsky – narrativos, musical (otra gran partitura de Williams) a pesar de todo, se siente que esta película Spielberg no la hizo tanto para él como para el pueblo, como si se pusiera en la piel del propio Lincoln y le deba esta historia a su país como un compromiso.

¿A que me refiero con esto? Al igual que John Ford, a Spielberg no le interesan tanto las figuras de primera línea, los héroes más obvios. Así como Ford, siempre prefirió al héroe marginal – John Wayne – que al general o sheriff demasiado correcto – Henry Fonda, que interpretó justamente a El Joven Lincoln de John Ford – Spielberg prefiere centrar su visión en los personajes más chicos, más imperfectos, y con un pasado algo oscuro. Los protagonistas de Spielberg tienen sus falencias, sus errores. A primera vista, el Lincoln de Spielberg es un estratega político veterano, pero también es un hombre que siempre tiene una anécdota que contar para inspirar, un remate humorístico para sacar tensiones, la palabra justa para llamar la atención; tuvo sus falencias como hombre de familia: la relación con su esposa tiene tensiones debido a la muerte del segundo hijo, por lo que Abraham trata de cuidar a su hijo menor, personaje típico de Spielberg, descuidando al hijo mayor al que quiere proteger de la guerra, y cuánto más lo quiere proteger, más quiere ir, rebelándose contra la autoridad del padre. Dicha dicotomía en la relación con sus hijos nos devuelve, aunque sea por 5 minutos gloriosos al mejor Spielberg de La Guerra de los Mundos o Encuentros Cercanos del Tercer Tipo: el padre ausente que cuando aparece no puede cuidar a su hijo. Aún cuando Gordon Levitt no le imprime tanta verosimilitud al personaje, su corta participación muestran al Spielberg más personal, más visceral incluso.

El resto de la película parece llevar más la firma de Kushner que del director. Parece una obra hecha por encargo. No es tan personal como podría haber sido, y eso decepciona un poco. No tiene el carácter épico de Caballo de Guerra, por ejemplo – aunque en el principio y final hay escenas que recuerdan un poco al inicio de Rescatando al Soldado Ryan. Este Spielberg más solemne, similar al de La Lista de Schindler o Munich, consigue cumplir con el objetivo. Le aplica una imprevisible cuota de humor, simpatía y calidez al relato y los personajes que ningún otro director le hubiese puesto. A pesar de la ambición y la magnitud de la producción, queda la sensación que como Amistad – aunque inferior en emoción para mí – se trata de una obra más chica de lo que termina siendo. Es más didáctica, pero a la vez necesaria para un pueblo que a veces olvida las palabras de sus próceres.

Con menor truculencia, un oportuno sentido político, Lincoln es una obra clásica, importante en su mensaje, impersonal en varios aspectos, pero que aún con todo esto, y gracias al apoyo de un elenco envidiable confirma el talento de Spielberg para seguir narrando.