Lightyear

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"Lightyear": una aventura espacial hecha y derecha
Dirigida por Angus MacLane, "Lightyear" debe enfrentar un problema autogenerado por sus creadores, que no es otro que la vara altísima establecida por sus mejores películas.

Una clásica placa negra con letras blancas recuerda, al inicio de Lightyear, que en 1995 un chico llamado Andy recibió como regalo de cumpleaños un muñeco del guardián especial señalado en el título, su héroe favorito desde que lo vio en una película. Lo que ocurrió a partir de su llegada a esa habitación llena de juguetes de todo tipo es historia conocida, pues difícilmente a estas alturas del partido alguien no haya visto –o al menos no sepa– de qué va Toy Story, el primer largometraje de Pixar. Concluida aquella saga luego de su cuarta entrega, que con 6,6 millones de espectadores es, desde 2019, el título más visto en la historia de los cines argentinos, llega esta derivación que se presenta como la película que hace casi 30 años encendió la llama del fanatismo en Andy. Es, entonces, lo que ocurrió antes del encuentro de Buzz con el vaquero Woody y compañía. O, por qué no, lo que ocurrió antes de que Pixar fuera Pixar. No parece casual que Lightyear sea uno de los exponentes más alejados del habitual universo temático y narrativo de la factoría del velador saltarín.

Si hasta ahora casi todas las películas del estudio fueron, en mayor o menor medida, fábulas de aprendizaje concentradas en tiempo y espacio, desde el barrio de Andy hasta los autódromos y las rutas de Cars, pasando por la cocina parisina de Ratatouille, el “Más allá” de Coco y las costas italianas de Luca, Lightyear propone una aventura espacial hecha y derecha, con la búsqueda de la supervivencia y la superación de un sinfín de obstáculos como principales propulsores narrativos. Nadie aprende demasiado durante los casi 100 minutos de una película cuya idea de los viajes supersónicos como generadores de temporalidades recuerda a Interestelar y Misión rescate. Así le ocurre a este guardián que, debido a un error de pilotaje a la hora de escapar de un planeta ubicado a miles de años luz de la Tierra, queda varado allí junto a su compañera Alisha y el resto de su equipo. Obstinado con salvar su honor y a su gente, intenta alcanzar esa velocidad con la esperanza de poder salir de allí, sin saber que los siete minutos de viaje que vivencia abordo significan más de cuatro años en ese planeta.

Mientras su compañera va envejeciendo y, con ello, formando una familia con otra mujer –aunque con esa leyenda inicial Lightyear se presente como una película de principios de los ’90, este personaje connota su apego a la agenda contemporánea–, el bueno de Buzz se sube a la nave una y otra vez, y siempre falla. Justo cuando parece que está por dar en el clavo, sus superiores deciden que ya es hora de aceptar el error y hacer un borrón y cuenta nueva formando una comunidad en ese planeta. Algo que, desde ya, Buzz intentará impedir con la ayuda de la nieta de Alisha y tres criaturas que vehiculizan los mejores momentos humorísticos de una película más preocupada por entregar un espectáculo circense a gran escala, con un diseño visual y sonoro apabullante, que por la profundidad emotiva y las aristas más sensibles que caracterizan (¿caracterizaron?) la filmografía de Pixar.

Dirigida por Angus MacLane (co-director de Buscando a Dory y parte del equipo de animación de Toy Story 2, Los increíbles y Wall-E, entre otras), Lightyear debe enfrentar un problema autogenerado por sus creadores, que no es otro que la vara altísima establecida por sus mejores películas. Es así que el resultado final deja un retrogusto un tanto ácido, solo suavizado por la sinfonía cómica a cargo los secuaces de Buzz: esa ex convicta con libertad condicional que se niega a empuñar un arma para no volver a la cárcel, un soldado con cara de susto constante y sobre todo el gato-robot que Alisha le regala a Buzz y, además de compañero fiel, funciona como herramienta multiuso llena de gadgets tecnológicos y un gran rematador de chistes.