Líbano

Crítica de Demian Paredes - La Verdad Obrera

A rodar mi vida (de soldado)

Estrenada el jueves pasado en los cines porteños y en uno de La Plata, Líbano (2009), primera ficción del director Samuel Maoz (y ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia), cuenta un día, el primero, de cuatro jóvenes soldados israelíes al iniciarse la invasión al Líbano en 1982.

Con diálogos precisos (no excesivos sino justos: castrenses), la película retrata, desde la mirilla del tanque, el horror de la guerra: se ven las ciudades, animales y cuerpos destrozados por los enfrentamientos y, cuando la cámara se instala dentro del tanque, las presiones psicológicas y morales hacia estos “blandos” -y por momentos inoperantes- soldados. Hay varias escenas dramáticas, como cuando atacan un edificio donde hay una familia tomada de rehén y sobrevive una mujer; la “convivencia” varias horas con un cadáver de un soldado israelí dentro del tanque, o los momentos que pasan con un prisionero esposado allí también, que están muy bien logradas en cuanto a capacidad de impacto. La leyenda “El hombre es acero; el tanque es sólo hierro”, pintada dentro del vehículo, explicita el mensaje que se les quiere inculcar al comandante Assi, al piloto Yigal, al artillero Shmulik y al fogonero Hertzel.

El director ha dicho: “Sentía la necesidad de mostrar la guerra tal cual es, sin el costado heroico ni los clichés típicos del cine bélico” [1].

Lo sórdido del lugar (el tanque), las condiciones de vida y la presión constante del “alto mando” (hablamos del superior que se presenta como “supervisor” y entra al tanque o se comunica telefónicamente ante cada shock o parálisis de Shmulik cuando tiene que apretar el gatillo contra civiles) para tratar de avanzar en la misión acercan a Líbano a lo que suele llamarse “película anti bélica”.

Pero tal vez esta denominación le quede un poco “grande”.

Líbano tiene su perímetro bien delimitado: el contar, desde el “microrrelato”, la terrible vivencia de esos cuatro jóvenes adentro del vehículo. Y el desinterés que tienen por la guerra, que queda claro cuando uno, ante la orden del superior de seguir las indicaciones de unos falangistas cristianos libaneses, exclama algo así como: “Musulmanes, cristianos... ¡todo me da igual!”. Es decir, no tienen mucha idea de qué hacen allí recorriendo el Líbano en tanque junto a las tropas del ejército.

Entonces, el “micromundo” del tanque señala la pobre posición subordinada de un soldado ante el Estado Mayor que da las órdenes. Líbano no es una película convencional sobre la guerra, donde se ven claramente dos bandos enfrentados y en combate. Apuesta más bien a la “experiencia sensible” de cada individuo. En este sentido la película sería entonces “antibélico-humanista”: sin hacer mayores distinciones o precisiones que expliquen la llamada Primera Guerra del Líbano (en realidad una invasión por parte del Estado de Israel; ocupación que se mantuvo hasta el año 2000), vemos el trágico paso del tanque donde el horror del -¿no tan distintos?- adentro y afuera del mismo se hace patente con extrema tensión, muerte y sufrimientos. Todo un caos “irracional” que se abate (literalmente) sobre las cabezas de estos cuatro buenos muchachos.

Basada en su propia experiencia de artillero a los 19 años en un tanque israelí en esa ofensiva de 1982, Samuel Maoz retrata de forma original e impactante, a través de estos jóvenes soldados, la ausencia de moral en un ejército invasor, sus vivencias y resultados.