Licorice Pizza

Crítica de Fabio Albornoz - Ociopatas

Paul Thomas Anderson pertenece a ese pequeño grupo de cineastas, que posee el privilegio de trabajar en el seno de Hollywood, con una –aparente- total libertad creativa. Por supuesto, se trata de un “triunfo” ganado a base de una de las filmografías más sólidas (con 9 películas en total) que la industria ha visto en los últimos años.

Desde 1996, Anderson ha indagado en multiplicidad de géneros, pero lo hizo con un nivel de apropiación realmente notable. Nadie puede dudar de su autoría en ninguna de las películas, y eso explica la razón por la cual “Licorice Pizza”, su nuevo film (tras la magnánima “El hilo fantasma”), funciona a pesar de ser una suerte de antítesis de algunas de las bases que construyeron su cine.

La historia no puede ser más sencilla: seguimos el creciente amor platónico entre Alana y Gary Valentine (hijo del gran Philip Seymour Hoffman), con Los Ángeles del año 73’, como escenario protagonista de los idas y vueltas amorosos. La secuencia inicial, parece marcar la dinámica que trabajará todo el film. Sin preámbulos, asistimos a la idea del amor a primera vista. Gary intenta conquistar a Alana, forzando largos planos en los que la cámara se vuelve en un constante ida y vuelta donde sus rostros se (des)encuentran. El ida y vuelta es el motor constitutivo de “Licorice Pizza”.

Ella tiene 25 años. Él 15. Allí parece emerger un potencial conflicto que instaura algo del orden de lo platónico. Sin embargo, Paul Thomas Anderson desmonta (o intercambia) los roles. Los adultos de “Licorice Pizza” son inmaduros y repletos de inseguridades, mientras que los jóvenes, parecen mucho más grandes. Alana no sabe que hacer de su vida, y Gary emprende negocios, actúa, y se maneja como un “pequeño adulto”. Alana, de la mano de Gary, sale del confort de la vida rutinaria, para conocer un mundo nuevo.

Durante todo el film, la vemos intentando hacer todo aquello que nunca se había animado. Una brillante idea de PTA en la que concibe un sistema-espejo (elemento con el que además juguetean en la primera secuencia), como materia prima de todo el relato. Es sabido que Paul Thomas Anderson no suele atarse demasiado a las estructuras clásicas, y “Licorice Pizza” continúa la tradición con una historia lúdica, libre de ataduras, llena de pequeñas peripecias y personajes que se topan en el camino de los protagonistas. Hay un trabajo casi continuado al que hizo Quentin Tarantino en su magistral “Había una vez en Hollywood”. Dos estructuras visiblemente “anecdóticas” que ocurren en un marco temporal determinado, y con
Los Ángeles como epicentro.

“Licorice Pizza” tiene una trama extremadamente sencilla, pero no necesita de más.
La mirada de Paul Thomas Anderson no es ensoñadora. Se evidencia un contexto socio-político tumultuoso. Los diarios y las noticias son una rendija por la que observamos el contexto, pero a su vez, ese mundo conflictuado presiona tanto que se hace imposible que Alana y Gary no lo vean. Por ejemplo, la crisis de petróleo afecta directamente sus negocios. Por otro lado, las elecciones, hacen que ella intente asumir un compromiso político “serio”.

Hay unas cuantas tensiones dramáticas que se producen, pero todas ellas, efímeras. PTA las predispone para que este amor platónico encuentre escollos y distancias a ser superadas. No es casual: el travelling lateral es el movimiento de cámara más utilizado en todo el film. Conecta distancias. Alana y Gary corren constantemente para encontrarse ante un mundo que parece empeñado en separarlos. Parecía que la concepción del amor que tenía Anderson, era un tanto melancólica y amarga. Allí están los personajes rotos de “Punch-Drunk Love” y “El hilo fantasma”. Pero en “Licorice Pizza”, entiende que lo que se filma es el primer amor. Un amor juvenil, fresco, luminoso y en constante movimiento.

Alana Haim y Cooper Hoffman (Gary Valentine) tienen una sencillez tan extraordinaria que se acoplan perfecto a la propuesta narrativa del film. Paul Thomas Anderson ha decidido filmar una historia con rostros “reales”, despojados de cualquier glamour (o estándar de belleza) posible. Y en ese sentido, “Licorice Pizza” podría ser cualquier historia de primer amor. Es universal y nos interpela.

La idea del amor como acontecimiento es apabullante y ardua de filmar, pero “Licorice Pizza”, parece ofrecer las respuestas a ese dilema cinematográfico. Paul Thomas Anderson lo hizo de nuevo.

Opinión: Excelente.