Lincoln

Crítica de Diego Lerer - Otros Cines

Detrás de escena

Resulta difícil pensar que dos películas tan distintas en apariencia como lo son Lincoln y Django sin cadenas sean tan parecidas en muchos aspectos. Es que allí donde Quentin Tarantino eligió contar el fin de la esclavitud desde la perspectiva y los modelos del spaghetti western, Steven Spielberg decidió ponerse el traje y la corbata y contarla de una manera en apariencia muy clásica. Pero, así como el film de Tarantino no es tan irreverente como parece, la de Spielberg no es tan mojigata como algunos pueden creer.

Es que bajo el formato de película biográfica sobre un prócer de la nación, Spielberg encaró un proyecto complejo que intenta descifrar, a la manera de un thriller político, los manejos secretos que se hicieron para pasar por la Cámara de Representantes la 13ª enmienda -que decretó el fin de la esclavitud a mediados del siglo XIX-, proceso que implicó una serie de manipulaciones de votos, arreglos, coimas y súbitas enfermedades de votantes que se traducían en abstenciones en lugar de votos en contra.

La película se centra en el proceso de hacer pasar esa enmienda, hecho que ocurrió en un momento muy específico, justo cuando la Guerra Civil estaba llegando a su fin. El problema es que si esa guerra terminaba y el Congreso recuperaba a los estados sureños, esa ley nunca se iba a aprobar, por lo que Lincoln necesitaba hacerla pasar pronto y que los congresistas no sospecharan de que ya se llevaba a cabo una negociación para una rendición.

Interpretado por Daniel Day-Lewis, Abraham Lincoln es un hombre mayor y calmo, reflexivo, que habla lentamente y que posee un aura que todos a su alrededor respetan muchísimo, aunque algunos lo ven como alguien acabado. No se trata de una personificación para el lucimiento más obvio. Es en la calma y serenidad externa que Lincoln tiene, en la sensación que da de llevar el peso del mundo sobre sus hombros donde el actor se luce. No es fácil crear un personaje atractivo de un hombre lento y casi moroso, que habla pausado y camina medio agachado, pero Day-Lewis lo hace muy bien.

Lo más interesante del film es la forma en la que la historia “grande” de los Estados Unidos se normaliza y se entiende en un sentido más realista cuando se la pone en ese contexto de negociaciones sucias pero altamente plausibles y que hoy suenan más que realistas. En un sentido, tal vez lo que la película está queriendo decir es que en un país dividido como es hoy Estados Unidos a veces haga falta meter las manos en el barro para llegar a tomar medidas útiles. Discutible, claro, pero no por eso falso.

Muchos pensarán que Lincoln no es una película del todo spielberguiana en el sentido de que no tiene, ni busca, ser la épica del prócer de la nación ni la gran obra sobre un momento clave de la historia estadounidense, aun cuando de una manera indirecta termine siéndolo. La elección de contar la épica de Abe dejando de lado casi todos los "grandes éxitos" de su vida y centrándose en dos aspectos (la ley y el fin de la guerra) muestra un grado de concentración narrativa impensada en otros momentos para el director de El color púrpura, al menos a la hora de encarar este tipo de películas.

También es cierto que este sistema narrativo que consiste en conversaciones y debates dentro de cuatro paredes, con una gran parte de escenas que son charlas y discusiones en escritorios, no es lo que muchos esperamos a la hora de ver una nueva película de Spielberg. Tal vez esa excesiva “teatralidad” del film sea un punto en contra y en su primera mitad la narración se vuelve un poco oscura y algo pesada, como si le costara encontrar el ritmo narrativo, algo rarísimo en el realizador.

Pero cuando ese ritmo aparece, a partir de la intensificación de las negociaciones por la ley y por la rendición del Sur, cuando salen a relucir algunos dramas familiares del presidente (un hijo que murió, su propia esposa torturada por esa muerte y otro hijo que quiere ir a la guerra ante la negativa de sus padres), y crece la figura de Thaddeus Stevens (Tommy Lee Jones), un radical abolicionista al que hay que controlar, digamos, por no querer negociar nada, la película cobra una intensidad y emotividad que ya no decae hasta el final.

Si Lincoln es el cerebro de la “operación”, se podría decir que Stevens es su nervio y corazón… y Jones se roba la película en cada una de sus escenas. Esa relación junto a las que Lincoln mantiene con su secretario de Estado (David Strathairn), con el grupo de “lobbistas” que operan sobre los congresistas de la oposición (excelente James Spader, junto a John Hawkes y Tim Blake Nelson) y con su atribulada mujer (Sally Field) forman el núcleo de esta película algo grave y seria, llena de zonas grises, en la que Spielberg se acerca al tema de la esclavitud de una forma casi opuesta a la de Tarantino. Sin tantos flashes, brillos y escenas de alto impacto, tengo la impresión de que llega a conclusiones acaso más interesantes que las de su más joven colega. Una especie de serenidad de la adultez (Spielberg tiene, créase o no, 66 años) parece darle la convicción de que, a la larga, lo que cambia la historia no son los impactos sino los procesos.