Líbano

Crítica de Daniel Cholakian - CineramaPlus+

Líbano habla de la guerra, afirmando la idea de que toda guerra es una matanza. Una práctica cruel, horrorosa, que desposee a los hombres de su propia naturaleza. No solo de su naturaleza como sujetos de la cultura, y por lo tanto respetuosos de la vida como valor supremo, sino también de su densidad como parte de lo natural. Aun cuando la tradición del cine bélico ha recorrido en muchas más ocasiones la epopeya y la magnificencia de los destinos nacionales, no hay dudas que el mejor cine de guerras se enmarca en la línea en la que se encuadra esta película.

Samuel Maoz decide desarrollarla en un lugar estrecho y adoptar un punto de vista único. La acción transcurre en el interior de un tanque de guerra, y lo que ocurre fuera del mismo, se ve exclusivamente por la mirilla con la que el artillero observa el exterior. Esta limitación autoimpuesta, en las inteligentes manos del director se transforma en potencia. Porque con esta decisión de puesta en escena, hace sentir al espectador las vivencias de los cuatro hombres que tripulan el tanque. El público, una vez que entra allí, queda atrapado en la angustia de la muerte (Es muy atinada la primera escena del relato: un soldado, en este caso el encargado de disparar, ingresa al tanque y se incorpora a un grupo que ya viene recorriendo el camino. Con él, ingresa el espectador. Conocen lo mismo y a partir de allí verán lo mismo. No hay modo de evitar que uno y otro caminen juntos lo que resta de la película).

Lo que sigue son unas horas en la operación de ese tanque, en el primer día de la invasión israelí en el Líbano, 1982. Los cuatro hombres, más algún eventual acompañante, viven ese lugar en la historia – en el que son depositados vaya a saber por qué y por quién – y sus únicos contactos con el exterior, que es físico pero también simbólico, será por la mirilla del tanque y una radio, que trasmite órdenes generadas por entidades sin nombre, sin lugar, sin tiempo. Allí adentro todo es sopor, incomodidad, incertidumbre. Afuera violencia, destrucción y muerte.

Lo que ocurre entonces es que protagonistas y espectadores vivirán la guerra como un juego absurdo, comandado a distancia por voces lejanas al terreno, que ignoran a las personas como tales y por lo tanto arrasan con sus vidas con total impunidad. Y este absurdo se convertirá en angustia al ser soldados, al estar encerrados en el tanque, y al no saber efectivamente lo que ocurre en el terreno, más que lo que la radio trasmite. No les cabe preguntarse qué hacer en esas circunstancias. La capacidad de decisión es poca, de modo que el cuerpo responderá como pueda a las órdenes impartidas.

Líbano no es atemporal ni genérica. Lo que propone, si tenemos en cuenta su modo de instalarse en la Historia, es trocar en guerra lo que fue invasión, y promover la exculpación de los individuos. He aquí el punto clave a criticar en esta película. Salvo escasas excepciones (de las que el principal ejemplo es Avi Mograbi), los realizadores israelíes suelen hacer la doble operación de condenar al ejército nacional al mismo tiempo que liberan de responsabilidad a los sujetos, ya soldados, ya oficiales medios. Solo una mano invisible y ajena a todo, es responsable de tal matanza. Cuestión atendible como sentimiento personal, pero que carece de rigor en tanto mirada histórica. Puede ser esta una discusión marginal, pero la marca histórica indeleble inscripta al comienzo y la redención de los protagonistas hacia el final, está remarcada por el propio director. Por lo tanto no es antojadiza.

Pretender que la observación crítica anterior afecta a la potencia cinematográfica o al impacto dramático que genera en el espectador, o que niega su claro discurso anti belicista, o despreciar el horror honesto que expresa el realizador por la violencia contra la vida y la cultura, sería injusto. Cada plano de la devastación de los ataques, cada dolor de todos los personajes, - porque todos son dolientes - es una expresión genuina de aquello que solamente puede repudiarse. Maoz hace, en ese sentido, una película impecable, que se inscribe en la mejor, y tal vez la única deseable, tradición del cine de guerras.