Libera Nos

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Por si cupiera alguna duda sobre la fragilidad de la psiquis humana y sobre las limitaciones de las instituciones a la hora de apuntalar a quienes la padecen especialmente, Liberami aborda ambos fenómenos desde una perspectiva infrecuente, montada sobre dos plataformas incómodas para una sociedad afecta a los manuales de autoayuda: el sufrimiento de creyentes católicos que se sospechan poseídos por el diablo y el compromiso que sacerdotes especializados asumen para exorcizar a estos fieles.

Es muy respetuosa la aproximación de Federica Di Giacomo a esta suerte de terapia religiosa contra padecimientos que ningún médico –ni clínico ni psiquiatra– ha sabido tratar, mucho menos curar. Acaso por eso la realizadora (y antropóloga) italiana consiguió las autorizaciones necesarias para seguir de cerca a cuatro feligreses en pena, filmar sesiones de conjuro completas, e incluso registrar la charla de un grupo de exorcistas de distintas nacionalidades en el recreo de un curso de capacitación auspiciado por el Vaticano.

El guión co-escrito con Andrea Sanguigni les da una estructura sólida a los testimonios recogidos en Sicilia y en Roma. El protagonismo acordado al Padre Cataldo contribuye sustancialmente a ordenarlos en un marco libre de estigmatizaciones.

Las risotadas que ciertas escenas de Liberami provocaron el año pasado entre el público que asistió a una de las proyecciones programadas en el 19º BAFICI dan cuenta del desprecio y/o insensibilidad en torno a un fenómeno global y en aumento según este informe de Le Monde que inspiró a la documentalista. También de cuán profundo han calado las películas de terror, y sus parodias, que recrean la lucha contra las posesiones demoníacas.

En Italia, sin embargo, el largometraje de Di Giacomo fue distinguido con el premio Horizonte del 73º Festival de Venecia en 2016 y con el David de Donatello (equivalente local del Oscar) al Mejor Director de Documental en 2017. Con suerte, la difusión de estos reconocimientos aumenta la curiosidad –y disminuye los prejuicios– de los espectadores porteños ante esta película que regresa a nuestra ciudad para exhibirse, esta vez, en el Malba.