Life: vida inteligente

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

UN REFLEJO TRISTE

A estas alturas, la originalidad no es algo que vayamos a encontrar con facilidad en el arte narrativo, ya es casi una exclusividad del terreno de la innovación tecnológica. Es fácil intuir que toda la ficción que se escribe o se filma es una reescritura: historias que se reciclan, ideas que se reformulan. Y aun así, cada tanto, aparecen películas medio chantas como Life: vida inteligente que exhiben sus costuras con tal desparpajo y torpeza que dan ganas de revisar los conceptos sobre originalidad y reescritura.

No hay dudas, la película de Daniel Espinosa tiene el argumento de Alien, el octavo pasajero (1979), la puesta en escena de Gravedad (2013), sumando algunos homenajes obvios a El enigma de otro mundo (sus dos versiones más famosas). Literalmente, un grupo de cosmonautas de la Estación Espacial Internacional reciben una muestra de un organismo unicelular que proviene de una misión en Marte, y que es la prueba irrefutable de la existencia de vida extraterrestre. Dicho organismo comienza a desarrollarse, y se convierte con mucha rapidez en un monstruo asesino que se esconde en los recovecos de la nave esperando para matar a los tripulantes uno a uno. Si, es Alien.

Dicho esto, lo que nos queda es pensar es si así como se presenta Life: vida inteligente, es capaz de funcionar de manera decente. La respuesta inmediata es que sí: hay momentos de genuina tensión, un elenco en general solvente y el aspecto visual es casi irreprochable si no fuera porque el monstruo es demasiado digital y carente de emoción. Además, si hay algo que hace décadas es verosímil en cualquier película de Hollywood es la representación del espacio exterior, con lo cual la película de Espinosa difícilmente podía fallar en ese apartado.

Ahora bien, cuando nos ponemos a analizar un poco más en detalle se empiezan a ver las débiles costuras. Life: vida inteligente no termina nunca de asumir el espíritu clase B que insinúa desde el principio. Tenemos una serie de personajes unidimensionales que aparecen para hacer su gracia: la presencia fuerte y fría de Rebecca Ferguson; o el carisma post-Deadpool de Ryan Reynolds; y el indescifrable Jake Gyllenhaal, que aquí está al borde del espanto con un personaje insoportable y una actuación fuera de registro, de cualquier registro. Después está esa molestia visual que es el monstruo, cuyos límites nunca terminan de definirse: la mayor parte del tiempo es una estrella marina mutante que flota por el espacio y es capaz de cualquier cosa, incluso de entender tecnología que le es absolutamente ajena, o de adivinar las intenciones de los tripulantes como si los conociera de toda la vida. Es fácil predecir a los seres humanos, sobre todo cuando antes leímos el guión. Además, una de las lecciones básicas del cine moderno, desde Tiburón (1975) en adelante, es que hay que esconder al monstruo todo lo que se pueda, sobre todo si lo que tenemos para mostrar es basura. Daniel Espinosa no lo entiende así y nos expone a su genérico organismo digital durante todo el metraje.

Y no podemos olvidar que, a pesar de tener el argumento calcado de una película como Alien, que es un símbolo generacional además de una obra maestra, Life: vida inteligente no termina de asumirlo con un poco de inteligencia o autoconciencia. Transcurre como si la película de Ridley Soctt no existiera y eso le quita fuerza porque no hay comparación posible: la película de Espinosa es un reflejo lamentable.